Creadora de sueños y metas

Creadora de sueños y metas Redaccion Creativa

Como escritora creativa, mi pasión radica en explorar los límites de la imaginación y transformar ideas en historias que conecten profundamente con los lectores. Con una mente curiosa y un estilo único, me enfoco en crear narrativas que no solo entretienen, sino que también invitan a reflexionar, a cuestionar y a soñar. Mi proceso creativo es una combinación de observación detallada, introspección

personal y una constante búsqueda por plasmar lo invisible en palabras. A través de la ficción, busco inspirar a quienes buscan algo más allá de lo ordinario, desafiando las perspectivas tradicionales y llevando a mis lectores a un viaje único de descubrimiento y emoción.

Entre lo real y lo virtual: conexiones que trascienden la pantalla.Cuando navegamos por internet, más allá de los clics,...
20/10/2025

Entre lo real y lo virtual: conexiones que trascienden la pantalla.
Cuando navegamos por internet, más allá de los clics, los algoritmos y las pantallas luminosas, entramos en un universo paralelo donde las palabras se convierten en puentes invisibles. En ese espacio intangible, las distancias se acortan, los idiomas se mezclan y las diferencias parecen desvanecerse. Es un lugar donde uno puede ser quien quiera ser, sin miedo a los juicios ni a las miradas ajenas. Y a veces, en medio de esa inmensidad digital, surgen conexiones tan intensas que cuesta distinguir dónde termina lo virtual y comienza lo real.

No soy experta en el tema, pero sí una viajera de este océano sin orillas. Con el tiempo, he aprendido que detrás de cada avatar y cada mensaje hay una historia, una emoción, un intento de acercamiento. La red, que a simple vista parece fría y tecnológica, puede transformarse en un espacio profundamente humano. Recuerdo aquel partido de pool virtual que, sin saberlo, me presentó a quien hoy es mi mejor amiga. También fue en esas madrugadas de charla interminable donde conocí a uno de mis grandes amores. Porque, aunque muchos lo duden, a veces el alma también se reconoce a través de una pantalla.

Pero no todas las conexiones digitales son iguales. Algunas florecen desde la empatía, otras desde la necesidad de compañía y unas cuantas desde la ilusión. No todos quienes habitan la red lo hacen con segundas intenciones. Hay quienes simplemente buscan llenar un silencio, escapar por un rato de la soledad o encontrar alguien con quien compartir pensamientos sin miedo a ser rechazados. En el mundo virtual no hay rostros que delaten nervios, ni miradas que hieran. Solo palabras… y eso, a veces, basta.

Sin embargo, esta libertad tiene un precio. El riesgo de perder la noción de lo real. Porque lo virtual nos ofrece una versión idealizada del otro y también de nosotros mismos. Nos muestra solo fragmentos: los más amables, los más atractivos, los que elegimos mostrar. Y cuando el vínculo se fortalece, puede doler descubrir que detrás de esa conexión intensa no siempre hay una reciprocidad genuina. Hay quienes se aprovechan de esa vulnerabilidad, del deseo de ser vistos, escuchados o amados.

Aun así, sigo creyendo que internet no es el enemigo. Es un espejo del mundo, con sus luces y sus sombras. Nos enseña que la necesidad de conexión humana es tan fuerte que atraviesa cables, pantallas y fronteras. Que, en el fondo, todos queremos lo mismo: sentirnos comprendidos, acompañados, reales, aunque sea a través de un mensaje.

Apagar la computadora no siempre significa desconectarse del todo. A veces, lo que se encendió en la distancia sigue latiendo en la memoria. Porque hay vínculos que no necesitan presencia física para dejar huella. Quizás eso sea lo mágico —y lo peligroso— de las relaciones virtuales: que pueden ser tan reales como los sentimientos que despiertan.

Recientemente experimenté, casi por casualidad, el poder que tienen los chats y las aplicaciones para conectar con perso...
14/10/2025

Recientemente experimenté, casi por casualidad, el poder que tienen los chats y las aplicaciones para conectar con personas de distintas partes del mundo. Al principio parecía algo inocente: simples charlas, intercambios culturales, curiosidad por conocer otras formas de pensar y vivir. Pero pronto descubrí que detrás de esa aparente simplicidad se esconde un nuevo tipo de relación: la intimidad virtual.
Hoy, lo que antes parecía una fantasía sacada de una película, se ha vuelto parte de la realidad cotidiana. Existen espacios digitales donde dos desconocidos pueden compartir conversaciones subidas de tono, fotos, o incluso videollamadas íntimas, sin jamás haberse mirado a los ojos en persona. Lo curioso es que, para muchos, esto no implica una falta de autenticidad, sino una forma diferente —más libre, más controlada— de sentirse deseado, escuchado o comprendido.
Y aquí aparece una paradoja: la posibilidad de estar emocionalmente cerca sin estar físicamente presentes. Una ilusión de compañía que alivia la soledad pero también la profundiza, porque, al final del día, la pantalla se apaga y el silencio vuelve a ocupar el espacio.
💬 Un espejismo de libertad
Hace un tiempo escribí que las aplicaciones de citas dejaron de ser el camino para encontrar pareja. Más bien se transformaron en un escenario de proyecciones, donde cada quien interpreta el papel que desea. Allí se mezclan la soledad, el deseo, la necesidad de evasión y sobre todo, la libertad de ser quien uno quiere, aunque sea por un rato.
Quizás lo más atractivo de estas interacciones sea justamente eso: la falta de compromiso, el juego de la seducción sin consecuencias, el placer de sentirse visto sin tener que mostrarlo todo. Sin embargo, esa aparente libertad también tiene un costo emocional. Cuanto más virtual se vuelve el contacto, más nos alejamos del tacto real, del olor, del gesto, de todo aquello que hace que una relación sea verdaderamente humana.
🤖 ¿Nos estamos enamorando de la máquina?
Vivimos en una era donde la conexión digital se ha vuelto indispensable. Trabajamos, estudiamos, compramos y hasta nos enamoramos a través de pantallas. La “Matrix” ya no es una metáfora futurista: es nuestro día a día. Y aunque la tecnología ha acercado continentes, también ha levantado muros invisibles entre las personas.
Me pregunto si no estamos caminando hacia una sociedad donde el amor tradicional se vuelva un recuerdo romántico del pasado. Donde las primeras citas —esas que empezaban con una mirada tímida, un café compartido o un paseo al atardecer— sean reemplazadas por emojis, videollamadas y mensajes efímeros.
No me atrevo a juzgarlo, pero sí a observarlo con cierto temor. Porque si el amor empieza a construirse desde algoritmos y filtros, ¿qué lugar le quedará a la imperfección humana? ¿A ese error que nos hace reír, a la torpeza del primer beso, al nerviosismo de una cita real?
❤️ El dilema de la conexión sin contacto
Lo más inquietante es que parece más fácil abrirse emocionalmente ante un desconocido detrás de una pantalla que frente a alguien en carne y hueso. En lo virtual no hay riesgos inmediatos: no hay rechazo directo, no hay contacto físico, no hay consecuencias visibles. Pero también, no hay piel, no hay mirada, no hay energía compartida.
La tecnología nos ha regalado una nueva forma de comunicación, pero también nos ha robado algo esencial: la experiencia sensorial del encuentro. Y de algún modo, ese vacío se siente. Se disfraza con risas escritas, con fotos cuidadosamente elegidas, con filtros que suavizan los rasgos y las emociones. Pero al final, seguimos buscando lo mismo: sentirnos vistos, comprendidos, amados.
Quizás el verdadero desafío de esta era no sea desconectarnos de la red, sino reconectarnos con lo humano dentro de lo digital. Recordar que detrás de cada pantalla hay una persona, con sus miedos, deseos y contradicciones.
🌙 Reflexión final
No tengo prejuicios hacia esta nueva forma de intimidad. Pero sí me resulta perturbador imaginar un futuro donde amar sea una simulación. Donde la voz metálica de una máquina pueda decir “te amo” y hacernos creer que lo siente.
Tal vez el amor, tal como lo conocimos, no esté muriendo… solo esté mutando. Y nosotros, espectadores y protagonistas de esta transformación, aún no sabemos si celebrarlo o temerlo.

El lenguaje oculto de los sueños: lo que el alma intenta decirnosHay algo profundamente enigmático en los sueños: ese te...
07/10/2025

El lenguaje oculto de los sueños: lo que el alma intenta decirnos

Hay algo profundamente enigmático en los sueños: ese territorio donde la razón se apaga y el inconsciente despierta. Al abrir los ojos, solemos quedarnos con fragmentos dispersos —una imagen, un rostro, una sensación— intentando reconstruir el mensaje que se desvaneció con la luz del amanecer. En ese esfuerzo de interpretación proyectamos emociones humanas tan universales como la frustración, el deseo o la añoranza.

Sigmund Freud, en su célebre obra La interpretación de los sueños (1900), afirmó que “los sueños son la vía regia hacia el inconsciente”. En ellos se expresan los deseos reprimidos, los conflictos ocultos y los impulsos que la conciencia, en su estado de vigilia, intenta mantener bajo control. Lo onírico, entonces, actúa como una puerta simbólica: permite que lo prohibido, lo silenciado o lo postergado encuentre su forma de manifestarse.

A veces soñamos con personas que ya no están, y ese encuentro fugaz en el sueño nos devuelve una mezcla de consuelo y nostalgia. En otras ocasiones, los sueños nos enfrentan con nuestros miedos más profundos, disfrazados de símbolos, lugares o situaciones imposibles. Pero detrás de esa aparente incoherencia hay un lenguaje propio, uno que no se rige por la lógica sino por la emoción.

Carl Gustav Jung, en su obra El hombre y sus símbolos (1964), amplió esta visión al considerar los sueños como un puente entre el consciente y el inconsciente colectivo. Para él, cada imagen onírica es un símbolo que busca integrar las partes fragmentadas del ser y avanzar hacia la individuación. En otras palabras, soñar es también un proceso de autoconocimiento.

Quizás por eso los sueños nos conmueven tanto. Porque nos recuerdan que dentro de nosotros habita un universo vasto, simbólico y profundamente humano. Cada noche, al cerrar los ojos, regresamos a ese espacio donde la mente conversa con el alma, revelando —en silencios, metáforas y sombras— lo que aún no nos animamos a decir despiertos.

🩺 Diario de un médico de guardia: la razón, los límites y el arte de decidirExisten múltiples especialidades médicas por...
06/10/2025

🩺 Diario de un médico de guardia: la razón, los límites y el arte de decidir
Existen múltiples especialidades médicas por una razón que no admite discusión: ningún profesional puede abarcar todo el conocimiento médico por sí solo. La medicina, en su complejidad y dinamismo, nos enseña cada día que el saber se construye de manera colectiva. Cada especialidad aporta una mirada diferente, un enfoque particular, una forma única de interpretar los signos del cuerpo y los silencios del alma.

Sin embargo, esa diversidad, que en teoría nos enriquece, también puede generar tensiones cuando las líneas que separan una especialidad de otra se difuminan en la práctica diaria. En el ámbito de la guardia médica, donde las decisiones deben tomarse con rapidez y responsabilidad, esa realidad se vuelve más evidente que nunca.

Quien ha estado en una guardia sabe que cada ingreso es un desafío distinto. El médico de guardia debe actuar con criterio clínico, racionalidad y equilibrio emocional, incluso cuando el cansancio pesa o las presiones externas intentan interferir. El primer paso es siempre escuchar la historia clínica del paciente, observar, analizar y compensar en el shock room para luego decidir su destino dentro del hospital. Parece un proceso lineal, pero no siempre lo es. Porque una vez estabilizado, llega la pregunta que desata más debates que certezas: 👉 ¿A qué sector debe ingresar este paciente?

Y ahí comienzan las diferencias. Algunos consideran que debe permanecer en guardia transitoria; otros creen que ya está en condiciones de ser trasladado a clínica médica o a terapia intensiva. En medio de esas opiniones, el médico de guardia —que carga con la responsabilidad inicial— debe defender su criterio profesional con argumentos y serenidad, sabiendo que no todos verán la situación del mismo modo.

No es raro que, en ese intercambio, el diálogo se vuelva tenso. Explicar una y otra vez que un paciente ya no requiere monitoreo en guardia o que necesita un nivel de complejidad mayor, puede resultar agotador. Más aún cuando la respuesta que se obtiene del otro lado no es comprensión, sino resistencia. Y entonces uno se pregunta si el desacuerdo surge del análisis médico o de las propias dinámicas de cada servicio, de las normas no escritas que cada sector defiende con celo.

Pero la medicina no puede ser una lucha de territorios. El objetivo final no es quién tiene razón, sino qué decisión es la mejor para el paciente. Porque si algo enseña la guardia —ese espacio donde la urgencia convive con la humanidad— es que ninguna especialidad puede trabajar de forma aislada. Somos parte de una misma cadena asistencial: lo que uno hace impacta en el trabajo del otro. Y comprender eso es, quizás, uno de los mayores actos de madurez profesional.

Ser médico de guardia no solo implica diagnosticar y estabilizar. Implica también mediar entre especialidades, sostener la comunicación en medio del cansancio y defender el sentido común cuando las emociones o las rutinas lo nublan. Es aceptar que habrá días donde las decisiones no serán comprendidas, pero igualmente necesarias. Y que detrás de cada derivación, cada firma, cada pase de paciente, hay un compromiso silencioso con la vida misma.

Por eso, más allá de los desacuerdos o las opiniones divergentes, debería existir un punto de encuentro: el respeto mutuo entre profesionales. Porque solo trabajando en sintonía puede garantizarse que el paciente reciba la atención que realmente necesita. No se trata de imponer criterios, sino de construirlos en conjunto. De recordar que, antes que especialidades, somos médicos. Y antes que médicos, somos personas que elegimos una profesión que nos confronta todos los días con la fragilidad humana, pero también con su fuerza.

La guardia, en definitiva, es un espejo de lo que somos como equipo de salud. Allí se mide nuestra capacidad para escuchar, comprender y decidir. Y aunque muchas veces el cansancio nos gane, siempre hay un momento en que uno se detiene, respira y recuerda por qué eligió estar allí: porque en el caos de la urgencia, aún creemos en el valor de ayudar, sanar y entender.

La medicina es una de esas profesiones que no se detienen nunca. No hay pausas, no hay “tiempos muertos”: siempre hay un...
03/10/2025

La medicina es una de esas profesiones que no se detienen nunca. No hay pausas, no hay “tiempos muertos”: siempre hay una vida que cuidar, una urgencia que atender, una decisión que tomar en cuestión de segundos. En estos años de guardias médicas aprendí que el verdadero desafío no está solo en reconocer los signos clínicos o aplicar un tratamiento correcto, sino en comprender lo que significa estar al lado de alguien en uno de los momentos más vulnerables de su vida. Cada guardia fue una escuela. He visto rostros que expresaban miedo, otros esperanza, algunos resignación y muchos gratitud. He sostenido manos temblorosas, he dado noticias que rompieron silencios y he compartido lágrimas con familias que apenas me conocían pero que me confiaban lo más valioso que tenían: la salud y la vida de un ser querido. La universidad me enseñó a diagnosticar, a interpretar imágenes, a clasificar síntomas. Pero en la práctica, descubrí que la medicina es mucho más que un listado de pasos o protocolos. Es el arte de escuchar, de observar lo que no se dice, de interpretar gestos y silencios. Es la capacidad de entender que un paciente no es un número de cama ni una historia clínica: es una persona que llega con un pasado, con emociones, con miedos que a veces superan al dolor físico. He tenido que enfrentar decisiones que no siempre fueron fáciles: elegir entre opciones laborales por necesidad y no por deseo, aceptar condiciones cambiantes, adaptarme a lo inesperado. Y aunque muchas veces el camino no fue el que hubiera querido, cada experiencia me enseñó algo. A veces aprendí de un colega, a veces de un error, y muchas veces de los mismos pacientes, que con su fortaleza y su manera de enfrentar la adversidad nos muestran que la medicina también se aprende fuera de los libros. La guardia es un terreno donde la ciencia se mezcla con la humanidad. Donde la técnica debe convivir con la empatía. Donde, en medio del cansancio y la presión, recordamos que elegimos esta profesión para estar presentes en los momentos más críticos de otros, aun cuando eso signifique dejar de lado los propios. Hoy entiendo que cada turno, cada madrugada en vela, cada decisión rápida dejó en mí una marca. Y que esas marcas son parte de lo que soy como profesional y como persona. Ser médico no es tener todas las respuestas: es aceptar que muchas veces caminamos en medio de la incertidumbre, pero con la certeza de que nuestra presencia puede hacer la diferencia. 🔹 La medicina no es solo un trabajo: es un compromiso constante con la vida, con la esperanza y con la humanidad.

¿Dónde está el botón de apagado?”El grito silencioso del dolor insoportable.Esta paciente enfrentaba un cáncer en etapa ...
07/08/2025

¿Dónde está el botón de apagado?”El grito silencioso del dolor insoportable.
Esta paciente enfrentaba un cáncer en etapa avanzada. Su dolor no era sólo físico, sino existencial. Había alcanzado ese punto en el que ya no se busca tanto mejorar, sino simplemente dejar de sufrir. Había reducido su vida a lo esencial: comer, dormir, tolerar. Todo lo demás era secundario. El dolor la obligaba a vivir en modo supervivencia.
Su pregunta fue una forma de decir: “Ya no puedo más. ¿Cómo se apaga esto?”
El dolor que no se ve, pero que todo lo condiciona
En medicina hablamos de escalas del dolor, de porcentajes, de niveles. Pero para quien lo padece, el dolor es total. Es un invasor que se instala en el cuerpo, toma la conciencia, y transforma cada día en un campo de batalla.
Hay dolores que se medican. Pero hay otros que requieren más: empatía, escucha, acompañamiento, humanización del acto médico.
Esta paciente me recordó que el humor, incluso en el sufrimiento, es un mecanismo de defensa, una manera de resistir. Pero también una alarma encendida: detrás de la broma, el cuerpo pide ayuda a gritos.
Lo insostenible que se vuelve cotidiano
En los pasillos de la medicina, solemos ver rostros cansados, palabras resignadas, miradas que ya no preguntan. Pero, a veces, aparece una frase como esa, que lo cambia todo. Nos confronta con la dimensión más humana de nuestro rol: aliviar, contener, y, cuando no se puede curar, estar.
¿Dónde está el botón de apagado?
Tal vez no existe. Pero sí existe la posibilidad de acompañar ese dolor, de tratarlo con dignidad, y de que el paciente no lo transite en soledad.
Conclusión
Esa frase me quedó grabada porque me hizo reflexionar sobre el límite del sufrimiento humano, sobre la necesidad de escuchar más allá de las palabras, y sobre lo mucho que aún podemos hacer incluso cuando la medicina no puede ofrecer cura.
Apagar el dolor, aunque sea por un instante, puede ser el acto más compasivo de todos. Porque no siempre se trata de vivir más. A veces, solo se trata de no doler.

El caos y el vacío no son compañeros. No se dan la mano ni se abrazan en la penumbra. Apenas coexisten, como dos etapas ...
26/07/2025

El caos y el vacío no son compañeros. No se dan la mano ni se abrazan en la penumbra. Apenas coexisten, como dos etapas distintas de un mismo proceso inevitable. Uno grita, arrasa, ruge con fuerza. El otro espera en silencio. Pero ambos forman parte de un todo mayor: el ciclo que atraviesan los individuos, los grupos y hasta las civilizaciones cuando pierden su rumbo.

El caos no es más que el desorden absoluto, manifestado en todas sus dimensiones: emocional, social, espiritual. Aparece cuando los pilares de la coherencia y la armonía se desmoronan. No es aleatorio, no surge de la nada. Se alimenta de los pensamientos oscuros, de la ira no canalizada, del resentimiento acumulado, del miedo disfrazado de poder. Crece como una hiedra tóxica cuando la humanidad decide —consciente o inconscientemente— abonarlo.

Y cuando el caos encuentra terreno fértil, no se detiene. Destruye. Lo hace en todos los planos: ideas, relaciones, estructuras, comunidades enteras. Nos volvemos partícipes sin quererlo, o lo peor, queriéndolo. Porque muchas veces confundimos el caos con una forma de justicia, con una excusa para romper todo lo que no supimos sanar. Lo usamos como herramienta para sembrar odio, generar pánico, desestabilizar... hasta que finalmente se cumple su cometido: la destrucción.

Y entonces ocurre algo inquietante. Tras la tormenta brutal que deja todo reducido a cenizas, llega el silencio. Un silencio denso, incómodo, como antesala de algo aún más abrumador: el vacío.

El vacío no es caos. Es su consecuencia. Es el eco de lo perdido. No grita ni ruge, simplemente absorbe. Se traga los restos, los gritos, las culpas. No tiene forma ni límites. Es la nada que llega después de todo, cuando ya no queda nada por romper. Es la conciencia posterior a la caída, el momento en que entendemos que ya no hay a quién culpar, ni qué salvar.

Este ciclo, aunque devastador, no es irreversible. Comprenderlo es el primer paso para evitarlo. Porque mientras el caos se nutre del odio, también puede ser desactivado por la empatía, la reflexión y el diálogo. Y el vacío, aunque parece eterno, puede ser el suelo fértil donde nazca algo nuevo... si elegimos no volver a sembrar las mismas sombras.

La ciencia médica se encuentra atravesando una revolución sin precedentes. En las últimas décadas, los avances tecnológi...
18/07/2025

La ciencia médica se encuentra atravesando una revolución sin precedentes. En las últimas décadas, los avances tecnológicos han transformado profundamente la manera en que entendemos, investigamos y abordamos las enfermedades. En este escenario, la inteligencia artificial (IA) ha emergido como una herramienta clave, cambiando para siempre el mapa de la investigación clínica y epidemiológica.
La integración de la IA en la ciencia médica
El uso de algoritmos inteligentes, aprendizaje automático y procesamiento de lenguaje natural ha permitido a los profesionales de la salud analizar de forma más rápida y precisa una enorme cantidad de datos biomédicos. Informes clínicos, estudios de imágenes, registros electrónicos de salud, bases de datos genéticas y literatura científica pueden ahora ser cruzados, integrados e interpretados en cuestión de segundos.
Este nivel de automatización no solo mejora la eficiencia, sino que permite a los investigadores médicos dedicar más tiempo al análisis crítico y al desarrollo de hipótesis, en lugar de tareas repetitivas de búsqueda o clasificación.
Interiorización y comparación a escala global
Una de las ventajas más destacadas es la posibilidad de comparar datos locales con tendencias internacionales. Herramientas impulsadas por IA permiten cotejar incidencias, patrones de respuesta a tratamientos, mutaciones genéticas y eficacia terapéutica entre distintas poblaciones y países. Esto no solo enriquece la comprensión de enfermedades emergentes, sino que facilita la colaboración científica transnacional, aportando una mirada más global y equitativa a la medicina.
Lo positivo del uso de IA en la investigación médica
Acceso inmediato al conocimiento: Plataformas basadas en IA pueden identificar publicaciones científicas relevantes, resúmenes de evidencia y ensayos clínicos en cuestión de segundos.
Predicción de enfermedades: Los algoritmos permiten anticipar brotes, detectar factores de riesgo y evaluar la probabilidad de aparición de enfermedades en individuos o comunidades.
Diagnóstico asistido: El procesamiento de imágenes médicas y la interpretación automatizada de resultados han mejorado la precisión diagnóstica.
Toma de decisiones basada en datos reales: Gracias al análisis de big data, los médicos pueden ofrecer tratamientos más personalizados y ajustados a cada paciente.
¿Y lo negativo? Riesgos y desafíos
Como toda herramienta poderosa, la IA también plantea desafíos importantes:
Sesgos en los datos: Si los algoritmos se entrenan con datos incompletos o sesgados, los resultados pueden ser imprecisos o incluso peligrosos.
Pérdida de criterio clínico: La dependencia excesiva de herramientas automáticas puede disminuir la capacidad crítica del profesional humano.
Privacidad de los datos: El uso masivo de información médica digital exige estrictos estándares de seguridad y ética.
Desigualdad en el acceso: No todos los países ni sistemas de salud tienen las mismas posibilidades de implementar IA, lo que puede agravar brechas preexistentes.
Un futuro más accesible y personalizado
Lo que antes requería meses de investigación en bibliotecas, ahora se puede iniciar con una simple búsqueda guiada por IA. Desde profesionales hasta estudiantes de medicina, hoy es posible diseñar investigaciones, comparar tratamientos y desarrollar hipótesis clínicas con mayor facilidad y profundidad.
El futuro no solo es digital, sino también más accesible y personalizado. Cada médico investigador puede convertirse en generador de conocimiento, apoyado por la potencia de la inteligencia artificial, siempre que la herramienta se utilice con espíritu ético, clínico y humanista.

AutorVanesa NoveroSer médico es una de las profesiones más admiradas y a la vez más desprotegidas. Detrás del guardapolv...
14/07/2025

Autor
Vanesa Novero
Ser médico es una de las profesiones más admiradas y a la vez más desprotegidas. Detrás del guardapolvo blanco y la mirada serena que da contención al paciente, hay una rutina de jornadas interminables, decisiones críticas y una carga emocional que muchas veces nos supera. El tiempo se diluye entre turnos rotativos, guardias extenuantes y la presión constante de resolver, de no fallar. Y cuando finalmente logramos parar unos minutos, nos enfrentamos a una pregunta cada vez más incómoda: ¿hasta cuándo podremos sostener este ritmo sin quebrarnos?
En muchos países, el sistema sanitario está comenzando a cuestionar el exceso como modo de vida. Se implementan descansos programados, horarios más humanos y remuneraciones que permiten equilibrio entre vida personal y profesional. Sin embargo, en otras regiones como la nuestra, seguimos normalizando el pluriempleo, los contratos precarios y la falta de reconocimiento económico. A veces trabajamos el doble, solo para llegar apenas a fin de mes. La vocación no debería convertirse en una condena.
El problema no es solo el cansancio físico,es también el agotamiento emocional, la desconexión con la vida propia, la imposibilidad de proyectar un futuro más allá del próximo turno. No hay espacio para vacaciones, para compartir en familia o simplemente para descansar sin culpa. El ocio se convierte en un lujo y el tiempo en un enemigo silencioso que nos empuja sin tregua, llevándose entre los dedos la juventud, la salud y, en muchos casos, el entusiasmo.
Lo más triste es ver a colegas que se jubilan y deben seguir trabajando porque la mínima de retiro no alcanza. Médicos que, tras 30 o 40 años de servicio, no pueden permitirse descansar porque el sistema les devuelve solo una fracción de lo que dieron. ¿Qué nos espera si seguimos así? ¿Qué clase de vejez nos aguarda si nunca pensamos en frenar?
Estudiamos más de una década, nos formamos durante años, nos perfeccionamos constantemente. Pero cuando miramos hacia atrás, nos encontramos con un presente que no compensa lo que dimos. Y un futuro incierto, en el que solo sobreviven quienes aceptan seguir corriendo en esta rueda sin pausa.
¿Qué necesitamos cambiar?
Necesitamos políticas que valoren nuestra tarea. Que entiendan que un médico descansado toma mejores decisiones, que un profesional bien remunerado no necesita doblar turnos para vivir con dignidad y que el bienestar no puede ser un privilegio, sino un derecho.
Debemos proyectar un camino hacia la vejez con respeto, con estabilidad, con oportunidades de retiro que no nos expulsen a la miseria. Necesitamos dejar de romantizar el sacrificio extremo y empezar a exigir condiciones laborales que honren nuestra entrega.
Porque al final del día, no se trata solo de curar a otros, sino de no olvidarnos de cuidar también nuestra propia vida

Mitos comunes que sobrevuelan las guardiasLas guardias médicas están rodeadas de una niebla de supuestos erróneos que, a...
10/07/2025

Mitos comunes que sobrevuelan las guardias
Las guardias médicas están rodeadas de una niebla de supuestos erróneos que, aunque repetidos una y otra vez, distan bastante de la realidad cotidiana de quienes trabajan allí. Son ideas instaladas culturalmente, alimentadas por la desinformación, la desesperación del paciente, o simplemente por no haber atravesado nunca una noche entera entre alarmas, luces blancas y respiraciones entrecortadas.

“En la guardia no hacen nada, están todo el tiempo tomando mate”
Tal vez uno de los mitos más injustos y persistentes. Lo cierto es que la guardia médica es un espacio de alta demanda, con un flujo continuo de pacientes que llegan sin filtro previo: desde un resfrío hasta un paro cardiorrespiratorio. Cuando hay momentos de calma —que no siempre los hay— los profesionales aprovechan para comer algo rápido, documentar historias clínicas o preparar el pase al próximo turno. Pero el descanso verdadero casi nunca existe. Están siempre en modo alerta, incluso en silencio.

“Solo atienden emergencias graves”
Aunque idealmente debería ser así, en la práctica, la guardia también absorbe aquello que el sistema no logra resolver durante el horario habitual: personas sin obra social, pacientes con enfermedades crónicas sin seguimiento, y quienes llegan por angustia, soledad o necesidad de ser escuchados. Lo urgente no siempre es evidente. Una crisis de ansiedad puede ser tan paralizante como una fractura expuesta, aunque no sangre.

“No hay médicos de verdad en la noche”
El mito de que por la noche todo es improvisado o que “no hay nadie” es falso. En cada guardia hay profesionales entrenados para actuar ante múltiples escenarios. Son los que sostienen el sistema mientras la mayoría duerme. No se trata de reemplazos o suplentes: son el primer frente de batalla. La diferencia es que, durante la noche, los recursos suelen ser más escasos, lo que exige mayor agudeza clínica, creatividad y temple.

“Si no me atienden rápido es porque no les importa”
La urgencia se mide en términos médicos, no emocionales. Por eso puede pasar que una persona con una dolencia leve espere varias horas mientras se prioriza a un infarto, a un niño convulsionando o a una embarazada en trabajo de parto. La espera no es falta de empatía: es la consecuencia inevitable de atender a todos sin importar el orden de llegada, sino el de gravedad.

Escribir no siempre es decirlo todoVolcar la creatividad en lo que sabemos no siempre es sencillo. A veces, nuestro cono...
09/07/2025

Escribir no siempre es decirlo todo
Volcar la creatividad en lo que sabemos no siempre es sencillo. A veces, nuestro conocimiento es tan amplio, tan cargado de ideas, vivencias y sensaciones, que resulta difícil elegir cómo y por dónde empezar. Entonces, sin darnos cuenta, terminamos resumiendo aquello que realmente queríamos expresar.

Y es ahí donde nace la pregunta:
¿Será suficiente lo que escribí?
¿Logré transmitir lo que realmente quería decir?
¿O simplemente acaricié la superficie de una idea que en mi interior es mucho más profunda?

Cuando la redacción se llena de emoción y sentimientos encontrados, uno se enfrenta a ese dilema constante entre lo claro y lo abstracto, entre lo literal y lo simbólico. A veces escribir se vuelve un espejo: nos enfrentamos a nosotros mismos, a nuestras limitaciones, a nuestras dudas.

Un ejemplo cotidiano:
En las redes sociales abundan textos que parecen querer decir algo importante… pero no dicen nada. Otros, en cambio, tienen pocas palabras, pero llegan tan profundo que dejan al lector en silencio, reflexionando. También están los que, sin querer, desalientan, generan distancia o confusión. Y es que escribir no es solo juntar frases: es diseñar un puente entre lo que uno piensa y lo que el otro puede sentir.

Escribir un artículo es un acto creativo y también un arte. No se trata únicamente de informar, sino de conectar, de provocar, de despertar. Es una forma de expresión con sello propio, capaz de innovar, de emocionar y muchas veces de decir más entre líneas que en lo evidente.

Por eso, escribir bien no es solo una habilidad técnica: es también una responsabilidad emocional. Porque cada palabra tiene un peso, y cada silencio entre líneas también.

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