12/10/2025
EL VALOR DE LA CULTURA EN TIERRA AJENA
Una mirada al San Pachito en Medellín
Por: Fabio Ruiz
Cuando el nombre de una tradición se usa sin responsabilidad, se corre el riesgo de desdibujar su esencia. El “San Pachito” en Medellín, más que una fiesta, debería ser un espejo fiel de nuestra cultura, no una sombra deformada de su esencia.
En los últimos años se ha hecho cada vez más frecuente el uso del nombre “San Pacho” para denominar actividades que, aunque se inspiran en la tradición quibdoseña, poco tienen que ver con el sentido espiritual, cívico y patrimonial de las Fiestas de San Francisco de Asís de Quibdó. Esta práctica, más allá de rendir homenaje, termina por trivializar una celebración que fue declarada Obra Maestra del Patrimonio Oral e Inmaterial de la Humanidad por la UNESCO. No se puede convertir en una marca genérica lo que representa siglos de fe, organización comunitaria y respeto. Asociar de manera ligera el nombre de “San Pacho” con eventos desbordados por el desorden y la violencia no solo confunde, sino que daña una reputación construida con sacrificio y devoción por generaciones.
El Encuentro de Entidades, Memoria y Resistencia Afro en Medellín, como oficialmente se le conoce, nació como una manifestación de identidad y un acto de afirmación cultural de una comunidad que ha echado raíces en tierra ajena, buscando mantener viva la esencia de sus orígenes. Es innegable el valor simbólico que tiene esta celebración en el corazón de Medellín, una ciudad que a pesar de sus propias heridas se ha consolidado como ejemplo mundial de resiliencia y transformación social.
Sin embargo, lo que en su inicio fue una celebración de memoria y orgullo cultural se ha visto empañado por episodios lamentables que se repiten año tras año: desórdenes, vandalismo y riñas callejeras con machetes, cuchillos y objetos contundentes. Escenas que hieren el espíritu de la fiesta y dejan en la memoria colectiva de los medellinenses y del país entero una imagen distorsionada de lo que debería ser un encuentro de cultura y convivencia. No se trata de estigmatizar ni de excluir, sino de comprender que la libertad cultural no puede confundirse con descontrol, ni la identidad con irrespeto.
Medellín, nos guste o no, tiene otra historia, otra cultura y otra forma de entender lo público. Esta ciudad construida con esfuerzo por un pueblo distinto al nuestro ha abierto sus puertas con generosidad, ha brindado oportunidades y ha permitido que los ritmos, colores y símbolos del Pacífico encuentren un lugar para florecer. Pero cada vez que esos espacios terminan en desorden, estamos cerrando las mismas puertas que tanto nos costó abrir.
A los organizadores, cabe recordarles que no se trata de culpar a las autoridades, a terceros, ni a “las barreras del racismo estructural”, como se ha insinuado en algunos pronunciamientos, sino de asumir responsabilidades. De hacer autocrítica, evaluar a conciencia y corregir donde sea necesario. De comprender que, cuando quienes deben representar la cultura afrodescendiente terminan involucrados en hechos que la degradan, el mensaje se diluye y la causa pierde legitimidad ante una sociedad que observa y juzga. El racismo estructural existe, sí, pero no puede ser el argumento para evadir responsabilidades propias. El respeto comienza por casa, y Medellín, que hoy es casa de miles de afrocolombianos, merece reciprocidad, orden y agradecimiento.
Este espacio no puede seguir siendo una oportunidad desperdiciada en una ciudad que hoy es una vitrina global, una ciudad que recibe visitantes del mundo entero. Allí podríamos mostrar lo mejor de nuestras raíces: el talento, la alegría, la espiritualidad y el ingenio de nuestra gente. Pero mientras el evento siga asociado al descontrol y no al arte, a la agresión y no al mensaje, estaremos retrocediendo.
El Encuentro de Entidades, Memoria y Resistencia Afro, de mantenerse, debe buscar nuevos espacios de realización; pensar en sitios cerrados como el Palacio de Exposiciones o el Centro de Espectáculos La Macarena, donde haya más y mejor control. Donde el canto a la cultura, la celebración de la vida y el testimonio de identidad construyan, dejen huellas, no heridas. Solo así, Medellín seguirá siendo ese escenario donde la cultura afro pueda brillar sin sombras.