
11/10/2024
Me mira en derredor y, sin pretenderlo, aniquila el personaje que me invento cada día para engañarme a mí misma. El abuelo no abarca. Profundiza. Su memoria admite la sonrisa deparada por el recuerdo, pero no teme la frialdad de un análisis distanciado. Ambas posibilidades sólo son verosímiles a partir de un conocimiento de lo que sucedió en esos años sesenta que vuelven a su memoria como por ensalmo.
Ayer le dije que le llevaría el próximo 18 de octubre al concierto de uno de sus ídolos, Raphael, en la plaza de toros de Logroño. No sé si entendió lo que le dije, pero esbozó una sonrisa y agitó las manos en señal de aplauso. Para Raphael, el último concierto siempre es el primero. Para el abuelo será el espectáculo de su vida; estoy convencida de que su mente navegará a mil por hora en su interior y se retrotraerá al verano de 1962 y a los acordes de Llevan, la canción por la que el Niño de Linares ganó el Festival de Benidorm. Justo ese día se declaró a Elvira, el amor de su vida, a quien llevaría tiempo después al cine para disfrutar de Las gemelas.
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