30/10/2025
1965 UNA NIÑA ENVENENABA A CUATRO DE SUS HERMANOS EN MURCIA.ESPAÑA
Hace ya casi 60 años, va camino de ellos, una pequeña de 12 años saltaba al primer plano de la actualidad por la masiva muerte de su hermanos más pequeños en la ciudad de Murcia. En menos de un mes cuatro niños, todos ellos de muy corta edad, fallecieron sin que -en un principio- los médicos hallasen explicación alguna a sus muertes.
Las sospechas comenzaron a cundir a partir de la cuarta muerte, el 14 de diciembre de 1965, cuando moría Fuensanta, una niña de cuatro años. Para tratar de averiguar lo que ocurría se decidió ingresar a todos los miembros de la familia en un centro hospitalario de Murcia. Mientras estuvieron ingresados no se produjeron más muertes. En vísperas de las fechas navideñas la familia retornó a su casa, pensando tal vez que la cruel pesadilla que la abatía había concluido ya. Sin embargo, aún quedaría otro episodio más.
El 4 de enero de 1966 fallecía de forma inesperada un niño, Andrés, de cinco años. En teoría había desayunado bien y se puso a corretear por la vivienda, pero al poco tiempo se encontró indispuesto y terminó falleciendo. Es entonces cuando se desatan todo tipo de especulaciones y se pone incluso en el punto de mira a los padres de los pequeños. Al crío se le hace la autopsia y se envían algunos restos biológicos a Madrid, que confirman los peores pronósticos. La muerte del niño ha sido como consecuencia de una intoxicación con un potente tóxico.
Los padres son los principales sospechosos y son puestos a disposición judicial, mientras la Brigada de Investigación Criminal comienza a realizar su trabajo. El cabeza de familia es sometido a un examen psiquiátrico, mientras que la madre es enviada al Hospital Materno infantil, debido al avanzado estado de gestación en que se hallaba.
Uno de los inspectores encargados de investigar aquel caso preguntó quien había sido la última persona que había visto con vida a los pequeños. Una de sus hermanas, una niña de doce años, Piedad, declaró haber sido ella quien les dio de comer y se encargaba de sus cuidados mientras sus padres se dedicaban a trabajar sin descanso para tratar de sacar adelante aquella inmensa prole.
Es entonces cuando se focaliza la atención en esta preadolescente y el policía le tiende una pequeña trampa. La invita a tomar algo en un bar. La niña pide un vaso de leche. En un momento dado, el agente toma una bolita de cloruro potásico en las manos y hace como si quisiera echársela en el vaso a Piedad, quien, primero medio de broma y después enfadada, le dice que no haga eso que le puede ocasionar mucho daño a alguien. Es entonces cuando le confiesa al inspector la autoría de los crímenes que le han costado la vida a sus hermanos. En un principio, inculpará a su madre de la muerte de los tres primeros, en tanto que el último confiesa que ha sido ella por su propio impulso.
La niña le diría que preparaba el ungüento asesino con unas pastillas que empleaba para limpiar metales a los que añadía matarratas, siendo uno de los dos suficiente para acabar con la vida de cualquier pequeño.
El móvil del crimen había sido consecuencia de la sobrecarga de trabajo a la que estaba siendo sometida una niña de 12 años, quien no podía salir a jugar con el resto de sus amigas, por verse en la obligación de cuidar a sus hermanos. Arrebatándoles la vida creyó que se terminaba aquella pesadilla, muy común en los pequeños de su edad de entonces, mucho más en las familias más desfavorecidas, máxime cuando se encontraban ante inmensas proles, como era el caso.
Lo que más sorprendería a los investigadores de este caso fue la frialdad con la que había actuado Piedad Martínez del Águila, quien no había mostrado emoción alguna cuando dio muerte a sus cuatro hermanos.
Los psiquiatras le diagnosticaron que padecía una psicopatía. Tras los crímenes, ingresaría en el Convento de las Oblatas, en Murcia, donde cuidaban a pequeñas descarriadas o en situación de riesgo. Algunas fuentes apuntan a que la joven tomaría los hábitos de la congregación religiosa, mientras que otras sostienen que años más tarde reharía su vida en otro punto de la Península. Sea como fuere, lo cierto es que jamás se volvieron a tener noticias suyas.