03/07/2025
| El injusto minuto 90 :
El fútbol, ese hermoso juego que nos regala alegrías inmensas y nos conecta a millones alrededor del mundo, nos ha golpeado de nuevo con la más cruda de las realidades: la impredecible y cruel fragilidad de la vida. La noticia del fallecimiento de Diogo Jota, delantero del Liverpool, y su hermano André Silva en un accidente automovilístico en España, nos ha sumido en un luto que va más allá de camisetas y rivalidades. Es un dolor universal, porque nos recuerda lo poco que controlamos el destino, incluso cuando todo parece ir de maravilla.
¿Cómo puede ser que un joven de 28 años, en la cima de su carrera y recién casado, con tres hijos pequeños, se vaya de esta manera? Las imágenes de su boda, los mensajes de felicidad compartidos hace apenas semanas, resuenan ahora con una tristeza desgarradora. “Un día que nunca olvidaremos”, escribió Diogo sobre su matrimonio. Y tristemente, no lo olvidaremos, pero no por la razón que él soñaba. La vida puede ser tan injusta que nos arrebata la alegría en el momento menos pensado, como un gol en el minuto 90 que te deja sin aliento.
El accidente en Zamora, con el reventón de un neumático y el posterior incendio del vehículo, es un recordatorio brutal de que la tragedia no distingue entre estrellas del fútbol y el resto de los mortales. Ni la velocidad de la respuesta de los servicios de emergencia pudo contra la virulencia del destino. Y la pérdida es doble: André Silva, su hermano, también futbolista, partió con él, dejando un vacío aún más profundo en su familia y en el fútbol portugués, que pierde a "dos campeones", como bien expresó la Federación Portuguesa de Fútbol.
La reacción del mundo del fútbol ha sido unánime: dolor y solidaridad. Desde leyendas como Jamie Carragher y Gary Neville, hasta los mensajes de aficionados de todos los clubes, las redes sociales se han convertido en un muro de lamentos y homenajes. Curiosamente, en medio de la vorágine informativa, la demora en el comunicado oficial del Liverpool no es una señal de indiferencia, sino quizás de un club lidiando con un golpe tan duro, buscando las palabras adecuadas para expresar un dolor que es inconmensurable. Es la forma en que las grandes instituciones, con sus protocolos y sensibilidades, procesan una tragedia que golpea directo al corazón.
Pero más allá de los goles, los trofeos y las estadísticas, el legado de Diogo Jota, y con él el de André Silva, se construirá sobre su humanidad. Los homenajes no solo hablan de su habilidad en el campo, sino de su alegría contagiosa, su humildad, su resiliencia ante las lesiones y el respeto que inspiraba en todos. Eso es lo que perdura. En momentos como este, el balón pasa a un segundo plano y lo que realmente importa es la persona, el ser humano, el impacto que dejó en quienes lo conocieron y en la inmensa comunidad del fútbol que hoy llora.
Diogo Jota y André Silva nos han dejado prematuramente, dejando un vacío inmenso. Su partida es un golpe que nos recuerda la fragilidad de nuestra existencia y la importancia de valorar cada momento. El fútbol está de luto, pero su recuerdo, su talento y, sobre todo, su calidad humana, perdurarán para siempre. Descansen en paz, campeones
Por: Haroldo Garcés Rivas