15/09/2025
Lingotes de oro culturales: reflexiones sobre la economía creativa en Bolivia
Por Andrés Mallo Sandoval* para La Cuerpa
Esta semana me dedico a hablar de cultura y, en particular, de las artes en Bolivia. Tenemos el discurso recurrente de que somos “riquísimos” en lo artístico y cultural, pero del dicho al hecho hay un trecho enorme. Para ilustrarlo, comparto una experiencia reciente en época electoral: los partidos se acercan a escuchar demandas del sector cultural, y muchos colegas insisten en un tono victimista —“no existimos, no nos reconocen”—. Mi respuesta fue directa:
Si somos tan ricos culturalmente, ¿por qué no hemos sido más inteligentes en aprovechar lo nuestro?
Es como tener lingotes de oro guardados sin gestión ni cuidado, dejándolos al alcance de terceros. En cambio, si esos lingotes se protegen, se administran y se invierten, generan valor, rentabilidad y desarrollo. Lo mismo ocurre con el arte y el patrimonio cultural: son riqueza, pero mal gestionados se diluyen en la informalidad o en el folclorismo superficial.
La oportunidad perdida de la “Revolución Cultural”
Cuando llegó el discurso de la “Revolución Cultural”, parecía inevitable que se apostara a construir una política integral de nuestro patrimonio artístico-cultural. Era el momento de trabajar desde dos dimensiones claves: la interculturalidad y la interseccionalidad, ejes que debían atravesar la agenda del Ministerio de Culturas en estas dos últimas décadas.
Pero estas agendas no podían ir solas: necesitaban articularse con educación, economía y finanzas. Solo así hubiéramos logrado transversalizar identidades, lenguas, ritualidades, artes escénicas, artesanías y memorias colectivas, vinculándolas también con modelos sostenibles de economía cultural.
Economía naranja y cuenta satélite: números que importan
El Banco Interamericano de Desarrollo (BID) definió la economía naranja como el conjunto de actividades que, de manera encadenada, generan bienes y servicios culturales, creativos y de base intelectual. Según datos regionales, la economía creativa representa en algunos países hasta el 2% del PIB, y genera más empleo que sectores como la minería o la industria automotriz.
Bolivia cuenta con una Cuenta Satélite de Cultura (2018), que mostró que las actividades culturales aportan alrededor del 1,7% del PIB nacional, con una fuerte incidencia de las artes escénicas, las artesanías y la música. Sin embargo, estos datos siguen invisibilizados en la planificación estatal. El problema no es la falta de riqueza cultural, sino la ausencia de gestión estratégica para transformarla en desarrollo sostenible.
Artes como diplomacia y pedagogía
Las artes son rentables en todos los sentidos: desde lo simbólico y poético, hasta lo económico y geopolítico. Son herramientas de pedagogía social y diplomacia cultural. Muchos países han apostado por su patrimonio artístico como motor de identidad y de economía. En Bolivia, en cambio, la falta de normativas claras y de una política coherente nos mantiene en un círculo de precariedad y fragmentación.
Si hubiéramos trabajado con seriedad, hoy tendríamos diccionarios de la mayoría de nuestras lenguas originarias, circuitos de turismo cultural consolidados, festivales sostenibles y una presencia internacional que no dependa de exotizar lo indígena ni de competir entre lo clásico, lo popular o lo contemporáneo.
Hacia una agenda madura y colectiva
Lo que necesitamos es una agenda cultural seria, inclusiva y madura, que:
1. Reconozca a las artes como sector económico y de derechos.
2. Articule cultura con educación, economía, turismo y relaciones internacionales.
3. Se base en consensos internos, y no en intereses corporativos o individuales.
4. Integre la sostenibilidad cultural como antídoto frente al extractivismo de nuestro patrimonio natural y artístico.
No se trata de soñar únicamente, sino de trabajar colectivamente. El fracaso de la llamada “Revolución Cultural” no debe desanimarnos: aún es posible construir desde abajo una política cultural con visión de Estado, con madurez y con inteligencia colectiva.
El arte boliviano tiene todo para ser un motor de desarrollo, identidad y soberanía. Lo que falta no es talento, ni riqueza cultural, sino la capacidad de gestionar esos lingotes de oro con visión de futuro.
Este es el inicio de una serie de artículos que iré compartiendo, para aportar a la discusión y construcción colectiva de una cultura digna, sostenible y transformadora.
*Andres Mallo Sandoval tiene un posgrado en Gestión Cultural en la UBA, Argentina.