02/07/2025
QUIÉN FUE EL NIÑO QUE SALIÓ EN LA FOTO
Habíamos decidido pasar la tarde en el parque. Era uno de esos lugares que, aunque sencillo, siempre lograba reunirnos como familia, alejándonos por un rato del ruido y las pantallas. Mi esposo preparó la cámara y, tras jugar con los niños en el césped, quisimos inmortalizar el momento. Nos acomodamos frente a un viejo columpio, justo al atardecer, cuando la luz dorada hacía que todo se viera cálido y tranquilo. La sonrisa de mis hijos y la de nosotros dos reflejaban una felicidad sencilla y genuina. Pulsamos el botón y el clic quedó grabado para siempre.
Al llegar a casa y pasar las fotos al computador, algo nos llamó la atención. En una de las imágenes aparecía un niño, parado detrás de nosotros, a poca distancia, vestido con ropa que parecía antigua, como sacada de otra época. Su rostro era serio y sus ojos parecían mirarnos fijamente, con una expresión tan intensa que helaba la sangre. Lo extraño era que nadie lo había visto ni oído en el parque. Nadie se había dado cuenta de que alguien más estaba allí. El niño no formaba parte de nuestra familia ni de los visitantes habituales. No había rastro de él ni antes ni después de la foto.
Al principio pensamos que era un error, tal vez un desconocido que se había colado sin darnos cuenta. Pero al intentar recordar, ninguno de nosotros lo había visto siquiera pasar cerca. Los niños dijeron que habían estado jugando solo con nosotros y mi esposo aseguró que mientras hacíamos la foto, él había revisado alrededor sin detectar a nadie más. Eso nos empezó a inquietar. ¿Quién era ese niño? ¿Cómo era posible que apareciera en la foto si nadie lo vio? La imagen parecía real, no un reflejo ni una sombra mal formada. Parecía un recuerdo atrapado en el tiempo.
Decidimos llamar a la administración del parque, esperando una explicación racional. La voz al otro lado del teléfono nos respondió con un tono calmado pero serio. Nos contó que desde hace años, algunos visitantes aseguran haber visto a un niño pequeño cerca de los columpios. Lo llaman “el niño del columpio”. Dicen que siempre viste ropa antigua, similar a la de épocas pasadas, y que aparece y desaparece sin dejar rastro. Nadie sabe con certeza quién es ni de dónde viene. Algunos hablan de una historia triste, otros simplemente lo consideran una presencia inexplicable. Lo más curioso es que, según el vigilante, cada vez que alguien se acerca para intentar hablarle o tocarlo, el niño desaparece en un parpadeo.
Quedamos en silencio. Esa explicación encajaba perfectamente con lo que habíamos visto en la foto. El vigilante nos advirtió que no éramos los primeros en capturar esa imagen, aunque pocos tenían la valentía de hablar de ello. Nos recomendó no obsesionarnos con el tema, porque según él, era mejor respetar lo que no podemos entender.
Por las noches, mientras revisaba la foto una y otra vez, sentía una mezcla de fascinación y desasosiego. Miraba los ojos del niño y me preguntaba qué historia guardaba ese pequeño espectro. Pensé en las posibilidades, en cómo podía estar atrapado entre mundos, en qué buscaba o qué quería decirnos con esa mirada fija y silenciosa.
A medida que pasaban los días, la inquietud no desaparecía. Me sorprendió notar que algunas veces, al pasar por el parque, sentía una presencia ligera, como si alguien estuviera observándome desde lejos, pero al girar, no había nadie. Era como si el niño siguiera allí, esperando sin prisa, invisible a los ojos pero visible para la cámara.
Compartí la foto con algunos amigos, quienes se mostraron escépticos pero también intrigados. Algunos sugirieron que podría tratarse de un simple reflejo, una superposición accidental, o un efecto de la cámara. Sin embargo, la intensidad de la imagen y el silencio del niño no encajaban con esas teorías. Había algo más.
Una noche, soñé que caminaba solo por el parque. Era de noche y el columpio se movía suavemente sin viento. De repente, una figura pequeña apareció detrás de mí. Era ese mismo niño, vestido con ropa vieja, pero en el sueño, sus ojos no eran fríos ni inquietantes, sino tristes. Quise acercarme, pero cada vez que intentaba tocarlo, se desvanecía como humo. Desperté con el corazón acelerado, y en ese momento comprendí que tal vez aquel niño estaba atado a ese lugar, a esa época, a esa historia que nadie había contado.
Decidí buscar información sobre la historia del parque. Encontré que hacía muchas décadas, en ese terreno había un pequeño vecindario que luego fue demolido para construir el espacio verde actual. Algunos registros hablaban de un accidente que había ocurrido cerca de los columpios, en el que un niño perdió la vida. Nada oficial, solo rumores que se fueron transmitiendo de boca en boca. Pero bastaba para darle sentido a lo que habíamos capturado.
La idea de que una vida tan corta y triste pudiera quedar atrapada en un instante invisible para todos menos para una cámara me conmovió. No era miedo lo que sentía ahora, sino una mezcla extraña de respeto y pena. Pensé que ese niño no buscaba hacer daño, ni siquiera asustar, solo ser visto, ser recordado.
Al día siguiente volví al parque con la foto en el celular. Me acerqué lentamente al columpio vacío, el mismo donde habíamos tomado la imagen. El sol aún no terminaba de salir, y la brisa movía las hojas de los árboles. Me senté en el banco cercano y por un momento todo estuvo en silencio. Miré hacia el lugar donde el niño aparecía en la foto. Cerré los ojos y, por un segundo, sentí una calma profunda, como si alguien me agradeciera en silencio.
Al regresar a casa supe que esa experiencia se quedaría conmigo para siempre. Había aprendido que hay cosas que escapan a nuestra comprensión, que a veces el pasado se filtra al presente en formas inesperadas, y que algunos recuerdos se resisten a desaparecer. No pude evitar sentir que ese niño, a pesar de su silencio, me había contado una historia que yo tenía el deber de compartir.
Desde entonces, cada vez que paso por ese parque, miro los columpios con un respeto diferente. Ya no solo son juegos vacíos, sino testigos de un misterio que aún permanece oculto para la mayoría, pero que a través de una simple foto familiar, salió a la luz para recordarnos que algunas presencias nunca se van del todo.