07/09/2025
El Sueño que la Guerra no Pudo Apagar
Recuerdo con claridad los días de mi infancia, aquellos años en los que la inocencia pintaba cada rincón de mi pequeño mundo. Mi más grande anhelo, un faro que iluminaba mis juegos y mis pensamientos, era convertirme en maestro. Soñaba con aulas llenas de risas y miradas curiosas, con el privilegio de sembrar conocimiento y esperanza en el corazón de muchos niños. Imaginaba sus rostros iluminarse al comprender algo nuevo, la satisfacción de verlos crecer y florecer bajo mi guía.
Pero el destino, caprichoso y cruel, tenía otros planes. Cuando apenas tenía diez años, la guerra, con su sombra devastadora, llamó a la puerta de mi hogar. De un día para otro, la seguridad y la paz se desvanecieron, arrancándonos de nuestra tierra, de nuestras raíces. Mi familia se vio forzada a huir, desplazada por la brutalidad de los grupos armados, y con esa huida, sentí que mi sueño de ser maestro se desvanecía en el aire, como el humo de una batalla lejana. Parecía que todo había terminado.
La vida, con sus giros inesperados, me llevó por un camino muy diferente. Por esas "cosas del destino", como me gusta llamarlas, terminé vistiendo el uniforme de la patria, sirviendo en el Ejército por más de veinte años. Fue un camino de disciplina, de sacrificio, de proteger y servir en medio de las complejidades de nuestro país. Cada día era una batalla diferente, lejos de las pizarras y los libros que una vez anhelé.
Hoy, después de dos décadas de servicio, he colgado mi uniforme. Pero al hacerlo, no solo me despojé de una prenda, sino que sentí cómo la llama de aquel viejo sueño, que creí extinguido, volvía a encenderse con una fuerza renovada. Ya no soy aquel niño, ni el joven soldado, soy un hombre con la experiencia de la vida, con cicatrices que cuentan historias, pero con el mismo corazón anhelante de enseñar.
Ahora, mi verdadera misión comienza. Mi deseo más profundo es recorrer los campos de mi amado país, esos mismos campos que una vez me vieron huir, pero esta vez para llevar luz. Quiero ir al encuentro de esos niños que, como yo en mi infancia, quizás necesiten una mano, una palabra de aliento, el conocimiento que les abra un mundo de posibilidades. Quiero, finalmente, hacer mi sueño realidad: ser el maestro que la guerra no me permitió ser. Volveré a sembrar, no balas, sino semillas de esperanza en el corazón de los futuros constructores de nuestra nación.