06/07/2025
HISTORIA DE UN SEGUIDOR
Cuando conocí a mi esposa, ella ya tenía tres hijos. Yo no tenía hijos propios, pero desde el primer día sentí que debía cuidarlos. No me importaba que no llevaran mi sangre. Les di casa, comida, ropa, y sobre todo, educación. Les pagué buenos colegios porque quería que tuvieran un futuro mejor. Nunca les faCuando conocí a mi esposa, ella ya tenía tres hijos. Yo no tenía hijos propios, pero desde el primer día sentí que debía cuidarlos. No me importaba que no llevaran mi sangre. Les di casa, comida, ropa, y sobre todo, educación. Les pagué buenos colegios porque quería que tuvieran un futuro mejor. Nunca les fa nada.
Con el tiempo mi negocio creció, y tuve la suerte de tener estabilidad. Cuando terminaron el colegio, su madre empezó a exigirme que los mandara a la mejor universidad del país. No lo pidió como algo que habláramos en familia, lo exigió. También dijo que debía rentarles un departamento porque ya eran grandes. Yo quería ayudarlos, claro que sí, pero en ese momento estaba pasando por algo difícil.
Mi hermano mayor, que me había ayudado a levantar mi negocio desde cero, estaba en aprietos. Su hijo, mi sobrino, estaba enfermo. Una enfermedad seria, y estaban luchando por tratarlo en una clínica en el extranjero. Yo estaba ayudándolos con todo lo que podía. Cuando les expliqué esto, esperando comprensión, me respondieron con rabia.
Me dijeron que prefería a un "caso perdido" que a ellos, que tenía la obligación de darles todo, que era injusto. Me dolió, no solo por las palabras, sino por cómo lo dijeron. Por cómo olvidaron todo lo que hice por ellos todos esos años.
Les ofrecí pagar la universidad si me ayudaban a trabajar, a generar ingresos juntos. No era un castigo, era una forma de enseñarles cómo se gana lo que uno tiene. Me llamaron explotador, avaro. Fue entonces que entendí algo que me costó aceptar: no me querían a mí, querían mi dinero.
Los cité a un restaurante. Invité también a su verdadero padre, que había estado ausente mucho tiempo, pero que decía estar arrepentido. Durante la cena, le pedí que se hiciera cargo de la educación de sus hijos. Aceptó. Les ofreció su casa modesta y trabajo en su taller mecánico. Ellos, que rechazaron trabajar conmigo en mi empresa cómoda y bien pagada, también lo rechazaron a él.
Ahí fue cuando entendí que ya no podía seguir. Les dije, con todo el dolor del mundo, que si querían exigirle algo a alguien, no podía ser a mí. Que era su verdadero padre quien debía estar ahí para darles lo que yo ya no podía dar. Y me fui.
Seguí ayudando a mi hermano. Mi sobrino se recuperó. Con el tiempo, mi vida cambió. Empecé de nuevo, lejos de todo eso, con personas que sí valoraban lo que hacía.
A veces, por amor, uno da más de lo que debe. Pero cuando el amor no es correspondido con respeto, con gratitud, llega un momento en que hay que soltar. No porque uno deje de querer, sino porque uno también merece paz.