27/09/2025
Capítulo III: El dolor de la guerra en la Sierra
ADELAIDA 😭🥺
Escribir este capítulo me rompe por dentro. Han pasado más de dos años desde que empecé a plasmar estas memorias, y todavía me tiemblan las manos. ¿Cómo poner en palabras lo que fue vivir en la Sierra Nevada durante los años de guerra? ¿Cómo contar sin romperse que los niños crecían rodeados de fusiles en lugar de juegos, de gritos en lugar de canciones?
Adelaida, apenas una niña, fue testigo de lo que nunca un ser humano debería ver.
Los días parecían iguales: el sonido de la montaña, el agua bajando de los ríos, los pájaros cantando. Pero de repente, el canto era silenciado por los pasos pesados de los hombres armados. Eran botas contra tierra sagrada, eran voces llenas de odio que rompían el silencio de la Sierra.
En su comunidad, como en tantas otras, la violencia llegó sin pedir permiso. Una noche, los hombres armados entraron gritando. Las puertas de las casas se abrieron a golpes, los niños fueron arrastrados de los brazos de sus madres, los hombres golpeados delante de todos.
El aire olía a pólvora y a miedo.
Adelaida temblaba, abrazada a su hermana. Desde la rendija de una pared vio cómo sacaban a su vecino. Lo amarraron de pies y manos, lo lanzaron al suelo como si no fuera humano. Después, encendieron fuego en una olla grande. Ella no entendía lo que pasaba, pero sus ojos vieron lo que ningún niño debería ver jamás: lo cocinaron vivo, y a sus hijos los obligaron a mirar. El llanto de esos pequeños todavía resuena en la memoria de la Sierra.
Así se repetían las noches. Muchos arhuacos, koguis, wiwas y kankuamos cayeron bajo la misma crueldad. Mataron delante de sus familias, destrozaron la vida en pedazos. Hombres mayores, Mamos de sabiduría, fueron maltratados y golpeados porque su palabra era vista como resistencia.
Adelaida aprendió rápido a reconocer los sonidos: un disparo lejano, un machete arrastrado, una voz quebrada de dolor. La Sierra, que debería ser un templo de vida, se convirtió en un escenario de muerte.
Lo más triste era ver cómo la esperanza se apagaba en los ojos de los niños. Niños que dejaron de jugar, que ya no reían. Niñas que tuvieron que convertirse en adultas para sobrevivir. La infancia se perdió entre las montañas, arrancada por las manos del conflicto.
Una de las hermanas de Adelaida lloraba sin poder detenerse. Había visto morir a familiares frente a ella, había visto cómo la sangre corría por el suelo sagrado de su tierra. “Ten fe”, le decía una anciana, pero ¿cómo sostener la fe cuando el dolor era tan grande?
El miedo no era solo a la muerte, sino a la humillación. Muchas mujeres fueron maltratadas, muchas niñas violadas frente a sus madres, obligadas a cargar un dolor que ni siquiera podían contar. El silencio se volvió una cárcel.
—No mires, hija… no mires…🥺🥹
Continuará el capitulo 3 no se pierdan los capítulos