18/09/2025
Cuando abandonas a un gato, no solo lo dejas en una calle fría o en un rincón solitario, también le arrancas de golpe la seguridad, la confianza y el amor que creyó tener. Para él, tú eras su todo: su alimento, su refugio, su compañía. Su mundo giraba alrededor de tu presencia, de tus caricias, de tu voz, incluso de tus silencios. Y de repente, cuando lo abandonas, todo aquello se derrumba como un castillo de arena frente al mar. El gato no entiende de excusas ni de razones humanas; solo siente el vacío, el miedo, la traición y el desconcierto. Se pregunta por qué ya no lo quieres, por qué no lo llevaste contigo, por qué lo dejaste expuesto a peligros que jamás sabrá enfrentar del todo. Un gato abandonado no solo pierde un hogar, pierde también la fe en el ser humano. Por eso, antes de tomar una decisión tan cruel, piensa que un animal no es un objeto, no es un estorbo ni un capricho temporal: es un ser vivo que siente, que sufre y que ama con una pureza que muchos humanos ni siquiera comprenden. Abandonar es destruir, pero cuidar es sanar y dar vida. Un gato nunca te pide lujos, solo pide amor, compañía y respeto. Si no puedes darle eso, no lo tomes. Porque cuando lo abandonas, todo su mundo se derrumba, y aunque a veces logren levantarse gracias a personas nobles que los rescatan, esa herida de traición queda marcada en lo más profundo de su alma.