30/10/2025
La separación de mis padres dejó la casa sumida en un silencio pesado, un vacío que mi madre se llevó consigo cuando se fue. Mi padre, mis dos hermanos menores y yo nos quedamos en esa casa que de pronto se volvió demasiado grande. Yo, con solo trece años, me convertí en el guardián de mis hermanos de cinco y tres años mientras mi padre trabajaba.
La desesperación de mi padre era palpable. Cegado por el dolor, comenzó a buscar respuestas en lo oscuro, recurriendo a curanderas y espiritistas. Estaba convencido de que a mi madre le habían hecho brujería para que se fuera; eran otros tiempos, tiempos en los que la fe y el miedo a lo sobrenatural se entrelazaban con facilidad.
De las tres habitaciones de la casa, solo usábamos una, donde dormíamos los tres niños apretujados en una misma cama para darnos valor. Las otras dos estaban clausuradas por el abandono, cámaras vacías donde el polvo danzaba en los rayos de sol. Solo unas maletas viejas, colgadas de unas vigas, se mecían con una lentitud inquietante, como si un aliento invisible las empujara cuando estábamos solos.
La curiosidad, ese impulso temerario de la infancia, pudo más que el miedo. Un día, mientras mis hermanos dormían, decidí investigar. Tenía que saber qué secretos guardaban aquellas maletas que parecían contener un susurro de movimiento. Al forzar la hebilla oxidada, un hedor a tierra húmeda y hierbas marchitas me golpeó. Allí, dentro, anidaba el horror: trenzas de cabello rojo como sangre coagulada, ropas retorcidas y anudadas con fuerza sobrenatural, y dibujos de figuras deformes, todos cuidadosamente envueltos y estrangulados por más de aquellas trenzas carmesí. Era brujería, pura y vil.
Aterrorizado y sin mi padre, acudí a mi vecina. Su rostro palideció al escucharme. "Quema esas cosas, hijo", me dijo con voz temblorosa. "Quémalas todas". Así lo hice. En una fogata crepitante en el patio, observé cómo las llamas lamían aquellos horrores, creyendo, ingenuamente, que el fuego purificaría todo.
Pero no fue un fin; fue un despertar.
La primera noche después de la quema, los ruidos comenzaron. Golpes sordos que resonaban desde las habitaciones vacías, como si alguien —o algo— de gran peso caminara con rabia contenida. Al tercer día, el terror se materializó. Mi padre había salido al trabajo antes del amanecer. En la oscuridad de la habitación, una fuerza invisible arrancó las frazadas de nosotros, lanzándolas al suelo con violencia. Atribuí el suceso a nuestra perrita, pero al encender la luz, solo vi las cobijas amontonadas en el suelo, arrastradas hacia las sombras bajo la cama. Con un miedo creciente, las recogí y volví a la cama. Minutos después, volvieron a ser arrancadas.
Esa vez, el miedo me heló la sangre. Mi padre, al regresar, descartó mi historia con un "No tengas miedo, hijo, es tu imaginación". Pero él no estaba allí la mañana siguiente.
Ese día, mi padre se fue aún más temprano. Sus palabras "Cuida a tus hermanos" resonaron como una losa. En cuanto la puerta se cerró, las frazadas volaron por los aires. Ya no me atrevía a encender la luz. Abracé a mis hermanos, temblando, intentando protegerlos. Y entonces, en la negrura total, lo sentí: unas manos esqueléticas, de una delgadez antinatural, con uñas largas y afiladas como dagas, me tocaron los pies. Un frío glacial se propagó por mi cuerpo.
Un grito desgarrador, que no reconocí como mío, llenó la casa. Mis hermanos, despertados en pánico, lloraban aterrorizados. No lo pensé dos veces; los agarré a los dos en mis brazos y salimos corriendo, ciegos por el terror, hacia la cocina de leña, el único lugar donde había un atisbo de seguridad. Encendimos un fuego, y a su luz temblorosa, pasamos las horas más largas de nuestra vida, llorando y abrazados, hasta que el amanecer nos trajo el valor suficiente para huir.
Corrí hacia la casa de mi madrina y no volvimos a aquel lugar. Tiempo después, la casa fue bendecida por un sacerdote, y con los años, crecimos intentando enterrar el miedo.
Pero el pasado siempre encuentra la forma de recordártelo. Años más tarde, una vecina vieja se me acercó. "¿Saben?", dijo con una voz cargada de secreto, "Cuando ustedes eran niños, yo vi algo. Una sombra, alta y delgada, con una presencia horrible, que entraba y salía de su casa como si fuera suya".
Finalmente, tenía la confirmación. No fue nuestra imaginación. Algo había sido invocado, y durante esas noches de terror, había estado allí, en la oscuridad, tocándonos.