23/04/2025
"CINCO MINUTOS PARA CERRAR EL ATAÚD"
Vale la pena leerlo.
El caballo, tras ser mordido por una serpiente, cayó desmayado en el establo.
La gallina lo encontró temblando, con los ojos en blanco. Corrió al bosque, recogió hierbas y preparó un té medicinal.
Aunque era pequeña, arrastró una cáscara de coco llena de té hasta el caballo, jadeante y con las plumas empapadas.
Cuando él despertó, la miró y gritó con dureza:
— ¡Lárgate con tu limosna! ¡Déjame solo! ¡Sé cómo curarme!
Levantó la pata con furia y, con un gesto brusco, derramó el té. El líquido caliente salpicó el rostro de la gallina.
Ella no dijo nada. Solo se alejó forzando una sonrisa. Pero al llegar al gallinero, sola, rompió en llanto.
Esa noche, entre sollozos, escuchó al caballo gemir y delirar con fiebre.
Entonces hizo lo que el corazón le dictó: arrastró su nido hasta el establo, se acostó junto a él y se quedó allí, vigilando su sueño.
Cuando el caballo despertó, aún enojado, gritó:
— ¿Qué haces aquí? ¡No quiero tu compañía! ¡No necesito esto! ¡Te odio! ¿Acaso no entiendes?
Y le dio una patada.
La gallina voló hacia un lado, herida.
Una vez más, no dijo nada. Solo arrastró su nido de vuelta, con dificultad, debido a las heridas.
Al llegar al gallinero, volvió a ahogarse en un mar de tristeza.
Al día siguiente, con las plumas sucias y los ojos tristes, subió la montaña. Con esfuerzo, herida y cojeando, fue en busca del sabio.
— Maestro… — dijo la gallina con voz débil.
— El caballo… ¿algún día reconocerá el amor que siento por él? ¿O moriré sin ser vista?
El sabio la miró con profundidad y respondió:
— Sí… lo reconocerá.
Cuando el sepulturero diga: “Cinco minutos para cerrar el ataúd.”
Esas palabras resonaron en el corazón de la gallina.
Regresó al gallinero… pero ya no era la misma.
Las patadas, los gritos, el desprecio… habían roto algo dentro de ella.
Ya no picoteaba, ni cantaba, ni sonreía. Fue muriendo poco a poco…
Y nunca más volvió al establo.
Pocos días después, el caballo empezó a notar su ausencia.
Extrañó sus visitas.
Su cuidado.
La sombra compartida.
Una pregunta comenzó a retumbar en su mente:
— ¿Y si… fue por mi culpa?
Y mientras lloraba, consumido por el remordimiento, un colibrí se posó en la cerca y anunció la noticia más triste que se puede escuchar:
— La gallina… ha mu**to.
La están llevando al cementerio ahora.
¿No vas a rendirle tu último homenaje?
El caballo se paralizó.
El dolor le desgarró el pecho.
Cada paso hacia el cementerio era una lágrima que caía.
Pero las que más ardían… eran las del arrepentimiento.
Allí estaba ella.
La que siempre estuvo a su lado.
La que él nunca supo ver.
Solo que esta vez, con las alas cruzadas sobre el pecho y los pies juntos, inmóviles en el ataúd.
El sepulturero anunció:
— ¡Cinco minutos para cerrar el ataúd!
Esas palabras cayeron como un ma****lo sobre el pecho del caballo, que casi explotaba del dolor.
Cinco minutos… y sería el adiós a la dulzura de la gallina. El adiós a su compañera fiel.
Entonces se lanzó sobre el ataúd y, entre sollozos, lloró:
— Ella era buena…
Era generosa…
Era mi amiga.
Siempre estuvo ahí para mí…
Y yo… ¡yo la amaba!
Cuánta falta me va a hacer…
Fueron cinco minutos de palabras que ella nunca escuchó en vida.
Cuando el reloj marcó el último segundo… el sepulturero no cerró el ataúd como había prometido.
El caballo parpadeó, confundido.
Y de pronto,
La gallina se levantó, con una dulce sonrisa y las plumas empolvadas.
— Yo también te amo, caballo…
Tú también eres todo eso que acabas de decir.
El caballo abrió los ojos, detuvo las lágrimas y, entre rabia y alivio, gritó:
— ¿¡Qué!? ¡¿No estás mu**ta!?
— Claro que no, caballo…
Solo quería cinco minutos de reconocimiento.
El caballo resopló, golpeó el suelo con la pata y rugió:
— ¡Por eso te odio!
Pero mientras la boca decía eso…
El corazón gritaba lo contrario.
Y la abrazó. Un abrazo tan fuerte, tan desesperado, como nunca antes.
Porque al fin…
Entendió lo que había perdido.
Y, por primera vez… lo que realmente tenía.
No esperes a que el sepulturero diga “cinco minutos para cerrar el ataúd” para reconocer el valor de alguien.
Si puedes decirlo hoy, dilo.
Si puedes compartir esta historia con alguien, hazlo.
Exprésate. Ama. Y sigue la página para no perder las próximas historias.
Tomando de la red.