17/12/2025
REFLEXIÓN
Un hombre llegó donde su padre y le confesó: —Papá, ya no soporto a mi esposa. Quiero acabar con su vida, pero temo que descubran que fui yo. ¿Puedes ayudarme?
El padre lo miró con calma y le respondió: —Te ayudaré, hijo, pero primero debes reconciliarte con ella. Nadie debe sospechar de ti cuando ya no esté. Trátala con respeto, sé atento, paciente, cariñoso y agradecido. Escúchala más, piensa menos en ti y valora cada gesto.
Luego le entregó un frasco y le dijo: —Cada día pon un poco de este polvo en su comida. Poco a poco irá perdiendo la vida.
Treinta días después, el hijo regresó angustiado y dijo: —Padre, ya no quiero que muera. En este tiempo volví a enamorarme de ella. ¿Cómo detengo ahora el efecto del veneno?
El padre sonrió y le respondió: —Tranquilo, hijo. Lo que te di fue polvo de arroz. Ella no corre ningún peligro. El verdadero veneno estaba dentro de ti.
Cuando alimentamos el rencor, somos nosotros quienes nos vamos consumiendo lentamente.
Por eso es necesario reconciliarnos con nuestro interior y con quienes nos han herido.
Tratar a los demás como quisiéramos ser tratados.
Tomar la iniciativa de amar, de dar, de servir y de entregarnos, en lugar de buscar siempre ganar, ser atendidos o aprovecharnos del otro.
Que el amor de Dios nos alcance cada día, porque no sabemos cuánto tiempo tendremos para sanarnos con ese poderoso antídoto llamado perdón.