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¿Dónde está la educación laica en Bolivia?Por Andrés Mallo Sandoval – La Cuerpa En una entrevista reciente —tras la prim...
01/09/2025

¿Dónde está la educación laica en Bolivia?

Por Andrés Mallo Sandoval – La Cuerpa

En una entrevista reciente —tras la primera vuelta electoral del pasado 17 de agosto y con la segunda vuelta en el horizonte— reflexioné profundamente sobre la laicidad y los mensajes religiosos que han circulado con fuerza en medios hegemónicos y redes sociales. Candidatos han lanzado discursos cargados de tintes conservadores y religiosos para atraer a votantes atendiendo a la fe, no a la justicia. Esta situación evidencia la ausencia de una cultura laica en nuestro país, aun cuando debería ser un principio esencial, especialmente para quienes se postulan para gobernarnos.

La entrevista puso al descubierto un patrón discursivo impuesto por líderes políticos y medios tradicionales que reproducen una narrativa conservadora sin cuestionamiento. Esta reproducción acrítica tiene raíces en la ignorancia o en la naturalización de información como verdad, lo que identificamos como “posverdad”.

El verdadero origen de este problema es educativo. Como bien señaló un representante de Fe y Alegría, en los últimos años no han hecho incidencia en la política pública educativa. Esto es relevante en el marco de la Ley 070 de Educación "Avelino Siñani – Elizardo Pérez", promulgada en 2010, que establece una educación laica, descolonizadora, intercultural, plurilingüe e inclusiva. En su articulado se subraya el derecho universal a una educación crítica, gratuita y sin discriminación.

Sin embargo, la realidad es que la Iglesia Católica sigue teniendo una presencia significativa en la educación boliviana: gestiona más de 1.600 unidades educativas —85 privadas y 1.524 en convenio— donde estudian cerca de medio millón de estudiantes, el 19 % del total nacional. Esto no es una simple asociación: es una estructura religiosa internacional con capacidad para influir en el discurso hegemónico, aunque lo niegue.

Que esas instituciones operen bajo sus propios criterios y que nadie cuestione su supuesta neutralidad revela una complicidad tácita que legitima mensajes religiosos divisivos, impulsados por candidatos con intereses particulares que no contribuyen a la construcción de una sociedad inclusiva.

Infancias desprotegidas, derechos ausentes

El silencio sobre la laicidad se vuelve más doloroso cuando pensamos en las infancias. En Bolivia no existe educación sexual integral ni formación con perspectiva interseccional. La ausencia de estos contenidos expone a las niñeces y adolescencias —especialmente a las LGBTIQ+— a violencias históricas de trans-les-bi-homofobia, con consecuencias devastadoras.

Los datos oficiales lo confirman: solo entre enero y julio de 2025 se denunciaron 2.178 delitos sexuales contra niñas, niños y adolescentes —1.211 violaciones y 967 estupros—. A eso se suma que en 2024 se registraron 38 infanticidios, un 52 % más que en 2023, y que hasta junio de 2025 hubo 136 casos de pornografía infantil digital, con más de 11.000 archivos incautados en operativos contra redes criminales. Son cifras que no solo muestran un sistema de protección colapsado, sino también una educación incapaz de prevenir violencias.

La Defensoría del Pueblo ha advertido que los programas estatales de prevención (como el de 2015–2020) quedaron en letra mu**ta y que el Sistema Plurinacional de Protección Integral (SIPPROINA) requiere ser reforzado con urgencia. Mientras tanto, en las aulas, los contenidos críticos y de educación sexual integral siguen ausentes.

Derechos, no “ideología”

Frente a este diagnóstico, no podemos aceptar la superficialidad de quienes llaman “ideología” a nuestros derechos. Los verdaderos ideólogos son los que reproducen el odio desde púlpitos, medios y campañas políticas. Las conquistas de nuestras poblaciones LGBTIQ+ no provienen de grandes instituciones ni de estructuras hegemónicas: las logramos en la calle, desde la resistencia, la creatividad y la sororidad.

No podemos permitir que quienes tienen poder religioso definan lo que es “normal” en la educación. Defender una educación crítica, feminista, interseccional e inclusiva es defender justicia social y democracia. Urge una política que proteja a todas las infancias, sin importar su orientación sexual o identidad de género.

Un claro ejemplo que visibiliza la falta de educación integral está en los discursos religiosos que dividen a la población. ¿Dónde está la educación laica? En boca de los candidatos políticos, que en campaña difunden estos mensajes. La respuesta está en nosotrxs: en exigir que se cumpla la ley, en defender las infancias, y en no ceder ni un centímetro a los fundamentalismos que quieren decidir por todxs.

La batalla cultural es realidadPor Andrés Mallo Sandoval, para La Cuerpa La batalla cultural ya no es metáfora: es una r...
29/08/2025

La batalla cultural es realidad

Por Andrés Mallo Sandoval, para La Cuerpa

La batalla cultural ya no es metáfora: es una realidad encarnada en las calles, en los discursos y en las urnas. La segunda vuelta electoral en Bolivia destapa sin máscaras la pugna por el poder simbólico y material del Estado. No es un simple juego de votos: es el escenario donde se define si este país será un territorio de igualdad y respeto, o si seguiremos arrastrando las cadenas de una minoría abusiva y violenta que se aferra a sus privilegios heredados de un colonialismo que nunca terminó.

No debemos ver el show, sino los intereses que están en juego. No se trata de dejarnos ganar por lo que proyectan los medios de comunicación, sino de leer lo que se esconde detrás: los pactos, las herencias políticas y las agendas de poder que nos quieren imponer. Aunque estemos ante el peor panorama electoral de la historia, es urgente exigir en paralelo un cambio estructural en la política boliviana.

La pérdida de privilegios como amenaza

Lo que hoy llaman “crisis” no es más que la reacción histérica de quienes siempre dominaron con abusos y arbitrariedades. Quieren reinos y herencias políticas como si el Estado fuese una hacienda privada. Detrás de sus discursos se esconde la vieja triada del colonialismo: piel blanca, religión domesticadora y poder económico.

No solo las lógicas cruceñas cuestionan lo LGBT en nombre de la religión. Lo hacen también con rezos, procesiones y prédicas que supuestamente “nos libran del mal”, mientras bendicen a quienes sostienen las mismas estructuras de poder que las logias políticas, los empresarios monopólicos, los narcos y las transnacionales. Su agenda es ra***ta, clasista, capitalista, extractivista, homofobica y violadora de los derechos humanos, legitimada con símbolos de fe y discursos de odio.

Como advirtió Angela Davis, “la libertad es una lucha constante”. Hoy esa lucha es contra quienes disfrazan su violencia estructural de civilidad y democracia.

La posverdad como arma

Los medios de comunicación, serviles a esta élite, nos imponen un relato que pretende instalar la mentira como verdad. La posverdad es su arma más eficiente: manipulan la memoria colectiva, relativizan las violencias que ellos mismos ejercieron y posan de víctimas cuando siempre fueron verdugos.

Se presentan como mártires, pero cargan sobre sus espaldas el historial de masacres, de persecuciones a comunidades indígenas, de explotación laboral y de odio contra mujeres y disidencias sexuales.

Subvenciones para unos, condena para otros

La incoherencia es brutal. Rechazan los bonos sociales porque, dicen, “fomentan la flojera”, pero ellos mismos viven de subvenciones estatales, beneficios tributarios y prebendas millonarias. Los grandes medios reciben sumas astronómicas del Estado mientras critican el apoyo mínimo a los más pobres.

Como escribió Eduardo Galeano, “los de arriba aman la justicia cuando les conviene”. Y conviene, claro, cuando las subvenciones engordan sus cuentas bancarias y financian el mismo modelo económico depredador.

Los lobos disfrazados de vegetarianos

Los corruptos de ayer reaparecen con hambre renovada. Se venden como víctimas de persecución política, cuando en realidad son lobos que pactan entre sí para repartirse el festín. Los de derecha, los de izquierda domesticada: todos se sientan en la misma mesa para asegurarse que el pueblo siga siendo carne de cañón.

La democracia termina reducida a un teatro donde elegimos entre lobos que dicen ser vegetarianos, mientras mantienen intacto el modelo extractivista, patriarcal y ra***ta que los alimenta.

La verdadera batalla: la cultural

Mientras ellos juegan al poder, el país enfrenta una multicrisis:

Ética, con un sistema político corrompido hasta los huesos.

Ambiental, donde la selva, el agua y la tierra son entregadas al extractivismo salvaje, disfrazado de “desarrollo”.

Educativa, que debe romper con la lógica patriarcal, machista y conservadora, y avanzar hacia una educación laica, inclusiva y feminista.

De salud, que necesita un sistema público integral, gratuito y desmercantilizado, lejos del negocio privado que lucra con la vida.

Económica, marcada por el monopolio de empresarios cruceños que juegan a ser un mini-gobierno paralelo, controlando precios y asfixiando al pueblo.

Mediática, donde urge regular a medios hegemónicos que operan como brazo armado de las élites.

Cada una de estas crisis es profundizada por la agenda ra***ta, clasista, capitalista y extractivista que intenta perpetuarse con rezos y banderas de odio.

El desafío de lo común

La batalla cultural es, en el fondo, la disputa por lo común: por un Estado que no sea botín de partidos ni hacienda de empresarios, sino escuela de gestión pública al servicio de la gente. Un Estado feminista, plurinacional, diverso y profundamente democrático.

Como señaló Judith Butler, “el poder siempre se disputa en los cuerpos”. Y es en esos cuerpos —racializados, feminizados, empobrecidos, cuir— donde hoy se libra la batalla más dura.

Bolivia no puede seguir atrapada entre lobos que maquillan su voracidad con discursos vacíos. La batalla cultural no es un adorno ideológico: es la condición para sobrevivir como sociedad justa. No es tiempo de neutralidad, porque la neutralidad siempre favorece al opresor.

El futuro dependerá de si el pueblo boliviano logra arrancar de raíz un sistema hecho para la corrupción y reconstruir, desde la diversidad y la dignidad, un país donde la igualdad no sea promesa, sino práctica cotidiana.

  § Frente a la multicrisis global: salud mental, sostenibilidad y nuevas miradasVivimos en medio de una multicrisis que...
26/08/2025

§ Frente a la multicrisis global: salud mental, sostenibilidad y nuevas miradas

Vivimos en medio de una multicrisis que atraviesa todos los ámbitos sociales, no solo en Bolivia, sino en el mundo entero. Una crisis que no se reduce a lo económico, sino que es más profunda y simbólica: el odio, la violencia y el racismo se han instalado en nuestras realidades contemporáneas, alimentados por la hiper-información, la precariedad de vínculos y los cambios culturales acelerados.

El teléfono móvil, convertido en extensión de nuestras vidas, organiza nuestros ánimos, nuestros tiempos y hasta el prestigio social a través de lo visual. Pero en esta era de pantallas, ¿qué estamos haciendo con nuestra salud mental?

Antes ya la sufríamos en silencio; hoy la sobrecarga de información nos obliga a mirarnos desde lo psicológico, lo psiquiátrico y también lo físico. Sin embargo, algo nuevo surge: lo simbólico comienza a ganar un lugar distinto, liberado del control religioso tradicional y enraizado en prácticas que buscan equilibrio.

La meditación, los espacios de soledad, la alimentación consciente, el respeto por el territorio y el medioambiente son caminos que las nuevas generaciones están explorando. Desde la sostenibilidad hasta el autocuidado, desde lo comunitario hasta lo individual, están proponiendo una forma distinta de vivir en un mundo que muchas veces parece arder en guerras y odio.

Es hora de escuchar a nuestras juventudes y adolescentes. Ellos ya nos están mostrando que la tecnología puede ser una herramienta de creación, de cuidado colectivo y de salud emocional, no solo de consumo y alienación. Que la vida digna no está en lo monumental ni en lo excesivo, sino en las pausas, en el cuidado de lo pequeño, en la posibilidad de construir paz interior y comunitaria.

🌱 No todo está perdido.
Es momento de replantear nuestras acciones, cuidar el medioambiente, cuidar nuestras mentes y corazones. Apostemos por una cultura viva que combine lo ancestral con lo contemporáneo, lo tecnológico con lo humano.
Hagamos una pausa. Respiremos. Vivamos mejor con lo que tenemos, con sencillez y respeto.

Se confundieron de fiestaPor Andrés Mallo para La Cuerpa Se confundieron de fiesta. ¡Ups! No era la fiesta de corruptos ...
26/08/2025

Se confundieron de fiesta

Por Andrés Mallo para La Cuerpa

Se confundieron de fiesta. ¡Ups! No era la fiesta de corruptos que se salvan entre sí, blindándose con pactos ocultos y cálculos mezquinos. Era la fiesta democrática: ese espacio donde, según Franz Tamayo, el “... boliviano” debía forjar su destino en común; donde la política, como recuerda René Zavaleta, debería ser “la posibilidad de articular lo abigarrado en una voluntad colectiva”. Pero no, los que dicen representarnos se dedicaron a salvarse entre ellos, entre los de su misma clase política y económica, mientras el pueblo queda a la deriva, atrapado en la multicrisis que devora la esperanza.

Nos han dejado el menú de siempre: elegir entre dos lobos que dicen ser vegetarianos, ahora en la segunda vuelta. Una falsa disyuntiva que, como advirtió Eduardo Galeano, convierte la democracia en un carnaval de máscaras, donde se vota pero no se elige.

La maquinaria mediática acompaña esta puesta en escena. Nos envían sus invitaciones con titulares edulcorados y discursos televisivos alineados a su carnicería simbólica. Nos dicen que habrá salvación, que la democracia es su fiesta, y que el pueblo solo debe aplaudir desde la vereda. Mientras tanto, los racializados, los pobres, los indios, las disidencias, siguen siendo arrojados a la sombra. Como decía Silvia Rivera Cusicanqui, el poder sigue reproduciendo la colonialidad: convierte al indio en objeto de desprecio, y al mestizo urbano en el portador del “progreso” y la “civilización”.

Se nos divide con la pedagogía de la ignorancia: wiphala vs. tricolor, plurinacionalidad vs. república, pititas vs. masistas. Es el viejo guion del “divide y reinarás”, reeditado una y otra vez. Mientras el pueblo discute banderas y etiquetas, las élites políticas—de derecha e izquierda—se reparten el Estado como botín. Como señaló Gramsci, la hegemonía no se sostiene solo con coerción, sino con consenso fabricado: ahí entran los sermones mediáticos, los discursos moralistas y la falsa promesa de que los lobos ya no comen ovejas.

Pero el pueblo no es ingenuo. El bicentenario nos encuentra con la memoria larga de los levantamientos indígenas, con el grito de Domitila Chungara que exigía pan y dignidad, con la persistencia de las luchas feministas y cuir que nos recuerdan que la democracia no es solo votar, sino también existir sin miedo, vivir sin ser despojados.

La verdadera fiesta democrática no está en los salones de pactos, ni en los cócteles de las élites. Está en la calle, en la asamblea popular, en la comunidad que decide colectivamente. Está en cada acto de resistencia contra el mandato colonial y patriarcal que nos quiere sumisos.

Que no nos engañen con su banquete de lobos vegetarianos. La fiesta democrática es nuestra, y solo tendrá sentido si se construye desde abajo, con justicia social, con pluralidad real y con la certeza de que ningún pueblo merece seguir siendo oveja en la manada de otros.

  § El efecto Albertina Sacaca: el cachetazo popular al sistema conservadorAlbertina Sacaca es mucho más que una creador...
25/08/2025

§ El efecto Albertina Sacaca: el cachetazo popular al sistema conservador

Albertina Sacaca es mucho más que una creadora de contenidos virales. Es la encarnación de una grieta cultural que incomoda al sistema conservador boliviano, acostumbrado a hablar desde su burbuja de privilegios —medios de comunicación, gobiernos y empresarios— sin escuchar las voces de lo popular.

Una historia desde abajo

Nacida en la comunidad Jatun Cancha Baja (provincia Chayanta, Potosí) y criada luego en Sucre, Albertina es la tercera de siete hermanos. Desde niña trabajó junto a su familia vendiendo bolsas, sufrió discriminación por su apellido y color de piel, e intentó abrirse camino en distintos oficios: estudió belleza integral, probó con gastronomía, abrió un pequeño salón y actualmente cursa Educación Física. Su vida no tiene nada de privilegios, y quizás ahí radica su autenticidad.

En 2021, mientras el mundo atravesaba la pandemia, comenzó a subir videos en TikTok. Lo que empezó como un pasatiempo se convirtió en un fenómeno: su humor, sus recetas tradicionales y su capacidad de reírse de sí misma la convirtieron rápidamente en referente.

Una estrella de TikTok

El crecimiento fue meteórico: en pocos meses pasó de 870 mil seguidores a más de 6 millones en 2022. Hoy, tras viralizar tendencias como el “Asoka Trend” o su caracterización como Pocahontas, supera los 9 millones de seguidores en TikTok y alcanza decenas de millones de visualizaciones en cada publicación. Una cifra que no solo la coloca como la influencer más importante de Bolivia, sino como una de las más vistas en Latinoamérica.

Lo que incomoda

Lo que molesta de Albertina no es su humor ni sus ocurrencias. Lo que realmente incomoda es que una mujer joven, indígena y popular se convierta en referente de conversación nacional y global, sin responder a las reglas del poder. Ella no viene de los medios tradicionales ni de las universidades de élite. Su escenario son las calles, su comunidad, la cocina y, sobre todo, el lenguaje de lo cotidiano.

Cada carcajada que genera Albertina es un recordatorio de que el relato oficial —solemne, elitista y poco autocrítico— ya no monopoliza las formas de comunicar. Su “efecto” es un cachetazo simbólico al conservadurismo: muestra que lo que para las élites es “folklore” o “entretenimiento menor” puede ser, en realidad, una poderosa interpelación política y cultural.

Más allá del entretenimiento

Albertina es espejo y síntoma. Es espejo porque refleja a miles de jóvenes bolivianos que buscan reconocimiento en sus raíces, en su humor y en su capacidad de soñar desde la adversidad. Es síntoma porque su éxito evidencia que el poder ya no controla las plataformas donde circulan las nuevas narrativas.

El efecto Albertina Sacaca es simple y brutal: una risa popular puede ser más disruptiva que mil discursos presidenciales. Y esa risa, desbordante y orgullosa, nos recuerda que Bolivia es diversa, viva y mucho más grande que las élites que todavía creen controlarla.

Hartazgo democrático y ausencia de agenda realPor Andrés Mallo SandovalSi el descontento estaba en la primera vuelta, la...
24/08/2025

Hartazgo democrático y ausencia de agenda real

Por Andrés Mallo Sandoval

Si el descontento estaba en la primera vuelta, la segunda se sitúa en el extremo del hartazgo. La ciudadanía boliviana no asiste a un ejercicio democrático con esperanza, sino con un cansancio acumulado frente a una politiquería repetitiva, desconectada y mezquina.

La derecha, con rostros reciclados como Tuto Quiroga, Samuel Doria Medina, Carlos Mesa y Paz Pereira, desplegó un esfuerzo monotemático que, lejos de consolidar propuestas, terminó por canalizar energías hacia el MAS y Evo Morales. Con esto no quiero justificar al MAS ni a Evo: sería ingenuo negar que la propia corrupción interna del partido de gobierno abrió un flanco de desgaste. Esa coyuntura fue aprovechada por la oposición para sumar argumentos de desprestigio y amplificarlos mediáticamente, aunque muchas veces sin sustento sólido. No es sorpresa: los mismos medios de comunicación que dedicaban horas a la desinformación construyeron un discurso sincronizado, repetitivo y sin fuentes verificables. Así se consolidó la llamada posverdad, un fenómeno que Hannah Arendt ya advertía cuando escribió que “la mentira se convierte en política cuando el engaño se convierte en organización”.

Esa maquinaria se alimenta del discurso de odio, de un conservadurismo que se disfraza de religiosidad, lobos vestidos de ovejas que intentan convencernos de que son vegetarianos. Pero detenerse en lo patético de ese nivel de discusión política sería un ejercicio menor frente a la gravedad de las urgencias nacionales.

Mientras tanto, la realidad social se fragmenta: el trabajador común recibe aumentos salariales mínimos que se diluyen en un mercado dominado por la especulación y la inflación. La especulación —que debería ser considerada un delito grave— se naturalizó este último año como parte de la economía cotidiana. El resultado es un país donde más del 80% de la población trabaja en la informalidad, sin aportes sociales ni seguridad, en condiciones de precariedad normalizada.

¿Y qué hacen los candidatos presidenciales frente a esta crisis estructural? Muy poco, casi nada. Prefieren el espectáculo mediático a plantear soluciones de fondo. Simone de Beauvoir escribió: “El opresor no sería tan fuerte si no tuviese cómplices entre los propios oprimidos”. Y hoy parece que la política electoral boliviana se sostiene sobre esa complicidad pasiva, alimentada por la desinformación y el clientelismo.

Lo medular no es solo la economía. La agenda real del país es mucho más profunda: ¿dónde están las propuestas serias frente al extractivismo y la devastación medioambiental?, ¿qué lugar ocupan los derechos humanos en medio de crecientes índices de violencia hacia las niñeces y las mujeres?, ¿qué proyecto hay para una salud y una educación pensadas desde una mirada intercultural e interseccional?

Estas preguntas siguen sin respuesta porque la agenda política no se construye desde la ciudadanía, sino desde intereses corporativos, económicos y partidarios. Boaventura de Sousa Santos sostiene que “la democracia sin justicia social es una democracia de baja intensidad”. Eso es lo que vivimos hoy: una democracia formal, pero vaciada de contenido transformador.

Sin embargo, no todo está perdido: en estas elecciones, todavía existe esperanza en el pueblo boliviano, la esperanza de que algo cambie, de que la voz ciudadana sea escuchada. Pero no nos engañemos: si estos politiqueros —de izquierda y de derecha, de Tuto a Doria Medina, de Mesa a Paz Pereira— no son capaces de responder a las necesidades urgentes del país —trabajo digno, justicia real, educación, salud, derechos humanos y respeto a la diversidad—, la convulsión social en las calles será inevitable. La historia de Bolivia ya nos enseñó que cuando la clase política cierra las puertas, es el pueblo el que las derriba.

La pregunta sigue siendo directa y sin rodeos: si las ciudadanas y ciudadanos ya asumimos este ejercicio de repensar Bolivia en clave interseccional e intentamos construirnos desde lo feminista, intercultural y diversa, ¿por qué no lo hacen estos sinvergüenzas políticos?

Bolivia: del espectáculo político a la enfermedad socialPor Andrés Mallo SandovalVamos rumbo a la segunda vuelta elector...
21/08/2025

Bolivia: del espectáculo político a la enfermedad social
Por Andrés Mallo Sandoval

Vamos rumbo a la segunda vuelta electoral. Dos meses que parecen eternos porque no son solo semanas de campaña, sino un desfile de guerra sucia, discursos de odio y candidatos en pedestal que siguen tratando al pueblo como público cautivo de un espectáculo degradante.

Mientras tanto, la vida real es otra: filas para comprar aceite, arroz, gasolina. Una inflación del 18,4 % interanual, la más alta en casi dos décadas. Una deuda pública que ya supera los 43 mil millones de dólares, que se reparte como una carga invisible sobre cada boliviano. Una moneda en caída y un sueldo que ya no alcanza.

La violencia se ha instalado como rutina. No solo en las calles, también en el discurso político, donde los propios candidatos alimentan la rabia con insultos y amenazas, mostrando que lo que menos les importa es la estabilidad emocional de un país que ya carga con demasiado.

La política como generadora de enfermedad social

El país no solo está golpeado en su economía, está golpeado en su cuerpo emocional y colectivo. La ansiedad, la rabia contenida, la desconfianza y la desesperanza son ya parte de nuestra cotidianidad. Y esto no lo miden las encuestas ni lo reconocen los partidos.

Si algo demuestra esta coyuntura, es que la política en Bolivia ha dejado de ser espacio de solución para convertirse en un foco de reproducción de violencia. Y cuando la política enferma, enferma también la sociedad.

Lo digo con claridad: no se puede seguir gobernando a costa de la salud mental del pueblo. No es normal que vivir en Bolivia signifique filas, insultos y miedo. No es normal que el votante solo importe como número de urna, mientras el país se desangra en crisis y violencia.

Si estos candidatos no están a la altura, que lo digan de frente. Y si el sistema solo sabe responder con confrontación, hay que interpelarlo de raíz. Porque la verdadera elección hoy no está entre dos partidos: está entre seguir en este ciclo de violencia o recuperar la posibilidad de vivir con dignidad, trabajo y paz mental.

La democracia no se mide por el número de votos, sino por la capacidad de garantizar que su pueblo no viva enfermo de miedo. Y esa es la deuda más grande que hoy tienen con nosotros.

“Bien muchachos”: la peor lección para las nuevas generacionesPor Andrés Mallo Sandoval para La Cuerpa Hace apenas unas ...
15/08/2025

“Bien muchachos”: la peor lección para las nuevas generaciones
Por Andrés Mallo Sandoval para La Cuerpa

Hace apenas unas décadas —y no tan lejanas como parecen— a ciertos personajes se les llamaba patriotas, héroes de la democracia, voces de opinión y líderes. Hoy, sus nombres arrastran los peores calificativos. A esta degradación se suma un pueblo sumido en la ignorancia y sometido al control social del aparato estatal, que usa sus medios de comunicación como altavoz, mientras tras bambalinas operan las manos invisibles de los poderes hegemónicos: la élite empresarial, el narcotráfico, las transnacionales y la geopolítica de injerencia de algunos países del llamado “primer mundo”. A eso le llamo multicrisis.

¿Será que ninguno de nuestros representantes ha llegado al presente con una formación mínima basada en una educación horizontal, intercultural, que incorpore masculinidades diversas, feminismos, sostenibilidad en todos los ámbitos y un uso crítico de las tecnologías? Ese sería —al menos en teoría— un hombre cishetero interseccional, capaz de seguir aprendiendo pese a las barreras generacionales. No entraré en detalle sobre las mujeres, porque allí la deuda histórica es todavía más profunda; sin embargo, son ellas quienes han cargado sobre sus hombros gran parte de los cambios positivos. Hablo de un perfil que, lamentablemente, no encontramos en los candidatos actuales: en su mayoría, hombres cisheteronormados que, a falta de mirada crítica, se convierten en el peor ejemplo para la Bolivia de hoy.

Sus malos ejemplos se multiplican en cada acción pública y privada. La corrupción se ha naturalizado hasta convertirse en un espectáculo cotidiano. Y las generaciones que se asoman con interés al mundo de la política se topan con una decepción monumental. Lo he dicho antes, en artículos y redes sociales: mientras la política siga cuesta abajo en esta pendiente indecorosa, no habrá transformaciones reales para la mayoría. Aun así, siempre habrá espacios críticos y subversivos que naden contracorriente, impulsados casi siempre por quienes han sufrido este abuso sistemático e histórico.

Ya son 42 años de democracia; tiempo suficiente para haber alcanzado una madurez ética y una visión más amplia. Sin embargo, si ni siquiera somos capaces de respetar normas mínimas de convivencia —como cruzar una calle por la cebra después de décadas de campañas—, confirmamos el déficit de educación ciudadana que nos carcome. Lo mismo ocurre en el ecosistema paralelo de las redes sociales: violencia en todos los niveles, ausencia de análisis serio, desprecio por lo científico y por la verificación de fuentes. Predomina el juego irresponsable, el odio sin filtro y el pensamiento superficial.

Caminos alternativos: educar para transformar

La historia de Bolivia y América Latina demuestra que otra educación es posible. En 1931, la Escuela Ayllu de Warisata, fundada por Elizardo Pérez y Avelino Siñani, probó que un modelo basado en el trabajo comunitario, el respeto y la producción sostenible podía formar ciudadanos críticos y solidarios. En el campo de la educación popular, las metodologías de Paulo Freire alfabetizaron críticamente a miles de adultos bajo la premisa de que aprender a leer y escribir también es aprender a cuestionar y transformar la realidad.

Más recientemente, las escuelas comunitarias feministas, los talleres de masculinidades no hegemónicas y los programas de educación ambiental integral han incorporado valores de equidad, sostenibilidad y diversidad desde edades tempranas. No solo transmiten conocimientos, sino que desarrollan habilidades para la vida: pensamiento crítico, cooperación, resolución pacífica de conflictos y respeto por las diferencias.

Si queremos una democracia que madure, debemos dejar de concebir la educación como un trámite escolar y entenderla como un proceso continuo que atraviesa la calle, el barrio, el campo, el trabajo, la familia y las redes sociales.

Claro que existen excepciones: comunidades, colectivos y personas que practican valores de respeto, análisis y construcción social. Pero son minoría frente a una cultura dominante que premia la banalidad y la desinformación.

Este análisis coincide —dentro o fuera— con las celebraciones del Bicentenario. En este marco, lo mínimo que deberían garantizar quienes nos representan es respeto por las nuevas generaciones, no solo en el discurso, sino en acciones concretas que se traduzcan en dignidad, justicia y oportunidades reales.

“La educación no cambia el mundo: cambia a las personas que van a cambiar el mundo.” — Paulo Freire
“No se trata de reemplazar una élite por otra, sino de descolonizar la forma misma de mirar y de vivir.” — Silvia Rivera Cusicanqui

Por eso, y con toda la ironía del caso, digo: bien muchachos, no son el mejor ejemplo a seguir.

Aceite, especulación y la complicidad política que ahoga al puebloPor La Cuerpa Ahora nos toca a nosotras, nosotros y no...
13/08/2025

Aceite, especulación y la complicidad política que ahoga al pueblo
Por La Cuerpa

Ahora nos toca a nosotras, nosotros y nosotres —el verdadero soberano— desarrollar nuestra propia campaña política: con argumentos sólidos, contenido y memoria histórica. Después de haber soportado una etapa desastrosa de campañas vacías y sin propuestas, que solo confirmaron el desprecio de candidatos y partidos por los problemas reales del país, es momento de actuar.

Es hora de enfrentar lo que casi nadie se atreve a señalar: la especulación del mercado. El aceite es hoy el ejemplo más visible. Según datos de agosto de 2025:

Mercados de Santa Cruz de la Sierra: el litro de aceite comestible cuesta entre Bs 20 y Bs 22, mientras que en La Paz y Oruro puede superar los Bs 25.

Supermercados de La Paz: el litro se ofrece entre Bs 14 y Bs 15, aunque la disponibilidad es limitada debido a la alta demanda.

Venta mayorista: las industrias oleaginosas venden el litro de aceite refinado entre Bs 11,50 y Bs 13,40.

Tiendas informales o productos importados: el litro puede costar entre Bs 15,50 y Bs 18, mientras que aceites importados de Argentina, en presentaciones de 5 litros, alcanzan hasta Bs 140 (aprox. Bs 28 por litro).

Esto representa un aumento abusivo de hasta el 46%, que golpea directamente al pueblo, no a la clase gobernante ni a la minoría acomodada. ¿Castigo económico o acuerdo con el gobierno?

La responsabilidad no recae solo en el comerciante final: comienza en quienes producen y distribuyen. Y tanto el gobierno como las empresas conocen perfectamente quiénes son los principales actores. En Santa Cruz, destacan:

Industrias Oleaginosas S.A. (IOL): marca Aceite Rico, fundada por Silvio Marinkovic y Radmila Jovicevic. Marinkovic ha sido aliado cercano de Luis Fernando Camacho, participando activamente en política regional y nacional, influyendo en decisiones del sector oleaginoso.

Industrias de Aceite S.A. (FINO): adquirida por ASAI Capital Holdings Ltd., liderada por Carlos Kempff, vinculado a Samuel Doria Medina, también influyendo en políticas que afectan la industria.

Si estos empresarios están involucrados en prácticas especulativas, deben asumir su responsabilidad y recibir las sanciones que corresponden por ley.

El Ministerio de Desarrollo Productivo y Economía Plural, dirigido por Néstor Huanca Chura, y el Viceministerio de Defensa de los Derechos del Usuario y Consumidor, a cargo de Jorge Silva Trujillo, tienen la obligación de fiscalizar todo el ciclo productivo: desde la materia prima hasta la distribución final. Pero no hay resultados que garanticen el respeto al precio justo. La voluntad política no se demuestra con denuncias mediáticas, sino con acciones efectivas. Si no cumplen, es porque se han vendido por coimas o son lisa y llanamente inoperantes.

La especulación golpea a la gente común, mientras quienes controlan este circuito económico y mediático actúan de manera anti-patriota, priorizando ganancias sobre la vida y la dignidad de las personas. Así se evidencia la brecha: colectivas de mujeres, diversidades y bomberos sin recursos básicos —como botas para enfrentar incendios— mientras los poderosos se hacen los ciegos ante estas demandas esenciales.

El pacto con la empresa privada debe incluir paridad de género y acción afirmativa. Así como se exige al gobierno, las empresas también tienen el deber social de implementar paridad y erradicar la discriminación por discapacidad, orientación sexual, identidad de género, raza, pueblos indígenas y población afrodescendiente. Estos patriarcas no solo especulan con los alimentos: explotan a quienes sostienen su riqueza.

La línea es clara: no basta con perseguir al especulador minorista. Hay que desnudar todo el circuito productivo y señalar a los responsables con nombre y apellido. En esta historia, más de uno se disfraza de cordero cuando en realidad es el lobo. Y mientras las demandas sociales reclaman justicia, los poderosos anti-patriotas se benefician del dolor y la carencia del pueblo.

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