12/08/2025
Tercera parte de la entrevista con la Madre María Magdalena de Jesús
Su vida interior
¿Cómo describiría el alma de Cecilia María?
La describiría con las palabras de Nuestro Padre San Juan de la Cruz: “el alma enamorada es alma blanda, mansa, humilde y paciente”. Esta obra acabada de Jesús en ella fue la culminación de un largo camino de purificación y transformación en el que experimentó los fuertes tironeos del “hombre viejo” (del que habla San Pablo) con su orgullo, egoísmo e impaciencia; aceptando con profunda verdad y con dolor esta fragilidad suya, aprendiendo poco a poco a acogerla hasta con ternura, dejando que Cristo actuara en ella. Lo expresó al escribir: “conocí a Cristo en mi fragilidad”. En vísperas de su gastrostomía y de iniciar el tratamiento de rayos y quimio nos dejó escrito en una carta para la Comunidad: “Con respecto a lo que sigue (el tratamiento), como les digo siempre, el Señor me regala tanta paz, que me impresiona, no sé por qué me hace tantos regalos así porque sí, porque mis defectos y rebeldías continúan estando en el mismo lugar. No puedo negar que ha habido un proceso de “amansamiento”, como a los potros más salvajes, pero bueno las semillas de mis mañas, sé que están escondidas en mi corazón, y cada tanto, a veces más, a veces menos, Él me las saca a la luz, para que no me olvide, como decía Mariam (Sta. María de Jesús Crucificado) , que soy un polvito de Jesús, un Polvito del Rey, que al polvo volverá, algún día cuando Él quiera, y nadie sabe el día ni la hora, así que no podemos hacer especulaciones de ninguna manera. Sólo tenemos que tener en lo más profundo de nuestro corazón: FIAT VOLUNTAS TUA”
Destacaba por su sencillez y alegría, ¿cuál fue el recorrido interior que la llevó vivir de modo tan llamativo estas virtudes?
La sencillez y alegría fueron virtudes que fue adquiriendo en el camino, en el camino de “la dulce obediencia”, como a ella le gustaba llamarlo. Un camino que le costó lágrimas, porque naturalmente era amiga de hacer su propia voluntad. Pero desde el momento en que, ya pasados varios años de su vida religiosa, se decidió “con determinada determinación” a emprender este camino, empezó a dar pasos que la fueron revistiendo cada vez más de esa sencillez y alegría que alcanzó su plenitud en la enfermedad.
“Este caminito” consistió para ella, por un lado, en ser muy clara y transparente. Así lo aconsejaba: “Yo pienso que eso de aceptarse e ir queriéndose a uno mismo es ir sereno aceptando más bien la Obra de Amor que Dios hace en vos, que la va haciendo, y algo ya ves. Y podés palpar, podés hablar, podés decir de vos mismo, podés animarte a hablar con los demás y acostumbrándote a poner las palabras exactas de lo que VIVISTE, de lo que vas viviendo, eso te ayuda mucho a vos y también ayuda mucho a los que te escuchan…
A mí me llevó muchos años, al principio cuando iba a hablar con las Madres, me ponía a llorar y no sabía decir con palabras lo que tenía en mi interior. Pienso que esto, hay que cuidarlo mucho y no hay que dejar que las cosas se amontonen y acostumbrarse a encontrar siempre en el día un momento para decir lo que nos pasa, las rabietas, pero no para acusar al otro, sino para sincerarse, eso para mí es pedir perdón”.
Por otro lado, cultivando un oído atento y dócil a todo lo que recibía como “Palabra de Dios” a través de las mediaciones que Dios le ponía en el camino, como lo aconsejaba a unas jóvenes adolescentes: “acostumbrate siempre, siempre a no dejarte guiar por tus caprichos, a obedecer a tu mamá, a veces, uno siente adentro como una pequeña lucecita que te dice “hacé eso, esto es lo mejor, lo que tenés que hacer” pero es tan chiquitita, que parece que da igual llevarle el apunte o no. Si uno la obedece, aunque sean cosas que parezcan una pavada, qué paz se siente dentro…
Es lindísimo, porque empezás a conocer al que te habla en tu conciencia, en el secreto de tu corazón. Y ahí, así, vas conociendo y amando a Jesús, a su Obra de Amor que sos vos misma. Él te enseña a amarte, y poco a poco te va sacando del camino ese que te llevan los caprichos… A veces sólo nos damos cuenta si elegimos bien o mal, por sus frutos, por los efectos que hace en nosotros, la paz que nos deja o por lo contrario. A mí me costó mucho aprender a obedecer al Espíritu Santo, todavía muchas veces me equivoco, pero cuando “nos obedecemos a nosotros mismos” que es lo mismo que obedecer al Espíritu Santo y no hacemos casos de nuestros caprichos, vamos aprendiendo lo que es la paz, la Felicidad, el gozo y la alegría de un corazón que sabe entregarse a los demás. Cuando somos orgullosos, levantamos los hombros y decimos y pensamos, “yo sé lo que tengo que hacer, no necesito que nadie me lo diga”, eso huele mal, no tiene el sello y la dulzura del Buen Espíritu, nos hace duros y fríos. La obediencia nos vuelve tiernos, humildes y blandos. Y es tan concreta y real, que en la medida en que escuchamos a los demás y nos dejamos aconsejar y obedecemos esos buenos consejos, estamos obedeciendo al Dios invisible, a Jesús escondido en nuestro corazón.”
¿Cómo se manifestó esa “dulce obediencia” a lo largo de la enfermedad?
Fue creciendo de tal modo en ella, que hacia el fin de su enfermedad impresionaba la serenidad, lucidez y entereza con que tomaba decisiones de vida o muerte. Primero escuchaba las posibilidades y complicaciones que veían los médicos, pidiendo que no se reservaran nada y sabiendo de antemano que había entre ellos opiniones encontradas. Después de escucharlos, ya no necesitaba otros consejos, en su corazón se presentaba diáfana la respuesta: “lo que Jesús me pide es…” Y nada la volvía a turbar.
Esto nos impresionó muchísimo a todos los que la acompañábamos (médicos, familia y nosotras) y es lo que nos daba paz y fuerza para afrontar los duros pasos que seguían.
En el secreto de su corazón ella anhelaba como dejó escrito: “lo que permanece siempre es que yo quiero ser para Él, además de su Esposa, su corderito obediente, me he enamorado de la obediencia. Dios me conceda la gracia de encarnar esto en mi vida. Me gustó la frase que escuché por ahí: “Voluntad di Dío, Paradiso mío”
¿Cuáles eran sus devociones preferidas?
Sus grandes amores eran Jesús -gozaba de un modo particular contemplarlo en los pesebres de Navidad- y María. Las santas que la ayudaron a crecer en estos amores fueron, en primer lugar Nuestra Santa Madre Teresa. Lo describe ella misma en su testimonio vocacional: “un profesor nos hizo conocer y amar a Sta. Teresa de Jesús, la de Ávila. Me quedé fascinada por su intimidad con Cristo, porque en el libro de su Vida, aunque yo no supiese rezar, me hacía rezar con ella. Me hacía mirar a Cristo. Me enseñaba a hacer oración, que dicho con sus palabras “es tratar de amistad, estando muchas veces a solas con quien sabemos nos ama”. Y también una frase muy suya que a mí me encantaba, que para estar con el buen Jesús, no hace falta quebrarse la cabeza, que Él no es amigo de que nos rompamos la cabeza, sólo goza con nuestro cariño y compañía.”
Y en el mes de mayo del 2015, con motivo de su canonización conoció más profundamente a Santa María de Jesús Crucificado. Así lo contaba ella, poco antes de morir: “fue la santa que más me ha acompañado y con la que he sintonizado en esto de la obediencia y amor a Jesús. Ella tuvo los estigmas, entre otras cosas.”
¿Qué lecturas, autores espirituales o santos, modelaron su vida interior?
Antes de conocer a Santa María de Jesús Crucificado, el autor que más la marcó y modeló fue San Doroteo en sus Conferencias y vida de Dositeo que caló muy hondo en ella alrededor del año 2012. Ese libro en una edición del P. Fernando Rivas OSB, lo leyó y releyó hasta gastarlo….
Es que allí encontraba la espiritualidad del monacato primitivo, la misma que bebió y vivió Nuestra Santa Madre Teresa de Jesús, al emprender su obra como fundadora del Carmelo Descalzo. De estas “raíces” entresacó los dos pilares sobre los que construiría su propia casa: la acusación de sí mismo y la obediencia.
¿Cuál es el legado de Cecilia María para el Carmelo?
Que el camino para encarnar nuestro carisma, que es el de la amistad con Cristo y el del “amor de unas con otras”, es el de la “dulce obediencia” como le gustaba llamarlo y el de la humildad de un corazón que es capaz de dejarse amar sin resistencias.
Y al Carmelo nos dejó un llamado apremiante: que seamos escuela de humanidad, en la que nuestro corazón con todo lo humano que tiene pueda ser reconocido y acogido, para que podamos asumirlo y vivirlo con Cristo y desde Cristo, y llegar a ser verdaderamente contemplativas.
¿Cuál diría que es el mensaje de su vida?
Lo que el Papa Francisco nos repite con tanta insistencia y que ella rubricó con su vida: “¡ábranse a la alegría del Evangelio!”, “¡no le tengan miedo a la ternura!” En una de sus cartas se revelaba a sí misma: “lo único que da sentido y verdadera ternura a todos nuestros gestos, a la más mínima mirada y caricia, es la donación de nosotros mismos”.
Para leer la entrevista completa por favor dirigirse a:
https://ceciliamariadelasantafaz.wordpress.com/