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23/05/2025

Un 9 de julio de 2011, a las 5:20 de la mañana, Facundo Cabral se dirigía al aeropuerto La Aurora de Guatemala cuando unos disp@r0s alcanzaron su camioneta. Se nos fue en el acto. Tenía 74 años.
Iba sin escoltas. Sin miedo. Con la misma sencillez con la que vivió.

Y aunque se lo llevaron, nadie pudo callar su voz.

Rodolfo Enrique Cabral Camiñas nació el 22 de mayo de 1937 en La Plata, Argentina, pero fue registrado días después en la ciudad de Tandil, lugar donde creció con su madre y seis hermanos. Su padre los abandonó antes de que él naciera. Pasaron hambre, frío y calles. A los 9 años no sabía leer ni escribir. A los 12, escapó de casa. A los 14, estuvo preso por vagancia.

Y sin embargo, decía:
"No soy de aquí ni soy de allá, no tengo edad ni porvenir..."
Porque más que un hombre, Facundo era un camino.

Aprendió a leer solo, escuchando a los grandes: Tolstoi, Gibran, Borges, Teresa de Calcuta, Jesús. A los 21 años, descubrió la guitarra. Y con ella, descubrió la libertad.

Durante los años 60, empezó a cantar en hoteles de Mar del Plata. No buscaba fama: buscaba decir algo. En 1970 escribió No soy de aquí, ni soy de allá, una canción que cruzó fronteras y lo llevó a escenarios en más de 160 países.

Pero Facundo no era un cantante común. No usaba coros, ni vestuarios, ni luces. Solo subía, hablaba… y de pronto, cantaba. Y después volvía a hablar.
Decía verdades como si fueran cuentos.
Contaba cuentos como si fueran plegarias.

Criticaba la gu3rr4, el ego, la avaricia.
Y al mismo tiempo, celebraba lo simple: un café con pan, un perro en la calle, una madre cocinando.

Fue declarado persona no grata por la dictadura militar argentina en los años 70. Tuvo que exiliarse. Vivió en México, Estados Unidos y otros países. Perdió a su esposa y a su hija en un accid3nt3 aéreo. Y aun así, siguió cantando.

"La vida no me debe nada", dijo. "Al contrario, yo le debo todo."

En los 90, volvió a Argentina y fue recibido con los brazos abiertos. Llenó teatros, plazas, auditorios… pero nunca cambió su estilo. Siempre viajaba con poco equipaje. Dormía en hoteles modestos. No buscaba lujos, sino historias.

En una de sus últimas entrevistas, dijo:

“Yo no soy un hombre de éxito. Soy un hombre de paz. Vine a cantar, y eso es lo que hice.”

Y lo hizo. Con una guitarra, una silla y una sonrisa triste.

El día de su partida, las redes, radios y plazas se llenaron de sus frases. De sus canciones. De silencio. No porque se hubiera ido, sino porque algo dentro de todos nosotros entendió que su voz no volvería a sonar igual.

Pero si algo dejó claro Facundo Cabral, es que nunca se fue.

Porque mientras haya alguien que escuche con el corazón,
que busque respuestas en la poesía,
que cante para sanar en vez de entretener…
Facundo sigue ahí.

Como el amigo que nos susurra al oído:
“No estás deprimido, estás distraído.”

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