11/02/2025
Julián lo había perdido todo. Sin familia, sin hogar, sin nadie que le extendiera una mano, encontró refugio bajo un viejo árbol en las afueras del pueblo. Las noches eran frías y largas, pero no estaba solo. Su fiel perro, Max, se acurrucaba junto a él, brindándole calor y compañía.
Aunque pasaban hambre, Max nunca se alejaba. Cuando Julián dormía, su perro permanecía alerta, vigilando que nada le ocurriera. No le importaba si su dueño ya no tenía riquezas, si no vivían en una gran casa o si sus ropas estaban gastadas. Max solo sabía que Julián era su familia y jamás lo abandonaría.
Un día, un hombre del pueblo observó la escena. Vio a Julián, dormido sobre la tierra, y a su perro, protegiéndolo como si fuera el mayor tesoro del mundo. Conmovido, decidió ayudarlos, ofreciéndole a Julián trabajo y un lugar donde vivir.
El tiempo pasó, pero algo nunca cambió: cada noche, Max seguía durmiendo junto a su amo, recordándole que la verdadera riqueza no se mide en oro, sino en amor y lealtad.