
03/07/2025
Dicen que el capibara no le teme a nada… pero no es por valentía.
Es porque ha elegido no participar en guerras que no le corresponden.
No compite. No huye. No se altera.
No gasta su energía en demostrar nada.
Solo camina. Tranquilo. Eterno. Como si el caos del mundo no tuviera permiso para tocarlo.
Avanza entre cocodrilos como quien cruza un jardín.
Rodea depredadores como si fueran sombras pasajeras.
Y lo más curioso… es que nadie lo ataca. Nadie lo desafía. Nadie lo daña.
No porque sea el más fuerte. Sino porque no representa amenaza alguna.
No impone respeto con fuerza ni con miedo.
Lo impone con algo más raro y poderoso: la paz.
Tiene esa energía que desarma.
Esa presencia que silencia.
Una calma tan profunda, tan intacta, que hasta el más agresivo se queda quieto cuando lo siente cerca.
Quizás por eso las aves se posan sobre él.
Los monos lo buscan.
Los depredadores lo dejan pasar.
Porque estar cerca del capibara… es como tocar el centro mismo de la tranquilidad.
No es invencible. Ni lo pretende.
Solo ha comprendido que la verdadera fortaleza no grita. No muerde. No se defiende.
Solo permanece.
Sin rencores.
Sin prisa.
Sin miedo.
Y tal vez, en este mundo donde todos corren por sobresalir, donde se grita para ser escuchado y se pelea para no ser olvidado…
Lo que más nos hace falta…
es aprender a vivir como el capibara:
con dignidad, con silencio,
y con una paz tan firme… que desarme al mundo entero.
La verdadera fuerza no está en imponerse, sino en mantenerse en paz en medio del ruido. A veces, el alma más serena es la que más respeto inspira. Porque en un mundo que corre, grita y pelea… la calma es el acto más valiente.