01/04/2025
𝗕𝗿𝘂𝗷𝗮𝘀 𝗱𝗲 𝗹𝗮 𝘃𝗶𝗲𝗷𝗮 𝗲𝘀𝗰𝘂𝗲𝗹𝗮: 𝗙𝘂𝗲𝗿𝘇𝗮𝘀 𝗾𝘂𝗲 𝗣𝘂𝗲𝗱𝗲𝗻 𝗦𝗮𝗻𝗮𝗿 𝗼 𝗗𝗲𝘀𝘁𝗿𝘂𝗶𝗿 - Por Sonia López
Nariz grande con verruga peluda, piel verdosa, rostro arrugado, boca desdentada, uñas mugrientas y harapos en lugar de ropa común. Una expresión visual de su maldad, podredumbre y oscuridad. Un reflejo de un alma perdida, corrompida y atrapada en las fauces de seres demoníacos.
Así era como nos imaginábamos a las brujas hace unas pocas décadas. Era la idea que teníamos de ellas. Lo que se nos había vendido desde la Iglesia Católica. Una imagen grotesca que nos advertía del peligro de acercarnos o interactuar de alguna forma con estas personas degradadas a un nivel más bajo, salvaje y peligroso que las alimañas.
A lo largo de toda la historia y de todas las culturas, siempre ha habido personas con conocimientos ocultos a la gran mayoría. Individuos extraños que no encajaban con el resto porque su energía estaba más proyectada en el mundo espiritual que en el terrenal. A veces respetados, otras denigrados, y entre medias, temidos.
Qué bueno es tener cerca a una bruja cuando nos puede ayudar, cuando estamos desesperados por un remedio que no alcanzamos de ninguna otra forma. Pero qué malo es tenerla cerca cuando su presencia nos causa temor. Cuando, además de no necesitarla, es vista como posible causa de problemas o dificultades, tanto de las presentes como de las posibles futuras.
Las brujas que aún son humanas, son personas que tienen un contacto directo con el más allá. Hablan con los espíritus y trabajan con ellos. Han recibido un llamado espiritual y lo han aceptado. Viven entre dos mundos, dos realidades paralelas en las que cohabitan infinidad de seres. Las brujas van un paso más allá del miedo, porque avanzan entre las sombras a pesar de él. Conviven con la oscuridad, no niegan el mal y eligen con qué seres trabajar.
Al menos las brujas de la vieja escuela. Las de toda la vida. Las que sí daban miedo. Porque tanto podían ayudarte como condenarte. Con la misma facilidad, con la misma contundencia.
Las brujas "new age", en cambio, no creen en el mal. Tampoco en los demonios. Contactan con espíritus y hacen rituales, pero todo en una burbuja ideológica, creada a medida de una sociedad woke, con una espiritualidad happy flower. Ya no dan miedo. No asustan ni a los niños. Son bonitas, coquetas y risueñas. Visten de blanco y se adornan con colores. En su mundo, los entierros, los amarres y el mal de ojo son, o bien temidos, o bien negados.
Para ellas, todo es relativo. El bien y el mal son subjetivos. Dicen que uno elige lo que le llega y que todo está pactado antes de nacer. También dan gracias a sus maltratadores por ser sus maestros. Viven encorsetadas dentro de un apretado positivismo enfermizo que les permite negarse a ver lo que no desean aceptar. Y está bien que así sea, no están preparadas para ello. No es su momento.
La élite de la que tanto me gusta hablar tiene muchos y muy diferentes tentáculos. Son largos, son fuertes y son tremendamente venenosos, además de poderosamente virales. Ellos son los que nos han vendido la propaganda de que las brujas son mujeres buenas y sabias. La realidad es que ser bruja no te hace mejor ni peor persona. Hay brujas buenas y sabias, igual que hay brujas malas e ignorantes.
Aunque claro, esta distinción sólo se puede hacer aceptando que lo bueno y lo malo no son la misma cosa. Aceptando que la maldad asusta, y que la bondad atrae al mal. Que quien alimenta el mal va corrompiendo cada vez más su alma. Y quien alimenta el bien ha de estar dispuesto a tomar las armas para protegerse de los ataques de sus enemigos, así como para proteger a su familia y a su comunidad.
Algunas brujas ya no dan miedo. Otras, aún sí. Pero las más temibles son las que no están ni en un extremo ni en el otro. Son las brujas neutrales. Las que trabajan para el bien, pero que también saben trabajar con el mal. Y aunque deciden no hacerlo, en caso de necesidad o de crisis personal, pueden desembocar en una tormenta espiritual de dimensiones épicas. Saben de su poder, y por eso se esfuerzan en controlarlo, en ampliar su conciencia y en trabajar su capacidad de comprensión, empatía y autocontrol emocional. Son las brujas que no quieren dañar a nadie, ni aún a quienes las dañan, porque saben el dolor que son capaces de infligir, y debido a su madurez álmica, no lo quieren ni para sus peores enemigos.