
27/09/2025
No se repartió entre escudos ni se dejó tentar por vitrinas ajenas. Mientras otros se movían por promesas, él se quedó donde empezó, sin negociar ni una sola vez el color de su camiseta. No fue por romanticismo ni por rebeldía: fue por convicción. Desde que pisó el césped con la Loba, cada paso que dio Francesco Totti lo hizo en Roma. No hubo préstamos, ni paréntesis, ni coqueteos con otros clubes. Su carrera fue una línea recta, sin adornos ni desvíos.
En números, tampoco buscó exagerar. Jugó cientos de partidos en Serie A, sin ser el que más acumuló, pero sin quedar lejos. Metió cientos de goles, sin ser el máximo artillero, pero dejando marcas que todavía pesan. A Buffon le convirtió más de diez veces, a Parma casi veinte. No hay misterio: lo suyo fue constancia, no explosión. Mientras otros se reinventaban cada temporada, él repetía lo mismo con una eficacia que no necesitaba presentación. No fue el más ruidoso, pero sí el más claro.
En Europa tampoco se escondió. Marcó en Champions y rompió récords de longevidad sin hacer alarde. Ganó títulos, sí, pero no se sostuvo en ellos. Lo que quedó fue otra cosa: una forma de estar, de jugar, de no moverse. Ni el Real Madrid lo hizo dudar, ni Lazio lo hizo mirar de reojo. Cuando Roma le cerró la puerta, no buscó otra. Se fue sin cambiar de camiseta, sin buscar revancha, sin abrir otro capítulo.
No hay retorno ni reescritura. Lo que fue, quedó dicho. No hay segundas partes, ni homenajes que lo contradigan. Totti eligió no dividirse, no estirarse, no diluirse. Su historia no se presta a reinterpretaciones. Roma fue su cancha, su escudo, su límite. Y cuando eso se terminó, él también se terminó como jugador. Sin drama, sin épica, sin despedida de película. Solo con hechos. Y eso, en este fútbol de promesas infladas, pesa más que cualquier trofeo.
🟡🛑🇮🇹🧵