14/06/2025
Del campo tranquilo al campo tomado: la nueva violencia rural que sacude a Chile.
Introducción.
Durante décadas, el mundo rural chileno fue símbolo de tranquilidad, trabajo honesto y vida en comunidad. Lejos del bullicio de las grandes ciudades, los campos eran espacios donde la violencia era la excepción y no la norma general. Sin embargo, en los últimos años, esa imagen idílica ha comenzado a cambiar. Hoy la violencia rural ya no es un fenómeno aislado, sino un síntoma alarmante de una transformación profunda: el crimen organizado, el narcotráfico y las asociaciones ilícitas están echando raíces en sectores donde antes reinaban la paz y la colaboración. La realidad es cruda y preocupante: el campo chileno está dejando de ser un refugio amistoso para convertirse en un nuevo territorio en disputa.
Este fenómeno no sólo constituye una amenaza directa para las comunidades rurales, sino que también refleja un problema estructural que debería encender todas las alertas de las autoridades. La expansión delictual hacia zonas rurales no es casual ni espontánea: responde a la debilidad de las instituciones, a la precariedad de la presencia policial en estas áreas y a una corrupción que -aunque negada por muchos- sigue carcomiendo la estructura del Estado. Es urgente hacerse cargo de este flagelo, antes de que sea demasiado tarde.
Desarrollo.
En el Chile actual, el crimen organizado ya no se limita a las grandes urbes. Hoy el narcotráfico se ha asentado cómodamente en sectores rurales, aprovechando las extensiones de terreno, el bajo control territorial y la escasa presencia de fuerzas de orden. Lo que antes eran campos de cultivo agrícola ahora pueden albergar laboratorios de droga, rutas de distribución clandestinas y centros logísticos delictivos. La invisibilidad ha sido un aliado del crimen: en zonas donde la policía llega tarde o simplemente no llega, los grupos criminales operan con una libertad peligrosa.
La instalación de bandas criminales en áreas rurales no sólo ha modificado la naturaleza del delito, sino que también ha alterado profundamente la vida de las comunidades. La extorsión, el miedo, el reclutamiento de jóvenes y el uso de la violencia como método de control ya no son excepciones. El campo chileno tranquilo y apacible es hoy un recuerdo que se desvanece. Los agricultores temen denunciar, los dirigentes vecinales prefieren guardar silencio y las señales de impunidad se multiplican.
El narcotráfico ha penetrado no sólo el territorio sino también a las instituciones. Casos de corrupción policial, municipal o incluso judicial son una señal de alarma. Cuando se corrompen los mecanismos encargados de hacer cumplir la ley la lucha contra el crimen organizado se vuelve cuesta arriba. ¿Cómo enfrentar a estas mafias si quienes deben combatirlas están infiltrados o atemorizados?. Esta pregunta, incómoda pero necesaria, debe ser enfrentada con decisión por el gobierno y los poderes del Estado.
Las policías, por su parte, no dan abasto. La dotación en sectores rurales es insuficiente, las herramientas legales están obsoletas y la coordinación entre instituciones deja mucho que desear. Las zonas rurales se han convertido en zonas nebulosas donde el Estado pierde presencia y el crimen avanza. Y mientras tanto, el centralismo sigue reinando: las grandes decisiones se toman lejos del campo, con escasa conexión con las verdaderas urgencias del mundo rural.
El silencio institucional, la lentitud de las respuestas, la puerta giratoria y la falta de una estrategia integral hacen que este fenómeno crezca. No basta con aumentar las p***s o enviar más efectivos en momentos de crisis. Se necesita una política de Estado, coordinada, territorial y con recursos suficientes para enfrentar esta nueva realidad. La seguridad rural debe dejar de ser una nota al margen en los programas de los gobiernos.
Conclusiones.
El Chile rural está cambiando y no para bien. Lo que antes era un territorio de paz y trabajo hoy es un nuevo escenario del crimen organizado. El narcotráfico, las asociaciones ilícitas y la corrupción están minando la base social y productiva de estas comunidades, generando miedo, pobreza y desarraigo. La violencia rural ya no es una amenaza futura, es una realidad que golpea a diario a cientos de familias que viven sin protección efectiva del Estado.
Las autoridades deben asumir con claridad que la seguridad no es sólo un tema urbano. Ignorar lo que sucede en el campo es entregar -por omisión- el control territorial a organizaciones criminales.
Es hora que Chile despierte frente a esta nueva forma de violencia. No se trata de criminalizar al mundo rural, sino de protegerlo. Devolver la paz al campo es una tarea urgente que requiere voluntad política, inversión estratégica y una coordinación efectiva entre todos los actores del Estado. Si no actuamos hoy, mañana podría ser demasiado tarde. Porque cuando el crimen se toma el campo, no sólo pierde el mundo rural: perdemos todos.
ALEJANDRO ARAYA VALDÉS
ABOGADO
MAGÍSTER EN CIENCIAS POLÍTICAS