02/08/2025
EL GATO QUE DEJABA COMIDA PARA LOS RATONES
En un barrio viejo de Puebla, vivía un gato llamado Don Goyo.
Era un gato enorme, de pelaje gris y ojos amarillos, conocido por todos en la cuadra.
Nadie lo molestaba.
Sabían que era el dueño del callejón.
Pero Don Goyo tenía un secreto.
Cada noche, después de recorrer los tejados y las azoteas, bajaba al patio trasero de una panadería cerrada.
Ahí, junto a un rincón húmedo, dejaba pequeñas sobras de comida: migas de pan, un trozo de tortilla, pedacitos de queso.
Lo hacía en silencio, con cuidado.
Porque ahí vivía una familia de ratones.
Ratones flacos, temblorosos, que no robaban comida ni corrían por las cocinas.
Solo esperaban, escondidos, el momento en que el gato se iba para salir a comer lo que él dejaba.
Los vecinos no entendían por qué Don Goyo nunca cazaba ratones.
Algunos decían que estaba viejo.
Otros decían que se había vuelto flojo.
Pero la verdad era otra.
Don Goyo había aprendido algo en su vida de callejón:
Que a veces es mejor cuidar de los pequeños,
aunque los demás esperen que los destruyas.
Una noche, Don Goyo ya no bajó al patio.
Murió tranquilo, durmiendo en la azotea donde siempre tomaba el sol.
Pero durante semanas, los ratones siguieron saliendo al mismo rincón, esperando ver aparecer esa silueta gris con ojos amarillos.
Y cada vez que alguien les preguntaba por qué seguían yendo, ellos respondían con silencio.
Como quien guarda un secreto que nadie más entendería.
Porque hay gatos que no cazan.
Hay gatos que protegen en silencio… y nadie se entera.