Hermana Cecilia Maria de la Santa Faz

Hermana Cecilia Maria de la Santa Faz Rezar por la pronta beatificación de la Hermana Cecilia Maria y por las intenciones personales

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Cómo llevó la Hna. Cecilia María su enfermedadSegunda parte de la entrevista con la Madre María Magdalena: Conocido el d...
09/09/2025

Cómo llevó la Hna. Cecilia María su enfermedad

Segunda parte de la entrevista con la Madre María Magdalena:

Conocido el diagnóstico y empezado el tratamiento, ¿cómo la vio identificarse con la voluntad de Dios?
Durante toda la enfermedad, como durante toda su vida, luchó por identificarse con lo que Dios le pedía.
Escribió: “Me cuesta esa perseverancia, ese estar atenta al aquí y ahora para escuchar a Jesús en los pasitos que ÉL QUIERA, vaya dando”.

Lo más difícil de la enfermedad fue cambiando de día en día: primero el intenso dolor que nunca se podía controlar totalmente, subiendo constantemente las dosis de calmantes, sin llegar nunca a la “meseta”.

Después de su primera biopsia, acá en Santa Fe, pudo entregarle a Jesús algo que le costaba mucho y la intranquilizaba: tener que emprender su tratamiento en Bs. As. , por consejo del médico de aquí. Ella desde el primer momento me había manifestado: “me costaría muchísimo tener que ir a Bs. As. para atenderme”. Pero la Providencia manifestada a través de su familia nos salió al paso ofreciendo la posibilidad de tratarse en el Hospital Austral, algo que nosotras no hubiéramos podido afrontar, y que enseguida aceptamos por tratarse de un tratamiento que exigía gran precisión y complejidad. Hasta el final manifestó su único deseo de poder volver a su Comunidad y morir allí, deseo que nunca se cumplió. Pocos días antes de morir escribió: “hoy ofrecí hasta eso que es lo que más me cuesta” (no poder volver a Santa Fe.

¿Cómo evolucionó la enfermedad?
Al empeorar día a día su deglución, produciéndole intensos dolores la alimentación licuada, comprendió que ya no podía dilatar más la gastrostomía, que se realizó 5 meses antes de su muerte.
Enseguida contrajo su 1° neumonía por broncoaspiración y se le prohibió ingerir nada. Los primeros días, dejarle la botella de agua mineral a la vista fue causa de gran tentación, nos pedía que no se la dejáramos. Fue muy impresionante cómo se fue identificando en esto lo que Dios le pedía. Su primera reacción fue de angustia y tristeza, pero todo su secreto fue que no se cerró ahí, sino que con un corazón abierto le entregaba a Jesús esa angustia, ese dolor, sin forzar nada, sino aceptando profundamente lo que estaba viviendo y sintiendo… y uno podía ver cómo Jesús tomaba todo eso y lo iba transfigurando, comunicándole Su paz y Su consuelo, dándole nuevas fuerzas para afrontar con más alegría aún, lo que le esperaba.

Por eso, supo aconsejar a quienes atravesaban estos estados: “Jesús cargó con tu angustia. Cuando te vuelva la angustia, no tengas miedo, no hay que querer escapar. Hay que quedarse ahí; diciendo “Jesús en Vos confío”, y el diablo también se aprovecha porque nos hace creer en esos momentos, que nunca va a pasar. Pero él es espíritu, y no puede hacer gestos como besar una Cruz (este gesto ella lo repitió en momentos de desasosiego antes de entrar en agonía), decir “Jesús en Vos confío” (que fue su última palabra pronunciada antes de someterse a la traqueostomía, sabiendo que no iba a poder hablar más).
También escribió: “Viste que en el Padrenuestro Jesús no nos enseña a decir líbranos de las tentaciones sino “NO NOS DEJES CAER EN LA TENTACIÓN Y LÍBRANOS DEL MAL, O DEL MALO” que es el diablo”.

Después de esta primera reacción alcanzó tal libertad interior que no sólo podíamos dejarle a la vista el agua y la comida, sino que siempre nos preguntaba qué habíamos comido, quería que se lo contáramos diariamente con todo detalle. Un día se despertó muy contenta comentando, “anoche soñé que comía unos sandwichitos de jamón y queso y estaban riquísimos!”

¿Qué fue lo más difícil para ella?
Desde el principio de su enfermedad pensaba que lo que más le iba a costar es no poder hablar, ya que era muy comunicativa, pero hacia el final un día le pregunté qué le costaba más, si el no poder hablar o el no poder ni comer ni beber, y me contestó: “el no poder comer ni tomar agua”. Yo me sorprendí ante esta respuesta, y ella me escribió: “lo que pasa es que comer y beber es una necesidad vital”. Muchas veces dejó escrito: “tengo sed” como Jesús en la Cruz al que se fue identificando poco a poco.

Durante el tratamiento de rayos escribió: “siento mi boca, mi lengua y el paladar todos lastimados, me duele si hablo, o “intento hablar”, no tengo alivio para esto…así que, ¿qué voy a decir?, sino FIAT!” Sin embargo su caridad la impulsaba a seguir comunicándose: “el técnico de rayos me sorprendió el otro día cuando me dijo: “usted hermana cuando me habla así, me transmite mucha paz” y en el momento sí, siento que es Jesús obrando en mí.”

A los médicos del Hospital Austral les impresionó que hubiera podido terminar el tratamiento de pie. Citando a Doroteo de Gaza, ella escribía: “la perseverancia es la virtud del mártir”… “a veces se me hace difícil el vivir el “sólo por hoy”. Sólo me faltan 5 sesiones de rayos… sólo sé que cada noche, cuando pongo la cabeza en la almohada digo: “¡gracias a Dios, un día menos!” y al levantarme (como las noches son difíciles por las flemas, etc) siempre pienso: “gracias a Dios, ¡una noche menos!….Después lo que más cuesta es la perseverancia de recibir con agradecimiento las limitaciones de hoy: no poder hablar, no poder compartir la mesa con las hermanas. La mesa y el recreo…”

Terminado el tratamiento, volvió con gran alegría a Santa Fe, pensando en su recuperación. Pero a los 3 días le sobrevino su tercera neumonía a la que le siguieron varias más. Pero lo más fuerte fue cuando el estudio de videodeglución le salió mal, escribía: “al no comer, se me vuelve la saliva más espesa y ácida, la lengua más dura, etc.”… “estoy como Job, pero realmente me alivia la llegada de la noche, así me olvido de mi boca, dejo de tener necesidad de a cada rato estar escupiendo las salivas y las flemas en mi rollo de papel.”

Ante el recrudecimiento de su enfermedad, volvió a Bs. As. En el medio, se intentó una consulta de medicina alternativa, que resultó muy dolorosa. Duró más de una hora, en la que manifestó una total entrega al sufrimiento que se le ofrecía. Cuando terminó esa consulta, me comentó: “¿viste que estamos en la semana de oración por la unión de los cristianos?”

Luego, se la sometió a una re- biopsia que encontró un tumor bien activo que había tomado toda la lengua. Al salir de la misma le escribió a una de las enfermeras: “gracias por aliviarme un poco, me apreté mucho los dientes del dolor que tenía, tengo toda la mandíbula contracturada y los oídos no me los hice polvo de milagro, aparte de que me duelen las gileteadas que me dieron en la lengua, no me puedo relajar….”

Recordando esos momentos después escribía: “Mi corazón está en paz, me he puesto a llorar cuando no daba más de dolor y tenía este pensamiento “si esto empieza así, ¿cómo será después?...Cuando me bajó el dolor, recién pude ponerme a rezar, me salía la oración de Charles de Foucould: “Padre, me pongo en tus manos”. “Jesús me bendice de manera especial con esta enfermedad, y no me va a pedir cosas superiores a mis fuerzas”.

Se le abrían dos caminos: una cirugía mayor muy invasiva o cuidados paliativos. Al médico de paliativos le escribía: “pienso que cualquiera de los dos caminos que elija el dolor va a ser bravo. Pero teniendo ya la experiencia tan agresiva de los rayos, y bueno, la cirugía o cualquier otra agresión, me cuestan más… Seguiré igual escuchando con toda atención todo, pero creo que interiormente aunque parezca apresurado, mi decisión está tomada. Pienso que Jesús no quiere tampoco sufrimientos extras como sería una cirugía mayor.”

Comentando esta consulta me escribía: “yo todavía, Madre mía, me siento llena de vida, y esa, en lo que puedo, la quiero dar…..quiero gastar lo que me queda de vida, todas mis fuerzas y pequeños proyectos, en mi convento de Santa Fe”. Esto fue un mes antes de su muerte.

A causa de una nueva neumonía, se decide la traqueostomía y al respecto escribía a su familia: “se me acerca la traqueostomía, y bueno qué puedo hacer sino agradecer todo el tiempo que Dios Bueno me ha permitido usar mi lengua, a veces la usé mal, metí muchas patas, otras simplemente he dicho pavadas, pero es divertido a veces decir un poco de pavadas también.” Y en otra oportunidad escribía: “ya estaré como Zacarías, pero sin vuelta de hoja, un nuevo paso. Trato de vivir eso, paso a paso, sin saber del todo cómo será el siguiente, sólo sé que ésta es mi preparación para el Cielo”. Al despertarse de la cirugía de traqueostomía evitaba el más mínimo movimiento con la cabeza, porque si no, tosía y se ahogaba. Trajo un montón de consecuencias: “se me seca mucho la boca porque no puedo respirar por nariz y eso me hace doler todo lo que tengo lastimado, no tengo saliva…”
Toda intervención o subida de fiebre le hacía disparar el dolor. Pero lo más agresivo, porque le producía ahogo, eran las aspiraciones, y la cánula que se tapaba constantemente por las flemas, produciéndole sensación de asfixia: “Me estuve aguantando toda la noche con tal que no me aspiren, el otro día me resultó muy traumático tantas veces y tan fuerte. Ahora no doy más, las secreciones me agobian, la sensación de falta de aire me mata, y me repercute en el dolor de la boca”. En este contexto vino a visitarla un sacerdote amigo que le regaló una estampa de Sta. Teresita en su lecho, ya próxima a morir. Ella agradeciéndole al Padre, le escribió: me identifico con esta frase de la estampa: “yo he encontrado el secreto de sufrir en paz: yo deseo todo lo que Jesús quiere”.

A los pocos días, se detectó líquido en el pulmón, se le propuso otra intervención quirúrgica. El día anterior a la propuesta escribía: “a la tarde cansadísima, con muchas flemas, que fueron en aumento, dolor eléctrico como pinchazos en la pera, dolor de oído, y dolor de la traqueo, con muchas secreciones, dolor 5 (tenía un umbral muy alto de dolor), con la dosis del rescate me sentí un poco mareada, con náuseas, dolor de panza… lo que ya me imagino es que me pongan un tubo tipo drenaje, que son muy dolorosos, entre las pleuras”. Y sucedió como lo suponía, le colocaron 2 tubos y desde entonces brotaron litros de sangre y agua de su costado hasta que murió.

Mientras discernía si hacerse esta intervención o no, escribía: “lo que me cuesta es que todo retrasa mi ida a Santa Fe… yo no sé cuánto tiempo más de vida me quiere dar Dios para estar con mis hermanas, etc., esos yo no los quisiera acortar… pero bueno, me puedo equivocar en cualquiera de las dos decisiones, no?... Y después agregó: “Yo no sé por qué me siento con fuerzas para afrontar esto de la cirugía” Y le pedía al sacerdote: “Padre, le pido que le pida a Jesús, para que tenga luz para discernir qué es lo que debo hacer, si me conviene, si Dios quiere, esta nueva cirugía en los pulmones”. Su criterio de discernimiento, como siempre lo fue y lo escribía en este momento en que todos estábamos muy consternados, era: “lo que más nos tiene que importar es lo que Jesús quiere…, cómo lo quiere… y en esto Dios lo que más quiere sacar de mí y de vos y de todos, cuando nos toca vivir en nuestro cuerpo la fe, es vivir ese llamado a la alegría que no nos será quitada, por la cual tiene sentido nuestra vida…la única manera de caminar este tramo es caminarlo así, y no sacarle el hombro”.

Fruto de su discernimiento fue: “ofrecerme a mí con todas mis capacidades a todo lo que Él vaya pidiendo, con esa PROFUNDA ALEGRÍA DE SABERSE AMADO”. Yo le pregunté: entonces, el motivo que te mueve a elegir esta cirugía es el Evangelio? “Sí”, me respondió, “fue hoy al leer el oficio de lecturas, la carta a los Filipenses, cuando dice: tengan entre ustedes los mismos sentimientos de Cristo Jesús…que obedeció y obedeció hasta la muerte de Cruz”.

Todo esto lo vivió no sólo con alegría, sino también con buen humor. A una enfermera le decía: “yo soy tu Pedrita, ¿no?” Porque así se llamaba su hijo menor, muy consentido por ella. Lo que caracterizaba su trato afable, por muy mal que se sintiera, era que siempre estaba preocupada por los demás. Por ejemplo, esperaba el cambio de guardia para pedir los rescates, aunque los necesitara.

¿Cuál fue su reacción cuando le transmitieron que había metástasis en el pulmón?
Comprendió que ya no quedaba nada por hacer, y al retirarse el médico, quedó sumida en un profundo silencio, con los ojos cerrados. En ese momento entró uno de los kinesiólogos que despertó en ella toda su maternidad, porque creció sin su mamá. Al verlo, le sonrió profundamente y tomando su cuaderno le escribió: “siempre me pongo contenta cuando te veo!”. Y seis días antes de su muerte, se levantó de la cama esforzándose mucho, para prepararle, envolviéndola, una bandeja con bizcochos.

Toda su enfermedad la vivió siempre pensando en los demás y cuando tres días, antes de morir, el médico de paliativos le preguntó si hablaba con Jesús el tema de su muerte, ella escribió: “Tendría que ser más tema entre los dos, todavía no lo es… Y todo lo que la acompañará: el sufrimiento mío y de mi familia, de los más cercanos. Que se acerca pero no se acerca… Estamos dispuestas, estoy dispuesta, será todo como Él quiera.” Esa misma noche, a medianoche, abrazándola le susurré al oído: “hija mía queridísima, Jesús está a la puerta, ya viene a buscarte… Vos sos la novia radiante de belleza, “adornada con joyas de oro de Ofir” y Él ya quiere desposarse con vos para siempre. Te ama demasiado, ya no puede esperar más! Vos sos su esposa que ya está preparada…” Y se durmió en mis brazos…A la mañana siguiente apareció una empleada que al verla exclamó: “Qué cara tan radiante que tenés hoy!” Yo le pregunté: “pero no la tenía así todos estos días?” “No! El viernes cuando vine no estaba así. Hoy está radiante!” Poco a poco fue perdiendo el equilibrio, los médicos no podían creer que todavía pudiera levantarse, hasta que finalmente el último día ya no se levantó más. Sonrió hasta donde pudo ese día y cuando ya la asfixia fue más intensa se le aumentaron los calmantes hasta que se fue entrecortando su respiración y dando un último suspiro, expiró.¡ Todo estaba consumado!

Ofreció sus dolores por la unidad de la Iglesia... ¿Siempre tuvo esa intención tan fuerte en su corazón?
Siempre sintió el deseo de permanecer en contacto con los monasterios de Const. del 90 (siendo nosotras de Const. del 91) y manifestaba, ya entonces, su deseo de trabajar por la unidad. Sin embargo, este deseo de unidad se acrecentó notablemente últimamente. Dos cosas influyeron: por un lado, el Pontificado del Papa Francisco y la división entre los mismos católicos; y por otro lado, el encuentro que tuvimos en nuestro Monasterio con hermanas Carmelitas de otras Comunidades de nuestras mismas Constituciones. Fue un encuentro que derribó muros, los muros de tantos prejuicios acumulados, por la historia de herida y división dentro de Nuestra Orden. Pero sobretodo esta intención por la unidad, se hizo muy fuerte en su corazón con la enfermedad que le sobrevino. A partir de entonces, la poca lengua que le quedaba, la gastó y desgastó, entre otras cosas sobre todo, sembrando palabras y consejos que sólo buscaban fomentar la unidad dentro de la Iglesia y de la Orden “para que el mundo crea”. Decía:” hay que sacarle jugo a la lengua”, buscando el bien de los demás. Pero se daba cuenta que las palabras no eran suficientes, por eso ofreció sus dolores y su vida entera por esta intención.

El Papa Francisco le envió un mensaje, ¿recuerda cómo recibió ese saludo? ¿Qué significó para ella en ese momento?
Lo recibió en un momento de intensísimo dolor en el que “no podía ni pensar, ni rezar” como escribió después. Acababa de salir del quirófano por la re-biopsia del tumor de lengua, y en ese preciso instante su hermana Lucía, que providencialmente estaba con ella, le acercó al oído el audio del Papa. Lo escuchó todo con una sonrisa, pero no debe haber entendido todo porque se escuchaba más o menos… pero el Papa le estaba hablando y consolando, y eso sí lo captó. Sonrió durante todo el audio… sonrió una última vez y después volvió su rostro de dolor intenso… días después escribió: “me resultó muy fuerte y conmovedor el mensaje del Papa” y varias veces me pedía que se lo volviera a hacer escuchar. Una vez le pregunté: “de todo lo que te dijo el Papa ¿qué fue lo que más te llegó?” Y ella me respondió: la parte donde me decía: “te quiero mucho “

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SE ENTREGÓ A DIOS CON ALEGRÍA

La hermana Cecilia no perdió su alegría, a pesar de su incansable lucha contra el cáncer. Antes de morir, escribió su último deseo. Su encuentro con Dios se hizo realidad. FOTOS >> http://goo.gl/NnNKEH

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