28/06/2025
𝐄𝐋 𝐅𝐔𝐓𝐔𝐑𝐎 𝐃𝐄 𝐁𝐎𝐋𝐈𝐕𝐈𝐀 𝐍𝐎 𝐒𝐄 𝐏𝐄𝐑𝐅𝐎𝐑𝐀, 𝐒𝐄 𝐂𝐔𝐋𝐓𝐈𝐕𝐀
𝖯𝗈𝗋: 𝑨𝒈𝒖𝒔𝒕í𝒏 𝒁𝒂𝒎𝒃𝒓𝒂𝒏𝒂 𝑨𝒓𝒛𝒆 (𝖵𝗂𝖼𝖾𝗉𝗋𝖾𝗌𝗂𝖽𝖾𝗇𝗍𝖾 𝖢𝗈𝗆𝗂𝗍é 𝖯𝗋𝗈 𝖲𝖺𝗇𝗍𝖺 𝖢𝗋𝗎𝗓)
Bolivia lleva 200 años repitiendo el mismo error: cada vez que aparece un recurso –la plata de Potosí, el estaño de Oruro, el gas del Chaco– corremos a venderlo crudo y rápido. El dinero llega fácil, el Estado engorda y, cuando el precio se cae, volvemos a la pobreza de siempre. Ese libreto ya no da para un capítulo más.
El extractivismo es un matrimonio tóxico entre estatismo y corrupción. Para arrancar un solo barril o una onza de metal hace falta diésel subsidiado, maquinaria extranjera, oleoductos, consultores, controles militares y mil permisos que se compran en pasillos oscuros. Si el commodity tropieza en la bolsa de Nueva York, el país entero tiembla. Encima quedan los pozos secos, los ríos contaminados y los conflictos por regalías que enfrentan a regiones hermanas.
En cambio, el modelo productivo agropecuario se riega con sudor y esperanza. El productor no pide un cheque del Tesoro; perfora su pozo de agua, arma su panel solar o sólo se conecta energéticamente y sólo exige caminos que no se hundan al primer aguacero. Crea empleo local, mueve ferreterías, frigoríficos y universidades. Y este modelo sirve tanto en los llanos cruceños como en los valles cochabambinos o en los suelos altos de La Paz y Oruro: papa, quinua, camélidos, frutales, leche – cada quien siembra donde Dios nos bendijo.
Para muestra, apretemos un botón: el extractivismo traga miles de millones antes de producir un dólar, compra “paz social” con plata ajena y deja un pasivo ambiental que nuestros nietos pagarán; la producción agropecuaria invierte menos y más rápido, reparte el riesgo entre miles de familias, renueva el suelo cada cosecha y sus impactos se manejan con buenas prácticas. El petróleo se acaba; la tierra, bien cuidada, vuelve a parir cada temporada.
La historia ya la conocemos: Venezuela lloró petróleo, Ecuador sangra por la Yasuní, y la propia Bolivia se quedó mirando el chuquiago de los hidrocarburos mientras la pobreza volvía por la puerta trasera. En cambio, regiones que apostaron al campo –del Midwest estadounidense al Cerrado brasileño– transformaron granos en biotecnología, y biotecnología en dignidad.
Por eso afirmo, sin vueltas: el extractivismo es esa vieja cantina donde el Estado se emborracha de renta fácil y despierta con resaca moral. El agro productivo es la chacra familiar donde cada semilla trae un mañana mejor y donde la riqueza se derrama en ferreterías, transportistas, frigoríficos y universidades.
Santa Cruz entendió la lección y ya avanza con fuerza; pero este no es un club privado: el occidente también puede y debe sumarse – transformar masivamente su papa en chips, su quinua en barras energéticas, su fibra de alpaca en moda mundial. Se trata de que cada rincón del país convierta lo que produce en valor, trabajo y dignidad.
Es sencillo: el futuro de Bolivia no se perfora, se cultiva. Dejemos de quemar el subsuelo para pasar el invierno y empecemos a sembrar surcos que alimenten a nuestros hijos. El extractivismo ya colapsó; el campo, en cambio, siempre regresa con la próxima lluvia. Enterremos de una vez esa fiebre del subsuelo y sembremos libertad, producción y futuro para toda Bolivia.
*𝘌𝘭 𝘱𝘳𝘦𝘴𝘦𝘯𝘵𝘦 𝘢𝘳𝘵í𝘤𝘶𝘭𝘰 𝘥𝘦 𝘰𝘱𝘪𝘯𝘪ó𝘯 𝘱𝘶𝘦𝘥𝘦 𝘴𝘦𝘳 𝘥𝘪𝘴𝘵𝘳𝘪𝘣𝘶𝘪𝘥𝘰 𝘴𝘪𝘦𝘮𝘱𝘳𝘦 𝘯𝘰𝘮𝘣𝘳𝘢𝘯𝘥𝘰 𝘢𝘭 𝘢𝘶𝘵𝘰𝘳.