Ecuador es Positivo

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07/12/2025

Soy hijo de los constructores silenciosos de estas montañas andinas, nunca imaginé que mi nombre se confundiría con los susurros del demonio ni con los rezos de los franciscanos. Pero así es la vida: a veces nos empuja al borde de lo imposible, y uno termina pactando con fuerzas que no sabe si son de la tierra o del cielo.

Yo soy Francisco Cantuña y aún puedo ver, como si fuera esta misma mañana, el atrio inconcluso de la Iglesia de San Francisco. Allí, bajo un cielo que parecía tejido con hilos de oro y ceniza, yo caminaba entre piedras frías, cada una esperando encajar en el gran mosaico que debía levantarse antes de que el sol del último día se escondiera tras el Panecillo. Cada piedra pesaba más que mis propias culpas, pero ninguna tan pesada como el compromiso que había firmado con los padres franciscanos: entregar el atrio completo en un plazo que ni cien hombres robustos hubieran logrado cumplir.

Recuerdo que aquella tarde el viento soplaba con una insistencia casi humana, como si quisiera advertirme. Yo observaba las piedras apiladas, escuchando cómo la ciudad respiraba su mezcla de rezos, mercados y cóndores invisibles. Quito siempre ha sido así: un animal vivo, capaz de rugir y llorar en el mismo instante.

Mis manos temblaban, no por el frío, sino por el presentimiento de que estaba perdiendo algo más que el contrato: estaba perdiendo mi honra. Mi padre solía decirme que el honor de un hombre se guarda en la palabra, y mi palabra estaba en riesgo de quebrarse como una teja mal cocida.

Fue entonces cuando sentí una presencia que no provenía de este mundo ni del otro, sino de un intermedio oscuro donde habitan las tentaciones. El aire se espesó a mi alrededor, como si alguien hubiera sumergido el tiempo en un cuenco de melaza. No lo vi llegar, pero lo escuché.

—Francisco… —susurró una voz que parecía estar hecha de sombras.

No negaré que el miedo me atravesó, pero también me atravesó el orgullo. No iba a mostrar flaqueza ante quien quiera que fuera ese espectro.

—¿Qué quieres? —respondí con una seguridad que no me pertenecía.

La figura se materializó lentamente, como si fuera un dibujo siendo trazado por manos invisibles. Era el mismísimo demonio, aunque no aquel de los libros europeos, sino uno más cercano, uno que parecía conocer cada rincón de Quito, cada pecado de sus habitantes y cada grieta de mis esperanzas.

—Sé que no cumplirás el plazo —me dijo con voz sedosa—. Pero puedo ayudarte. Mis huestes levantarán el atrio por ti. Solo necesito… una firma.

Me mostró un pergamino que parecía vivo, respirando. Mis ojos recorrieron la superficie donde danzaban letras ardientes. No necesitaba leer la letra pequeña para saber que estaba a punto de perder algo más que mi tranquilidad.

Pero pensé en mi padre. Pensé en la vergüenza pública. Pensé en los franciscanos mirándome como a un mentiroso. Pensé en el nombre de Cantuña hundiéndose en el lodo de los chismes, ese terreno fértil donde crecen los peores rumores.

Y firmé.

No con tinta, sino con un temblor del alma.

A partir de ese instante, el atrio se convirtió en un hormiguero de sombras. Cientos de criaturas, mitad viento y mitad ceniza, comenzaron a mover piedras con una rapidez que ningún ser humano hubiera comprendido. Las columnas se erguían como si una fuerza invisible las soplara desde abajo; los adoquines se acomodaban obedientes, como soldados en formación. Aquella escena parecía un sueño o un delirio, uno que hubiera escrito un poeta extraviado.

Yo observaba todo en silencio, sintiendo cómo mi corazón latía como si quisiera escaparse del pecho. Era un milagro oscuro, un prodigio que no debía presenciarse y, sin embargo, yo era su testigo.

Pero mientras avanzaba aquella obra sin descanso, una idea comenzó a madurar en mi mente. No era una idea santa, pero tampoco diabólica. Era más bien un instinto de supervivencia, la misma astucia que los hombres humildes desarrollamos para no ser devorados por los poderosos ni por los espíritus.

Sabía que el demonio reclamaría mi alma cuando la última piedra estuviera colocada. Y sabía también que los demonios son criaturas de reglas estrictas, más rígidas incluso que los frailes.

Fue entonces cuando decidí salvarme mediante un engaño tan simple que parecía imposible que funcionara.

Busqué entre los montones de rocas una piedra pequeña, insignificante, una que pasaría desapercibida incluso ante los ojos de aquel ser infernal. Cuando las criaturas ya estaban por terminar, tomé esa piedra y la escondí deliberadamente detrás de un pilar recién instalado.

Al amanecer, el atrio resplandecía. Cada piedra estaba en su sitio, cada borde pulido, cada línea perfecta. Los frailes estaban maravillados, incapaces de comprender cómo había logrado cumplir.

Pero el demonio también apareció. Y esta vez su presencia era un océano de furia.

—Tu obra está terminada —sentenció.

Yo respiré hondo.

—No está terminada —dije señalando el pilar—. Falta una piedra. Una sola. Y tú lo sabes: el pacto decía que la obra debía completarse totalmente.

El demonio, humillado por su propio contrato, se disolvió en un chillido que quebró el silencio de la madrugada. Sus criaturas se evaporaron como humo, y yo me quedé allí, temblando, consciente de que había engañado al mismísimo señor de las sombras.

No negaré que aquella mañana me sentí poderoso, pero también profundamente solo. Porque aunque salvé mi alma, supe que viviría siempre con la sombra de lo ocurrido. No hay pacto con el mal que no deje cicatriz.

Y sin embargo, cuando subo al atrio de San Francisco y veo la obra completa -mi obra-siento que mis manos, con ayuda o sin ella, dejaron una huella en la piedra. Quizás ese sea el destino de los hombres como yo: construir en medio de la duda, sobrevivir entre santos y demonios, y confiar en que la historia nos recuerde no por lo que perdimos, sino por lo que fuimos capaces de engañar.

31/10/2025

Registros históricos muestran que el ceviche ya se preparaba en la costa ecuatoriana con naranja agria y pescado fresco antes de la colonia 🥘.

🌊 Sabor ancestral del litoral. Patrimonio gastronómico del Ecuador.



Fuente: INPC 2023; ULEAM, Gastronomía Ancestral del Litoral

20/10/2025

La piña ecuatoriana figura entre las más dulces del planeta 🍍 gracias al clima tropical, suelos volcánicos y prácticas sostenibles.

Desde Santo Domingo hasta Los Ríos, miles de familias dependen de esta fruta que conquista mercados y paladares. 🇪🇨

Fuente: FAO & ProEcuador, Informe de Agroexportaciones 2024

20/10/2025
23/09/2025

🔎 ¿Sabías que Sudamérica guarda 141 colecciones de mamíferos con más de 746 000 especímenes catalogados? Entre ellos se encuentran los valiosos tipos primarios, fundamentales para describir nuevas especies 🐒🦇🦦.

Conoce más en: https://spondylusdigital.com/colecciones-de-mamiferos/

📍 En Ecuador existen seis colecciones activas que reúnen cerca de 38 400 ejemplares, ubicadas en instituciones como el INABIO, la PUCE y la EPN.

👉 Estas colecciones no solo guardan esqueletos o pieles, también son cofres de información genética que permiten comprender la biodiversidad y hasta rastrear virus emergentes.

⚠️ Sin embargo, enfrentan grandes retos: falta de financiamiento, personal especializado e infraestructura.

🔗 Conoce más sobre este estudio y la importancia de preservar las colecciones científicas.

13/09/2025

⛽💵 El diésel en Ecuador pasa de USD 1,80 a USD 2,80 por galón.

El valor quedará fijo hasta el 11 de diciembre de 2025 y luego se ajustará según un nuevo mecanismo de cálculo de acuerdo a la variación de los precios internacionales.

👉 Revisa el alcance de esta medida en la nota completa: 🔗 https://spondylusdigital.com/diesel-en-ecuador-usd280-hasta-diciembre/

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