17/08/2025
TRECE DÍAS EN EL CORAZÓN DE LA MONTAÑA
Escrito Por Rolando Carmona
La historia de José no es común ni se pierde entre tantas otras: tiene visos de una gesta. Por trece días —un número que la superstición asocia a la desgracia— se enemistó con la naturaleza que tantas veces lo había cobijado. Y, sin embargo, ese mismo número que para otros sería mal augurio, para él fue la cifra exacta que lo devolvió a la vida.
Quienes amamos la literatura nos hemos deleitado con relatos semejantes que guardan ecos de aventuras como el “Robinson Crusoe” de Daniel Defoe, aislado en su isla tras un naufragio; o los hechos reales de “Relato de un náufrago” de Gabriel García Márquez, con Luis Alejandro Velasco a la deriva durante diez días en el mar del Caribe; o la historia de Donn Fendrel, aquel niño de doce años que, en 1939, sobrevivió nueve días perdido en las montañas de Maine, enfrentando el frío, el hambre y la hostilidad del bosque, inspirando la reciente película “Perdido en la montaña”.
La de Josho —como lo llaman— es también verídica y se escribe con el pulso de la tierra riojana. Practicante asiduo del deporte de montaña, salió a entrenar un 27 de julio y se internó en el cerro El Morro, o Cerro de la Cruz, al oeste de la capital riojana. Desde la cima, la montaña le tendió su emboscada: una neblina súbita, densa como un manto de algodón, lo desorientó y lo empujó por un sendero equivocado. Desde ese instante comenzó su odisea y la vigilia ansiosa de su familia y de un pueblo entero.
El operativo de búsqueda comenzó de inmediato, pero el tiempo, implacable, parecía jugar en contra. El terreno era áspero y traicionero; los rescatistas debían abandonar incluso los senderos conocidos y, a veces, pasar la noche en la montaña, pues el invierno acorta los días y el regreso a la ciudad no siempre era seguro. Desde sus campamentos, reanudaban cada amanecer el rastrillaje.
Mientras tanto, José aplicaba su experiencia de montañista y su resistencia física para sobrevivir. No se entregó a la quietud: caminaba de día y, al caer la tarde, reunía ramas para improvisar un refugio contra las heladas nocturnas de julio, uno de los meses más crudos del año.
Más de trescientas personas se sumaron al operativo: Policía, Gendarmería, Defensa Civil, parapentistas y senderistas. La tecnología se desplegó como un ejército invisible: drones con cámaras térmicas y hasta un helicóptero rastrearon la zona. Pero cada anochecer llegaba sin noticias alentadoras, y la desesperación iba en aumento.
En una de sus mudanzas de refugio, José halló una herradura desprendida de algún caballo de la zona. Desgastada por el uso, la convirtió en herramienta para extraer el jugo de los cardones y así calmar su sed y su hambre. La herradura es un símbolo cultural y de buena suerte que en efecto le sirvió al perdido en la montaña. Aquellas pequeñas dosis de azúcares y mucílagos, contribuían a su supervivencia aportando algunos nutrientes que le permitían proseguir el camino.
Transcurría el décimo tercer día de la desaparición y búsqueda, las esperanzas empezaban a flaquear cuando el milagro se produjo, como toda historia que tiene un final.
Un grupo de rescatistas del CAPE (Cuerpo de asistencia y Protección de Emergencias) tuvo el honor de encontrar a José y para mayor satisfacción con vida. Cuenta el sargento Víctor Ibáñez que rastrillaban una parte agreste, inhóspita e intransitable, tanto por su vegetación como por los picos y filos de la montaña. Les pareció oír que alguien gritaba, entonces preguntaron por radio a otro grupo cercano si fueron ellos los que emitieron el grito. El grupo consultado comunicó su negativa. Entonces, escucharon un segundo grito, pero más apagado y débil, nuevamente se interrogó al otro grupo obteniendo ídem respuesta.
Los corazones latieron y los rescatistas preguntaron:
–¿Eres tú José?
La respuesta, débil pero nítida, atravesó el aire:
—Sí, soy yo.
Con sogas, los rescatistas descendieron hasta el refugio improvisado. Allí estaba José, recostado, mirando el cielo. El temblor de los cuerpos y las lágrimas de quienes lo encontraban eran testimonio de trece días de angustia vencidos. Él, consciente de lo que significaba esa búsqueda, pidió perdón.
Aun con el deterioro de su cuerpo tras soportar dos semanas internado en la naturaleza a la buena de Dios, José se reanimó con la asistencia de los rescatistas y solicitó regresar caminando como una muestra más de su valentía y coraje, esa peculiar característica que tienen los hombres que no se rinden y no entregan su honor con facilidad calzándose el traje de héroe.
Lo demás ya pertenece al territorio de la memoria colectiva. La historia se inscribirá como uno de los sucesos con mayor suspenso y angustia, pero también de resistencia y esperanza que vivió la ciudad de los naranjos y toda la provincia con su gente.