04/08/2025
🤫🤐 Tenía cinco años sin verlo, desde aquella despedida en la Terminal de Babahoyo, con la voz quebrada y un cuídate mucho, que parecía más luto que cariño. Nos juramos nunca volver a escribirnos… y lo cumplimos. Hasta ese jueves. Yo estaba en el centro de Ricaurte, en la ferretería comprando un bendito candado. Y ahí… ahí estaba él. Con la misma sonrisa torcida, con la misma manera de mirarme como si aún pudiera desnudarme con los ojos. No sé si fue la nostalgia, el calor o la forma en que me dijo: hola, flaquita, pero se me derritió algo por dentro. Yo sabía que no debía, estoy comprometida, tengo un hombre bueno, estable, que me quiere… Pero nunca me ha hecho temblar como él.
Terminamos hablando afuera de la iglesia, y entonces… empezó a llover, un aguacero tan intenso que parecía que el cielo también tenía un ex al que no había superado. Me ofreció llevarme a casa, dudé, pero subí, cruzamos la salida de Catarama, y sin decir nada, entró al cementerio. Ahí, con la lluvia golpeando el techo del carro como si alguien nos reprochara desde arriba… nos quedamos.
No pasó "todo"... pero tampoco pasó "nada". Era como revivir una versión de mí que había enterrado con él. Pero en medio de ese deseo que me gritaba “sigue”, había otra voz que me susurraba ¿y ahora cómo vuelves a mirar a tu marido a los ojos?
No me arrepiento… pero tampoco estoy en paz. Desde ese día, cada vez que él me escribe ¿te acordaste de mí hoy?, el corazón me salta… y la culpa me muerde; desde ese día ya no sueño con mi futuro, sueño con lo que pudo ser y no fue.
¿Uno puede amar a dos personas al mismo tiempo? Nunca debí haberme subido a ese carro ¿O debí quedarme a que pasara lo que no pasó?
Historia anónima – Confesiones en Silencio