24/09/2025
HABLAR DE POESÍA No. 75. VERSIFICACIÓN ESPAÑOLA
UNA MEDALLA PARA EL SONETO: RUBÉN MARTÍNEZ VILLENA
Por Carmen B. Sotolongo Valiño
(DESDE LA LIBRERÍA ATENEO PEPE MEDINA DE SANTA CLARA, CON EL AUSPICIO DEL CENTRO PROVINCIAL DEL LIBRO Y LA LITERATURA EN VILLA CLARA, septiembre, 2025)
En la publicación pasada comentamos un soneto sonetil con estrambote de la autoría de Dámaso Alonso (1898- 1990) titulado «El corcel». Y vimos cómo perduran ya bien entrado el siglo XX las formas surgidas en el Siglo de Oro español (1442-1681), actualizadas y complejizadas con los tejidos de la autorreflexividad y la intertextualidad.
Con este antecedente puedo considerar como sonetil un magnífico ejemplar del cubano Rubén Martínez Villena titulado «La medalla del soneto clásico».
Rubén Martínez Villena (1899-1934) ocupa un lugar importante en la historia política y cultural cubana. Fue un líder radical en la lucha contra la tiranía en que se había convertido el gobierno del presidente Gerardo Machado en el primer lustro del siglo XX. Villena, a pesar de su muerte temprana, causada por la tuberculosis, y de haber dedicado gran parte de sus energías a la labor política, dejó una obra ensayística y poética corta, pero demostrativa de un talento excepcional.
Su escritura se produce en un momento de transición en la poesía cubana que se ha dado en llamar postmodernismo, en el sentido de que se sitúa después del modernismo culminado por Regino E. Boti y José Manuel Poveda a principios del siglo e inmediatamente anterior a la irrupción de la vanguardia artística en el panorama literario del país.
Un movimiento postmodernista y prevanguardista cuyas notas sobresalientes fueron el prosaísmo y la ironía sentimental, y que ostenta figuras tan interesantes como el propio Villena, María Villar Bu**ta, José Zacarías Tallet y Juan Marinello, este último más caracterizado por el intimismo.
La ensayista Ana Núñez Machín, en su libro «El joven Rubén» (Ciudad de La Habana, Gente Nueva, 1981) cita en la p. 37 la opinión testimonial de Nicolás Guillén sobre la poesía de Martínez Villena: «Era un hombre muy conocedor de su oficio. Era muy exigente en cuanto a la forma y trataba de encontrar la expresión más difícil, y, al mismo tiempo, espontánea. En general, trabajaba mucho el poema».
Cultivador asiduo del soneto, entre los más perfectos que escribió se sitúa el homenaje titulado «La medalla del soneto clásico», lo compuso en 1925 para competir en unos Juegos Florales donde prometían mil pesos para el primer premio en todos los géneros. Villena lo ganó, pero los mil pesos nunca fueron pagados. Lo transcribo a continuación:
Ánfora insigne de la fiebre augusta
vertió la miel de su labor divina;
ejercicio de brava disciplina,
troquel de bella suavidad robusta.
Añeja forma donde Apolo ajusta
fuerza viril en gracia femenina;
¡aún alzas hoy tu majestad de ruina
bajo el desprecio de la edad injusta!
Reliquia noble, que tomé del arca
donde un viejo perfume de Petrarca
alienta en Argensola y en Arguijo;
mi triste devoción cuaja una gota,
y, hecha un endecasílabo, la fijo,
¡como una perla en tu medalla rota!
Villena, que en otros sonetos empleó el metro alejandrino y la rima cruzada, se atiene aquí a la forma más clásica: el metro endecasílabo, los dos cuartetos de solo dos rimas abrazadas: ABBA:ABBA y los tercetos de tres rimas distribuidas en la armoniosa combinación: CCD:EDE.
Por otra parte, tributa a la historia del soneto al mencionar al italiano Petrarca, a quien, como ya vimos, siguieron los introductores y popularizadores de esta forma en la lengua castellana. También menciona a los poetas españoles Lupercio Leonardo de Argensola (1559- 1613) y a Don Juan de Arguijo (1567-1623), sonetistas los dos, enmarcados en la corriente clasicista del Siglo de Oro, más inclinado a lo renacentista el primero y a lo barroco el segundo, pero ambos imitadores virtuosos de los clásicos grecolatinos. La antigüedad del soneto («Ánfora insigne... ») la remonta al mitológico creador de la poesía, Apolo. Y se duele de que la «edad injusta» lo desprecie («majestad de ruina», «viejo perfume» «medalla rota»), en alusión al abandono de las formas métricas que implica el vanguardismo.
Si reparamos en las imágenes del poema, vemos claramente dos series simbólicas de atribución (pudiéramos decir que una se refiere a lo agradable y otra a lo trabajoso). También notamos el uso frecuente de la antítesis y el oxímoron: para el sujeto lírico el soneto es miel, labor divina, reliquia noble, bella suavidad robusta (oxímoron), fuerza viril ajustada en gracia femenina (antítesis), y, por otra parte es troquel, fiebre augusta, disciplina brava que conlleva ejercicio, (recordemos a Boileau: «Apolo inventó el soneto para tormento y desesperación de los poetas»).
Formidable es el terceto final donde el fervoroso autor proclama que lo escrito por él es una medalla (homenaje) para el soneto clásico. La autoironía se advierte cuando el sujeto lírico califica como triste su devoción y como rota la medalla que ha concebido: nada menos que un soneto formalmente perfecto y de gran altura lírica. Quizás pensó que su tributo no iba a cambiar el injusto desprecio de los vanguardistas sobre esta forma poética, sin embargo el soneto vuelve a ser noticia en la actualidad y cada vez tiene más cultivadores y lectores devotos.
«La medalla del soneto clásico» es el testimonio de Rubén Martínez Villena sobre la inmortalidad de una forma poética magistral que no va a desaparecer por el embate de los siglos y las modas.