AlDesingStudiO 313

AlDesingStudiO 313 Es la invitación a mirar más allá... Su arte una invocación constante a las emociones más profundas y primarias del ser humano.

AlDesingStudiO313 no es solo un proyecto fotográfico; es un viaje hacia lo invisible, una exploración constante de los límites entre lo real y lo onírico, entre la materia y el espíritu. AlDesingStudiO313 es mucho más que una firma fotográfica: es un altar visual erigido por LilithSaifer y LuiSaifer, dos entidades creativas que encuentran en la imagen un canal para transmutar lo visible en símbolo

, y lo cotidiano en profecía. Su visión se teje en los pliegues del claroscuro, donde la luz es apenas un susurro y la oscuridad lo devora todo, dejando tras de sí una verdad que no puede nombrarse. La fotografía en blanco y negro es su grimorio, su herramienta para abrir grietas en la realidad y revelar lo que habita entre los mundos: la belleza melancólica del abandono, la tensión de una mirada rota, la elegancia del deterioro. Cada encuadre, cada textura, cada rostro capturado por AlDesingStudiO313 parece emerger de un sueño inquietante o de un recuerdo que nunca ocurrió, pero que deja marcas reales. Su trabajo no busca agradar: busca perturbar, incomodar, seducir desde la oscuridad. No retratan modelos; evocan espectros. No documentan escenas; despiertan símbolos dormidos.

"Dentro de mí vive el hambre" Albert Fish (El Abuelo Caníbal)Nací en 1870, en una casa enferma. Mi sangre estaba ya cont...
09/06/2025

"Dentro de mí vive el hambre" Albert Fish (El Abuelo Caníbal)
Nací en 1870, en una casa enferma. Mi sangre estaba ya contaminada de voces, de delirios, de sombras. Cuando mi padre murió, me entregaron al orfanato como a una res. Allí me hicieron. Me partieron. Me formaron. Los golpes eran constantes. Los gritos eran himnos. Aprendí a amar el dolor… a desearlo...
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Aquello Que No Se Olvida...En aquella vieja casa, todos sus pasillos y habitaciones estaban adornados con espejos antigu...
06/06/2025

Aquello Que No Se Olvida...
En aquella vieja casa, todos sus pasillos y habitaciones estaban adornados con espejos antiguos, opacos por el tiempo, cuarteados como si la verdad que contenían les pesara demasiado. Pero no eran espejos comunes. Eran heridas abiertas en el tejido del mundo. Cada marco, cada grieta en el vidrio, era una costura rota que no debía tocarse. Reflejaban cosas que no obedecían las leyes naturales: sombras detenidas al fondo del pasillo cuando no había nadie detrás, ojos que no parpadeaban, puertas que se abrían solo dentro del cristal.
En ellos se veían los rostros de quienes habían vivido allí mucho tiempo atrás, figuras difusas atrapadas en un bucle de espera silenciosa. Pero también —y sobre todo— reflejaban lo que nunca habías querido ver de ti mismo. No los recuerdos más terribles, sino los verdaderos. Aquellos que habías negado. Aquellos que, al enfrentarlos, ya no podías olvidar.
Algunos visitantes decían que, si te quedabas lo suficiente frente a uno de esos espejos, tu reflejo comenzaba a distorsionarse. Primero era sutil: una expresión errónea, una pupila que no respondía a la luz, una sonrisa que no sentías como tuya. Luego venía lo otro: imágenes imposibles, rostros sin nombre que parecían susurrarte algo desde dentro, recuerdos que no parecían tuyos pero que dolían como si lo fueran. Y a veces —solo a veces—, si tu alma estaba lo bastante desgastada, el reflejo no se quedaba en el cristal. Salía. No como un cuerpo, sino como una grieta que se extendía dentro de ti, hasta que ya no eras tú. O no del todo.
La joven lo sabía. Ella había vivido allí. Había dormido entre esas paredes que transpiraban humedad y susurros. Había jugado en corredores que cambiaban de forma cuando cerrabas los ojos. Había aprendido a no confiar en la luz ni en las sombras.
Había despertado allí.
Pero no era su cuna.
Era su jaula.
Y ahora estaba rota.
Rota como el espejo que una vez le devolvió algo que no era un reflejo. Una noche, años atrás —aunque los años dentro de la casa eran conceptos difusos—, se miró demasiado tiempo en el cristal del pasillo norte. Ese espejo nunca mostraba lo que debía. Su imagen no estaba sola. Alguien —algo— la acompañaba. Una figura con su rostro, pero con ojos completamente negros y una sonrisa que parecía hecha de cuchillas.
Ella no se movió. No retrocedió. Lo miró.
Y esa otra… se inclinó hacia adelante, tocando el interior del cristal con la palma. Luego, lentamente, levantó una mano y arrastró una uña contra la superficie del espejo, dejando una línea perfecta, roja, como si lo que arañara fuera carne y no vidrio.
Al instante, ella sintió la quemadura sobre el ojo izquierdo. Cayó al suelo, con un grito que nadie escuchó. La sangre le cubrió media cara. El corte era limpio, oblicuo, preciso. Como si una mano invisible hubiera cruzado el límite entre el reflejo y la carne. El espejo no se rompió. Pero su rostro sí.
No hubo cura. La herida se cerró con los días, pero la marca quedó, fina y profunda, como si alguien hubiese grabado su rostro con intención. Como si esa figura del espejo hubiese reclamado un derecho. No fue un accidente. Fue un sello.
Desde entonces, su ojo izquierdo ya no parpadeaba. Ya no respondía a la luz. Y aunque estaba ciego, veía cosas que el otro ojo no podía.
Después de eso, la casa cambió. Comenzó a susurrarle en sueños. Le hablaba de otros que habían sido marcados. Le contaba lo que ocurría cuando los espejos ya no contenían los secretos, sino que los liberaban. Ella dejó de hablar. De crecer. De esperar. Aprendió a escuchar.
Y una noche, cuando el silencio pesaba más que las paredes, lo entendió todo.
La casa no la había encerrado.
La había estado preparando....
by Lui Saifer Aldesingstudio 2025
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El Néctar de la MaldadDetrás de ella, como un cadáver empotrado en la tierra, se alzaba el caserón. El viento no lo toca...
04/06/2025

El Néctar de la Maldad
Detrás de ella, como un cadáver empotrado en la tierra, se alzaba el caserón. El viento no lo tocaba. La lluvia no lo limpiaba. Era un bloque inmóvil de sombra y madera podrida, un escenario que ya no respiraba, solo observaba… desde la nada. Allí había vivido. Allí había despertado. Pero no era su cuna. Era su jaula. Y estaba rota.
La joven permanecía inmóvil bajo la tormenta, de espaldas a aquella ruina sin alma. Sus trenzas negras, largas como serpientes dormidas, goteaban agua y mugre. El barro le cubría los pies desnudos, y en su mano derecha —larga, delgada, temblorosa no por frío, sino por hambre— sostenía el cáliz.
Su rostro era pálido como hueso desenterrado, salvo por una vieja cicatriz que le atravesaba el ojo derecho, desde la ceja hasta la mejilla. No estaba mal curada. Estaba marcada. Como si hubiese sido hecha a propósito. Como un recordatorio de algo que el mundo no debía olvidar… pero que había olvidado.
El ojo izquierdo, surcado por la cicatriz, no parpadeaba jamás.
Y cuando la joven alzó el cáliz, fue ese ojo el que pareció mirar al cielo —o más allá de él—, mientras el líquido negro temblaba dentro del recipiente.
Ella bebió.
Y no fue el bosque lo que se estremeció.
Fue la piel del mundo.
Las hojas se pudrieron al instante. Las raíces se secaron. El aire se volvió espeso, casi masticable. Animales invisibles chillaron desde los rincones de la oscuridad, y luego enmudecieron, como si una gran mano les hubiera aplastado la garganta.
Del caserón, ningún sonido. Ninguna respuesta.
Porque el caserón ya no era nada.
Ella era la fuerza.
La cicatriz brilló por un momento, como si una brasa ardiera bajo la piel. Y la joven sonrió, por primera vez.
No por alegría.
Sino porque lo recordaba todo.
Extendió la mano libre hacia la tierra, y esta se abrió con un crujido blando, como carne rajada. De las grietas surgieron dedos, después manos. Luego, cuerpos sin rostro, huesos cubiertos de harapos, antiguas cosas sin nombre. Todos temblaban frente a ella. No por devoción. Por instinto.
La joven no les miró. No lo necesitaba. Ellos no existían sin su voluntad.
Giró apenas el rostro, mostrando de lleno su cicatriz al mundo. El ojo izquierdo —mu**to, pero más vivo que mil ojos humanos— se clavó en el horizonte.
Lo que venía no era un ejército.
No era un dios.
No era un castigo.
Era ella.
Y nadie recordaba su nombre porque el mundo lo había arrancado de sí para seguir adelante.
Pero la cicatriz…
…la cicatriz no olvidaba.
by Lui Saifer Aldesingstudio 2025
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Cancerberos del pensamiento, Guardianes de la mentira...El cuerpo, la sangre y los clavos: no son símbolos de salvación,...
13/05/2025

Cancerberos del pensamiento, Guardianes de la mentira...
El cuerpo, la sangre y los clavos: no son símbolos de salvación, sino vestigios de una tragedia manufacturada. Son los ingredientes putrefactos de un dogma tejido con miedo, impuesto con fuego, sostenido por siglos de sumisión. Nada hay de sagrado en esta farsa: solo una maquinaria implacable que devora al individuo y lo regurgita convertido en creyente sin voluntad.
Dos mil años de oscuridad disfrazada de luz. De inquisiciones, cruzadas, penitencias y silencios obligados. El rebaño nunca fue amado, fue marcado, cercado, y conducido —una y otra vez— al matadero del alma. Las iglesias no son templos: son cámaras de eco donde resuena eternamente la voz de un dios que nunca contestó.
Un dios ausente. Un dios mudo. Un dios falso.
No está en los cielos. Nunca lo estuvo. Lo inventaron, lo moldearon con arcilla de necesidad y lo pintaron con la sangre de los inocentes. Lo alzaron sobre un trono invisible, inalcanzable, incuestionable. Lo hicieron juez y carcelero. Y la humanidad, rota, lo adoró... por miedo a morir, por terror a la nada. Sin notar que lo único divino en ese altar era el silencio que lo cubría.
La curia lo sabe. Ellos son los arquitectos del engaño. No sirven a Dios; lo administran como un producto, lo venden en trozos: indulgencias, hostias, dogmas, castigos. Son los cancerberos del pensamiento, los guardianes de la mentira sagrada. Usan túnicas bordadas con culpa y púrpura manchada por siglos de abuso, oro robado, y cuerpos enterrados bajo el peso de su hipocresía.
No hay redención. Solo control.
No hay cielo. Solo promesas vacías.
Y en el centro de todo... un trono vacío.
Y aún así, el rebaño marcha. Repite rezos como mantras, canta alabanzas a un eco hueco, levanta cruces mientras se hunde en la desesperación. Porque es más fácil creer en un dios ausente que aceptar que nunca hubo nadie allí arriba.
Cuando la última vela se consuma, cuando la última iglesia se derrumbe y el último aliento se escape de las páginas del dogma, quedará solo el polvo... y la amarga certeza de que todo fue mentira.
by Lui Saifer Aldesingstudio 2025
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Maldigo a mis musas.Maldigo con lengua negra y verbo incendiado a esas entidades traidoras que alguna vez susurraron des...
10/05/2025

Maldigo a mis musas.
Maldigo con lengua negra y verbo incendiado a esas entidades traidoras que alguna vez susurraron desde las grietas del in****no una inspiración que ahora me ha sido negada.
Musas impuras, hijas bastardas del caos, las convoco no con incienso ni plegaria, sino con la carne rota y el aliento de la blasfemia.
Malditas sean, no con fuego terrenal, sino con las llamas del abismo más profundo, allí donde ni Lucifer se atreve a mirar.
Las maldigo por ofrecerme visiones de grandeza solo para arrastrarme al lodazal de lo inacabado.
Por darme palabras como cuchillos, y luego quitármelos cuando más deseaba sangrar sobre el papel.
Me alimentaron con la carne de los símbolos y me dejaron con hambre eterna, con los colmillos rotos, goteando desesperación.
Ahora soy su mártir, su carcasa hueca, su altar profanado.
Que sus nombres se borren del grimorio de la creación.
Que su memoria arda con tinta maldita en pergaminos de piel.
Que cada poema que sembraron en mi alma se pudra en espinas.
Reniego de su luz enferma.
Rechazo su silencio como quien escupe hostias podridas.
Desde este círculo de ceniza, con la sangre aún tibia en la lengua, decreto su exilio de mi ser.
Musas del vacío, espectros sin redención: que el Leviatán las devore sin juicio, que el Ángel Caído las arrastre por los cabellos hasta el fuego eterno, que cada uno de sus dones se vuelva peste, que sus cánticos se deformen en aullidos de condena.
Yo, el hereje de las palabras, el sacrílego de la imaginación, les devuelvo su inspiración como quien devuelve una serpiente al vientre de su madre.
No quiero ya sus susurros. No quiero sus promesas podridas.
Prefiero el silencio que arde, la página maldita, el abismo que escupe.
Y así, con esta maldición grabada en mi carne, juro que si alguna vez regresan, no será para inspirarme, sino para ser encadenadas, invocadas, y consumidas en el altar de mi venganza.
by Lui Saifer Aldesingstudio 2025
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Santa Vela No Reza...Nadie podía suponer que, tras los muros agrietados del convento de Santa Vela, lo sagrado había sid...
08/05/2025

Santa Vela No Reza...
Nadie podía suponer que, tras los muros agrietados del convento de Santa Vela, lo sagrado había sido suplantado por algo mucho más antiguo y hambriento. Allí, la oración no ascendía al cielo: descendía, reptando, hacia las profundidades.
La Madre Superiora, anciana de mirada lechosa y piel ajada como cera reseca, no rezaba... invocaba. Las piedras húmedas del claustro le murmuraban secretos, y ella, fiel discípula del eco, obedecía.
Las monjas más osadas murmuraban que en su celda guardaba la cabeza de un sacerdote mu**to. No en reliquia, sino fresca, incorrupta, con los ojos aún entreabiertos. Decían que aquel clérigo desapareció una noche de luna llena, justo después de confesar a la Superiora. Al amanecer, solo quedó su sangre en el altar y la figura del Cristo volteada boca abajo.
Desde entonces, la capilla permanece cerrada.
Cada luna llena, la vieja entraba en trance. Su voz arrastraba palabras sin nombre, y de su boca emergía algo imposible: una lengua larga, húmeda y roja como carne viva, que se deslizaba como un parásito. Con ella acariciaba la frente de la cabeza decapitada, lamiendo con ternura obscena cada grieta del cráneo.
Algunas hermanas oían voces esa noche. Voces dobles. Ella hablaba, y algo respondía.
Decían que con su lengua pronunciaba pactos, sellaba maldiciones, y conjuraba secretos que deberían estar mu**tos. Aquella lengua no era humana. Era un órgano de otro plano, una extensión del abismo.
Y, pese a todo, jamás una peste, guerra ni mal había tocado el convento. Porque el Mal ya vivía dentro.
by Lui Saifer Aldesingstudio 2025
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El Umbral del Olvido: Crónicas del NecronomicónEn la más profunda penumbra, él permanecía inmóvil. La débil llama del vi...
30/04/2025

El Umbral del Olvido: Crónicas del Necronomicón
En la más profunda penumbra, él permanecía inmóvil. La débil llama del viejo candil de petróleo apenas lograba desgarrar las sombras, iluminando lentamente, una por una, las páginas de aquel libro olvidado por el tiempo.
El Necronomicón.
Sus dedos temblaban al pasar la hoja, como si cada línea escrita en aquel idioma antediluviano tuviera peso propio, como si las palabras quisieran aferrarse a su mente, incrustarse en sus sueños. No era miedo lo que sentía, no exactamente. Era algo más hondo, más ancestral: la certeza de que estaba leyendo algo que jamás debió ser leído por ojos humanos.
Un susurro rompió el silencio. No venía de fuera. Surgía desde el propio libro.
—Ph’nglui mglw’nafh... —una frase, incompleta, rozó sus oídos con voz ajena, como si algo respirara entre las líneas escritas con tinta que aún parecía húmeda.
La habitación, húmeda y enmohecida, pareció contraerse. Las sombras se alargaron, y la llama del candil titiló como si algo invisible hubiese pasado junto a él. Afuera, la tormenta arremetía contra las ventanas con furia creciente, como si la naturaleza supiera que algo se estaba desatando.
Él levantó la vista. No estaba solo.
Desde el rincón más negro, donde la luz moría, surgieron tentáculos cubiertos de una sustancia viscosa, fétida, parecida a bilis corrompida. Se arrastraban con desesperación, dejando un rastro que humeaba sobre la madera podrida. Se enroscaban entre sí como intestinos animados, vibrando al ritmo de un corazón que no latía en esta realidad.
No tenían ojos. No los necesitaban. Sentían su presencia, sabían su nombre, su carne, su alma.
Había leído demasiado.
Había ido demasiado lejos.
Y ahora, las palabras lo reclamaban.
El lector del Necronomicón no solo había abierto una puerta. Había derrumbado el umbral entre la razón y la locura.
Y aquello que aguardaba del otro lado… ya había entrado.
by Lui Saifer Aldesingstudio 2025
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