28/04/2025
"En aquellos tiempos antiguos, dos mujeres humildes se presentaron ante el rey Salomón.
Ambas vivían bajo el mismo techo. Ambas afirmaban ser la madre del mismo niño.
Una de ellas habló con dolor: 'Señor mío, yo di a luz estando con esta mujer en la casa. A los tres días, ella también dio a luz. Estábamos solas.
Pero en la noche, su hijo murió. Y mientras yo dormía, tomó a mi hijo vivo y puso junto a mí al niño mu**to.'
La otra mujer negó con vehemencia: '¡No es cierto! El hijo vivo es mío, y el mu**to es suyo.'
Un silencio profundo llenó la sala del trono. No había testigos. No había pruebas.
Entonces, Salomón, en su infinita sabiduría, pidió una espada. Y con voz firme ordenó:
‘¡Partid al niño vivo en dos, y dad una mitad a cada una!’
Una de las mujeres, desgarrada por el amor de madre, gritó desesperada:
‘¡No, señor mío! ¡No matéis al niño! ¡Entregádselo a ella!’
La otra mujer, fría e indiferente, dijo:
‘¡Que no sea ni mío ni suyo! ¡Partidlo!’
Entonces, Salomón, con una leve sonrisa, habló:
‘Dad a aquella mujer el niño vivo, y no lo matéis. ¡Ella es su verdadera madre!’
Y todo Israel oyó aquel juicio.
Y temieron al rey, porque vieron que en él habitaba la sabiduría de Dios para hacer justicia."