28/10/2024
Ser fuerte no es algo que siempre me quedó claro, es algo que aprendí en el camino, en momentos en los que no tenía otra opción.
Recuerdo cuando todo parecía desmoronarse. Las expectativas que tenía para la vida no se cumplieron y las personas en las que más confiaba me decepcionaron. Fue allí que entendí que no podía depender de otros para sentirse completa o segura. Aprendí que la verdadera fuerza nace cuando te enfrentas a la soledad, y en lugar de sentirte débil, decides convertir esa soledad en tu aliado.
La vida me enseñó que el dolor no es un enemigo. Me enseñó que llorar no te hace menos fuerte, al contrario, te da la capacidad de sentir profundamente y sanar. En cada lágrima se encuentra una lección, un recordatorio de que, después de la tormenta, siempre llega la calma.
Ser fuerte no se trata de guardar silencio sobre lo que te hace daño, sino de hablar firmemente de tus miedos y aceptarlos. No se trata de fingir que todo está bien, sino de aceptar que existen días malos, pero no dejar que esos días te definan.
He aprendido que no se trata de no caerse, sino de cómo te levantas. Y no siempre lo haces inmediatamente, a veces lleva tiempo, pero lo importante es no quedarse en el suelo. Me he caído muchas veces, me he tropezado con mis propios errores y las dificultades que la vida me ha puesto frente, pero cada vez me he levantado más confiado en quien soy.
Ser fuerte es entender que el amor propio es la base de todo. No puedes esperar que otros llenen los vacíos que solo tú puedes llenar. Aprendí a ser mi mejor amiga, a ser amable conmigo misma en mis peores días, y a celebrar cada pequeño logro, porque son esos momentos los que me recuerdan lo mucho que he crecido.
Lo que me enseñó a ser fuerte fue la vida misma, con todas sus imperfecciones y desafíos. Y aunque aún tengo mucho que aprender, sé que mientras mantenga esa fuerza interior, puedo manejar cualquier cosa que venga.
Sigue el viaje de la vida