
05/03/2024
Deoiridh Dunkeld Crowe
Rex Coronam, Tercero en línea de sucesión, Príncipe Español.
Deoiridh Dunkeld Crowe
¡Feliz cumpleaños, vida mía! Creo que te debía un anillo de compromiso, ¡Y éste es perfecto para mí chica que ama las estrellas!
Deoiridh Dunkeld Crowe
“La Orquesta del Diablo”
7535 palabras.
85 coronas
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NOVIEMBRE, DICIEMBRE, ENERO.
Se suponía que la vida en el Hades fuera desagradable… por lo menos esa era la percepción que había encontrado en todos sus compañeros de cautiverio, o en la mayoría; aunque, para él, estar en aquel sitio aterrador era poco menos que incómodo, ¿la razón? Bueno, era, probablemente, una muy cursi y romántica y se encarnaba, plenamente, en la hermosa y encantadora irlandesa pelirroja que parecía haberle caído del cielo para iluminarle unos días que se habían vuelto monótonos y oscuros después de perder a su novia, y su mejor amigo, por el mismo pase del destino…
Y es que, los primeros meses después del engaño de Vyctoria con el príncipe Francés al que Lucian había considerado casi un hermano, su ánimo había ido en picada hasta volverse una amarga nubecita de tormenta que no se parecía en nada a su habitual personalidad porque, aunque fuera nervioso y obsesivo por culpa de su Trastorno de Ansiedad Generalizada, siempre se había caracterizado por poseer una tranquila dulzura que lo había vuelto muy cercano a su madre, a su padre, y aún a sus hermanos, pese a que no habían pasado demasiado tiempo juntos mientras el príncipe crecía, por situaciones que escapaban, enteramente, de su control…
Así que llegar al Hades, a aquel sitio pequeño y donde todos estarían encerrados, más que un castigo se había convertido, para Lucian, en una oportunidad de oro para conocer un poco mejor a aquella luminosa y adorable chica a la que consideraba ya un poco suya, y que se había convertido en el salvavidas al que se había aferrado para sobrellevar la horrible oscuridad de haber sido engañado por la única chica que había creído querer hasta ese instante: Estar tan cerca, al mismo nivel, además, sin las ataduras de rangos, protocolos, y otras curiosidades de la vida en la realeza y la nobleza, le había permitido comenzar a tratarla más, a conocerla mejor, y francamente se había enamorado de su prometida como nunca antes pensó, o logró, enamorarse de alguien…
Especialmente habían sido dos los episodios que los habían unido más y más los últimos meses de aquel año tan raro y aterrador… el primero… bueno, para su vergüenza, la primera escena que ambos habían protagonizado, y que los había acercado tanto, había comenzado con él siguiendo a la pelirroja pese a que ella no se había percatado, aún, de ello… en su defensa, habían pasado por tantas experiencias tan espantosas y traumáticas por causa de los “jueguitos” que se le ocurrían a los miembros de la Hidra, y sus amigos, que el castaño sólo se había convencido de que seguirla (acecharla, quizá) era la única manera de mantener a su preciosa y delicada prometida a salvo…
Aquella tarde la había visto salir de la casona donde habían establecido su vivienda, la misma que él francamente odiaba porque parecía demasiado pequeña e indefensa, en comparación con los palacios donde alojaban a los hijos de los Reinos, y se había decidido a seguirla… No, no se había ocultado de ella, pero Deoiridh parecía ir demasiado centrada en sus propios pensamientos como para notar al chico que la seguía, pese a que, con su metro noventa, Lucian no era precisamente fácil de pasar por alto; pero su encantadora ¿novia? ¿podía llamarla novia? Ciértamente era su prometida, pero Lucian sentía que aún tenía que conquistarla enteramente para poder considerarla su “novia”, su “enamorada”… en fin, su preciosa pelirroja parecía enteramente abstracta en lo que estuviera pasando por su cabeza y Lucian sólo podía esperar que fueran pensamientos gratos, bellos, no quería que ella se sintiera deprimida o asustada.
Cuando habían llegado al destino que ella había elegido, Lucian no había podido menos que sonreír de lado: Ya la conocía lo suficiente como para saber que la hermosa irlandesa amaba las estrellas, así que resultaba casi normal visitar “Los Ojos de Atlas”, seguramente la joven había pasado muchas tardes, y muchas noches, en las que él no había podido resguardarla con su presencia, en aquel observatorio donde podía verlas pese a que estuvieran tan lejos de casa, y a que, probablemente, ni siquiera fueran las mismas estrellas con las que ella estaba familiarizada; aunque tenía que admitir que le resultaba francamente intrigante el ver que ella estuviera sola, los meses previos al Hades, los meses posteriores a su compromiso en los que la había investigado y estudiado, decidido a saberlo todo de la joven que sería su esposa, se había percatado de que para Deoiridh, hacer amigos, ser sociable, siempre había sido muy sencillo: dulce, encantadora, y poseedora de un carisma curiosamente suficiente como para volverla una luz brillante hacia la que solían gravitar muchas de las personas con las que convivían, la pelirroja siempre parecía sociabilizar con pasmosa facilidad. Lucian había conocido una buena cantidad de personas que se consideraban “amigos” de la hermosa joven, pero, desde que habían llegado a La Ciudad del César, casi parecía que su brillo había comenzado a deslucirse y, aunque era más que evidente que la chica había tratado de mantener intacto su optimismo, llegar al Hades había terminado por adormecerlo enteramente. En aquel sitio, Deoiridh siempre solía estar sola, o acompañada de la otra bonita pelirroja que sería hermana política del príncipe tarde o temprano.
Cuando logró acercarse suficiente para verla en la suave penumbra que reinaba en el interior del observatorio, su corazón se apretujó dolorosamente en su pecho al darse cuenta de que tenía un par de vendoletes, y uno, o dos puntos, en la ceja. No había podido presenciar su “pelea” contra la prometida de William Windsor porque no se lo habían permitido, había sabido, por un par de chismes que le habían llegado a medias, que su preciosa pelirroja ni siquiera había tocado a la otra mujer, se había contentado con llevarla al agotamiento para ganarle por default (algo que lo había hecho amarla aún más, era bellísimo que la chica fuera incapaz de dañar a alguien, aunque fuera a una desconocida, y aunque estuvieran obligándola), pero, al parecer, su contrincante no había tenido las mismas reticencias, y Lucian no pudo menos que preguntarse qué otra consecuencia le habría quedado a su chica después de aquella cruel diversión de sus carceleros.
Los dedos le cosquillearon por acariciar aquel rostro de muñequita de porcelana para asegurarse de que no tenía mayores daños que aquel pequeño corte en la ceja, pero se detuvo en seco, también sabía, por chismes que, estaba seguro, habían llegado a sus oídos porque La Hidra gustaba de la tortura psicológica y querían que él lo supiera, que ella había elegido a un joven violinista francés en la prueba en la que él mismo había elegido rescatar a su institutriz sobre su ex novia inglesa… ¿Lo amaría aún? Aquel pensamiento le provocó otra dolorosa punzada en el corazón. Sabía bien que ya no estaban juntos, lo había averiguado cuidadosamente (sí, al parecer se había vuelto un experto stalker con ella), pero no podía saber lo que ella guardaba en su corazón, y, aunque quería creer que sólo lo había elegido porque era inocente y no merecía morir por haber tenido la desgracia de enredarse con la sangre azul, y porque su relación con su hermano, el Conde de Waterford, era poco menos que pésima, no podía evitar preguntarse si acaso no seguiría enamorada de aquel chico de rizos negros y tristes ojos azules que una vez había contemplado de lejos.
Probablemente fue eso lo que lo delató: ¿un suspiro peregrino? ¿Unos pasos menos cuidadosos de lo necesario? No estaba seguro, pero algo la hizo estremecerse muy visiblemente, y volverse a buscar la fuente de aquel sonido; girándose con un gesto muy cauto pintando su bonito rostro, Deoiridh buscó con la mirada y se quedó casi helada al reconocer a su visitante… Lucian era consciente de que no habían intercambiado palabra alguna desde que había tenido oportunidad de salvarle la vida durante los ataques en Alemania. Y en la tristeza que empañó sus ojos de zafiros llenos de pequeñas constelaciones de estrellas, el castaño comprendió que ella había tenido la esperanza de que él no hubiera sido llevado a aquel sitio, que estuviera sano y salvo en casa, hasta ese momento no se había dado cuenta de que ellos dos no habían tenido oportunidad de cruzarse, más allá del par de ocasiones en que él la había seguido de lejos. ¿Odiaría verlo? A Lucian lo mataba la idea de que ella pudiera sentirse decepcionada de que él estuviera ahí, aunque la expresión en su encantador rostro, algo en su mirada, en la dulce y adorable sonrisa que le curvó los labios al encontrarse frente a frente con él, le dijo que, quizá, ella sí quería tenerlo cerca; ¿Y él? ¡Él! El corazón de Lucian siempre hacia malabares en su pecho cuando la tenía así de cerca, suficiente como para embriagarse en su delicado perfume a flores frescas y salvajes… —¡Lucian! —La escuchó exclamar, aunque acabó por aclararse la garganta y se corregirse: —Príncipe Lucian… ¿Qué lo trae por aquí?
—Hola, Deoiridh —La saludó, con dulzura, con suavidad, tentadísimo de acercarse a quitarle una guedeja rebelde del rostro, pero obligándose a mantener la distancia mientras sólo le preguntaba: —¿Te encuentras bien? —Lucian observó como la chica se encogió un poco, no porque tuviera miedo, o desconfianza de él, había algo en la manera en que ella se inclinaba hacia él, en que reaccionaba a su presencia, que hizo que el príncipe pudiera convencerse de que ella se sentía atraída hacia él, que el joven castaño la hacía sentir segura, casi en casa; aunque no podía saber que era la dulzura que resonaba en el tono de su voz, por ejemplo, cuando hablaba con ella, o que la pelirroja, inclusive, era consciente del suave y tranquilizador calor que manaba de su piel, y aún el aroma cítrico y asilvestrado de su aftershave. Lucian tampoco podía saber que verlo, las escasas veces que habían tenido la oportunidad de estar así de cerca, le provocaba una curiosa necesidad, un irresistible impulso de acercarse a refugiarse entre sus brazos, contra su pecho, y dejar que él la protegiera de cualquier cosa que pudiera atenazarla. Y es que, ¿cómo se suponía que siquiera pudiera imaginarse aquello? ¿En serio se suponía que se sintiera así? ¿Acaso no se suponía que fuera forzosa aquella relación, considerando que era un matrimonio arreglado? Pero, para ambos, de hecho era imposible ver aquellos hermosos ojos azules del contrario, tan cálidos, y no querer perderse en sus miradas llena de ternura… No... Deoiridh no se había encogido para alejarse de él porque no lo quisiera cerca, se había apartado un poco porque le daba vergüenza que viera su ceja rota e hinchada, porque, inconscientemente, en el fondo de su cabeza, quería siempre verse hermosa para él y aquel no era su mejor momento, o eso creía...
—Estoy bien... ¿Y tú? ¿Qué te trae por aquí? Creía que casi nadie visitaba el observatorio, todos parecen demasiado ocupados en los lugares más... sociales... —Le respondió ella, y él sólo pudo sonreír, armándose, finalmente, de valor para acercarse un poco más a ella, y ofrecerle su mano para guiarla a uno de los asientos que estaban dispuestos, a unos pasos de ellos, para que los visitantes pudieran admirar el espectáculo estelar que podía presentarse en aquel sitio… supuso… aunque ¿Cuándo había sido la última vez que habían hecho alguna presentación? No tenía idea... aunque aquellos pequeños y abollonados sillones se convirtieron en cómplices de incontables tardes en las que ellos dos se confesaron miles de cosas mutuamente, y comenzaron a forjar una relación cada vez más cercana, un amor cada vez más profundo, hasta que Lucian fue más que consciente de que estaba entera e irreversiblemente enamorado de su prometida…
La segunda ocasión que terminó por acercarlos del todo fue un instante horrible en la vida del castaño que habría dado diez años de su propia existencia porque ella jamás lo viera en aquellas condiciones: Odiaba el Trastorno de Ansiedad que le provocaba aquellos Ataques de Pánico que lo hacían sentir que podría morir de un infarto en cualquier instante; se había convencido de que jamás la dejaría presenciar uno de ellos… y se había traicionado porque en aquella ocasión en que creía que iba a terminar teniendo un infarto fulminante en cualquier instante, lo único que había logrado hacer había sido balbucear aquel que se había convertido en su nombre favorito en el mundo entero: “Deoiridh”… Y, al parecer, uno de sus “roomies” del Palacio de Aidoneo, que había estado tratando de ayudarlo, había tomado aquella palabra como una súplica para que fueran a buscarla, porque él sólo había cerrado los ojos, tratando de controlar a su corazón, que latía desbocado por el pánico que lo ahogaba, y, de pronto, se había encontrado con aquella voz, que adoraba, y que pronunciaba, con una dulzura que casi lo hizo romper a llorar: —Lucian… hey… hey… Lucian… tranquilo, cariño, está bien, todo está bien… —Al parecer, la habían encontrado leyendo en el jardín de Paris, su vivienda, y le habían dicho algo así como: —Algo le pasa al príncipe español, eres su prometida ¿cierto? Preguntó por ti, pero en serio se ve que está mal… —Y aquello había sido todo lo que la pelirroja había alcanzado a escuchar antes de solamente indagar si estaba en sus habitaciones, en su vivienda, y salir corriendo con rumbo a aquel lugar.
Apenas unos minutos más tarde, había entrado en sus habitaciones como un ensalmo… seguramente ni siquiera se había detenido a pensar que no sabía cuáles eran las de Lucian, cuando se lanzó por los pasillos a buscarlo. ¿Cómo dio con él? No sabía, los dioses la habían ayudado, seguramente… sí, tenía que ser eso, porque para cuando dio con él estaba segura de que apenas y habían pasado un par de minutos, y sólo había abierto dos, o tres, puertas equivocadas. Para la vergüenza eterna del Príncipe español, su prometida lo había encontrado hecho ovillo en la cama, su respiración dificultosa y entrecortada era casi dolorosa de escuchar, y Deoiridh habría metido las manos al fuego por estar segura de que aquel ritmo definitivamente no era saludable… ¿Tendría alguna afección cardiaca de la que nadie supiera, o de la que no le hubieran hablado antes? La pelirroja se había preguntado, aunque esperaba, con toda su alma, que no fuera así… y, de hecho, estaba casi segura de que no era así, el chico era demasiado atlético como para pensar que tuviera alguna enfermedad así de grave que le impidiera ejercitarse apropiadamente… entonces… ¿Qué podía ser? Sentándose a su lado, en la cama, Deoiridh se devanaba el cerebro tratando de entender ¿Qué provocaba síntomas como aquellos? ¿Los ataques de pánico parecían, en ocasiones, infartos... o eso había leído en alguna parte… cierto? Aunque la irlandesa sólo podía saber que ella no estaba segura de nada, se sentía, también, al borde de la histeria, y era más que consciente de que tenía que tranquilizarse. De nada le serviría a Lucian si ella también cedía al pánico.
Lucian comprendió que ella no sabía realmente qué hacer o cómo comportarse con él, y lo mató pensar que ella podría sentirse incómoda a su lado a partir de ese instante, aunque le quedaba una suave esperanza de que ella sólo estuviera tratando de comprender la mejor manera de ayudarlo, una esperanza que se encendió aún más cuando ella sólo pareció ceder a su primer impulso y se acostó a su lado. Lucian fue muy consciente de su cuerpo hermoso, delicado, y curvilíneo cuando la irlandesa deslizó sus brazos alrededor de su cintura, y, lo abrazó por la espalda, contentándose con pegarse a él y acariciar su cuerpo con sus manos, mientras le susurraba al oído: —Lucian… hey… hey… Lucian… tranquilo, cariño, está bien, todo está bien… —mientras él trataba de respirar lo más profundamente que podía, buscando ser capaz de hablar y decirle que estaba bien, que no necesitaba visitar la Panacea, ni nada por el estilo…
Aunque ya había vivido otros ataques de pánico (después de todo, eran habituales en el Transtorno de Ansiedad Generalizada), Lucian había estado seguro de que jamás iba a poder acostumbrarse; su cabeza sabía que no podía morirse por aquello, por lo menos en teoría, pero igual su cuerpo entero reaccionaba como si estuviera muriendo… aunque, cuando Lucian escuchó su bonita voz en medio de su bruma de pánico, sólo pudo aferrarse a ella como una tabla salvavidas en medio de un mar alocado; aquel precioso abrazo de ella lo hizo plenamente consciente de que todo iba a estar bien, así que poco a poco se fue tranquilizando, respirando más profunda y lentamente hasta que logró que su corazón recuperara su ritmo normal y volviera a la normalidad; fue entonces, cuando ya no jadeaba, cuando ya no sentía que el corazón le iba a estallar en el pecho por la velocidad con la que latía, cuando giró en la cama, arreglándoselas para que ella no lo soltara, y la abrazó de vuelta, envolviendo sus brazos alrededor de aquel precioso cuerpo suyo, para atraerla muy cerca de él y poder depositar un tierno beso en su frente, susurrándole, a guisa de saludo un suave— Hola Deoiridh.
—Hola cariño… —Le había respondido ella, al parecer decidida a prescindir de las formalidades que había tratado de mantener hasta ese momento para evitar que todos supieran lo mucho que le importaba el español. Le daba miedo que sus "anfitriones" La Hidra, o como se hicieran llamar, supieran que el castaño era valioso para ella porque sentía que le estaría poniendo una enorme diana sobre el corazón, y la cabeza, y no, definitivamente eso no era algo que quisiera hacer... Pero ese no era el momento de que ninguno de los dos se pusiera paranoico, ese era el instante de que ella intentara ayudarlo ayudarlo a tranquilizarse, a sentirse mejor, así que le acarició el cabello, para apartarle las guedejas rebeldes, sueltas, y humedecidas en sudor, del rostro, y le dio un besito en la punta de la nariz. —Aquí estoy, ¿ves? —Comenzó a canturrearle, casi a modo de arrullo, mientras se acurrucaba más cerca de él. Sin saberlo, era consciente de que lo protegería con su vida misma en ese momento, y quería que él fuera consciente de eso también, que se sintiera seguro, quizá así se sentiría menos ¿asustado? ¿Era el miedo lo que causaba los ataques de pánico? Lucian sintió como Deoiridh se quedó quieta y tranquila por un largo rato, simplemente acariciando sus brazos que la rodeaban, el curioso y aterrador pensamiento de que le encantaría pasarse así el resto de su vida, y de que, si eran cuidadosos, aquel sería su futuro, le estaba pasando por la mente. — Seo mise, Lucian... tha thu gu math... tha thu ceart gu leòr... —Le había susurrado ella, inconsciente de que estaba hablando en aquel precioso idioma que parecía una canción, y que era su lengua materna. —Tienes que enseñarme a hablar gaélico… —Le respondió Lucian, antes de cerrar los ojos y recostar su mejilla sobre su pelirroja coronilla…
Aquellos habían sido los dos puntos de quiebre que habían cambiado, por completo, la relación entre ambos. Al final, para cuando Lucian y Deoiridh habían sido llevados a las instalaciones del Laberinto de Dédalo, ambos eran conscientes de que estaban ciega y perdidamente enamorados del otro, y que harían lo que fuera para que el contrario estuviera a salvo, sin importar lo que les costara, sin importar lo que tuvieran que sacrificar, o a quien tuvieran que sacrificar…
LABERINTO DE DÉDALO
Cuando los guardias llegaron por ellos, demostrando que era su turno, Lucian los ignoró por un segundo, quizá era una estupidez, una bastante peligrosa, pero le importaba más asegurarse de que su prometida estaría tranquila y que todo saldría bien. El castaño acunó el hermoso rostro de Deoiridh entre sus manos, y dejó que sus ojos se perdieran en el de ella por un largo instante; siempre se daba cuenta de que se enamoraba más, y más cuando la veía de aquella manera, pero no podía evitarlo. —Iridh… estamos juntos en esto, ¿de acuerdo? —Y, sin pensarlo, pese a que sería la primera vez que se lo diría, y seguramente era el peor momento que podría haber elegido para ello, agregó: —Te amo… daría la vida por ti, te protegeré con todo lo que soy y todo lo que tengo, te lo prometo… —Porque era verdad, la amaba, con todo su corazón, toda su alma, y toda su vida, y aunque ella seguramente estaría en contra de que él se pusiera en riesgo por ella, porque le quedaba más que claro que no querría que él estuviera dispuesto a sacrificar con ella… pero, ahora que sabía lo que era que lo amaran realmente, que había vislumbrado un futuro hermoso y perfecto, que se moría por vivir, que añoraba alcanzar, ¿acaso no valía la pena ponerse en riesgo por la oportunidad de vivir lo que había soñado despierto todos los meses previos?
Entrelazando sus dedos con los de ella, Lucian comenzó a caminar al frente, protegiendo a la pelirroja, mucho más petiza, con su propia figura más grande, y sólida, hasta que los llevaron al espacio del laberinto donde aquella pesadilla en especial comenzaría. No estarían solos, a sus torturadores no se les ocurrió una mejor idea que ponerlos en ¿”equipo”? con su antiguo cuñado y con su ex novia oficial… sí, la misma que había decidido engañarlo con nada más, y nada menos, que su mejor amigo… Su mirada pasó de ella, ya la había enterrado (literal y metafóricamente) en su visita a Láquesis, para él estaba mu**ta y no podía interesarle menos el tener que tratarla. A William le dirigió un pequeño saludo, asintiendo con la cabeza porque no sólo no tenía nada contra él, sino que, además, sabía que mantener buenas relaciones con otros herederos era importante para su hermano Felipe, y Felipe era importante para él, así que no tenía problema en sólo darse por enterado de su presencia… eso, y el pequeño hecho de que eran sus “rivales”, y, de su cuenta, si alguien tenía que morir en aquel asqueroso lugar, esos deberían ser los ingleses.
Lucian inclinó el rostro ligeramente para dejarle un pequeño beso en la frente a su pelirroja, cuando sintió que la chica se acercó más a su espalda, y suspiró; habían visto lo suficiente de los anteriores “equipos” como para saber qué podían esperar, y ambos, tanto Deo como él, habían tenido razones muy importantes para prestar toda su atención en demasiadas ocasiones: Felipe, Cianne, y Tristán habían pasado ya por aquel lugar, y el último, de hecho, había salido con medio cuerpo masticado apenas unos minutos antes. ¡Dios! Lucian ni siquiera lo conocía, pero esperaba que el pelirrojo mayor estuviera bien.
—¿Lista? —Le susurró Lucian a Deoiridh, tirando de su mano hasta que logró acercarla aún más a su cuerpo, y añadió, en el momento mismo en que aquella estridente, odiosa, y francamente aterradora alarma daba inicio al pandemonio: —Estaremos bien, saldremos de esta… te lo prometo…
—Lo sé… —Fue todo lo que alcanzó escuchar que Deoiridh le respondía, con una confianza tan plena en él que casi le cristalizó los ojos al llenárselos de lágrimas; aunque no podía darse el lujo de conmoverse con el abandono de su novia en su protección porque ese fue el preciso instante que una pared, moviéndose hasta precipitarse sobre ellos, decidió atacarlos, casi aplastándolos, y los obligó a correr en dirección a los ingleses que los veían casi como si no pudieran creer que aquellas enormes moles de roca pudieran moverse con tamaña facilidad ¡Genial! Lucian había pensado sólo largarse lo más lejos que pudiera de los contrarios, y ahora estaba corriendo directo hacia ellos.
Afortunadamente, Lucian sabía que su novia era ágil y tenía un muy buen estado físico, y él mismo no estaba en tan malas condiciones, así que se preparó para explotar aquello para salir lo antes posible de ese sitio; sabía que William podría superar aquella prueba también… si es que lograba superar la carga que sería para él Vyctoria que era torpe y no tenía tan buena condición física que él recordara. Lucian le lanzó un pequeño vistazo a su novia, la conocía suficientemente bien como para saber que la pelirroja se moría por pedirle que los ayudaran, y también estaba seguro de que sería incapaz de decirle que no, pero, en una irónica suerte, el laberinto evitó aquello cuando un silbido acerado rompió el aire, anunciando el inmenso y muy afilado péndulo que se precipitó hacia ellos, saliendo de la nada. —¡Cuidado! —Gritó Lucian, el primero en verlo, en percibirlo, en adivinarlo, quizá, y los alertó a todos apenas a tiempo de que se lanzaran lejos del camino de aquella maldita cosa, apenas a tiempo de evitar ser partidos por la mitad. Su corazón se paralizó un segundo después cuando se dio cuenta de que el tirón que le había dado a la mano de su pelirroja, para quitarla del camino, la había apretujad contra una pared llena de unos pinchos afilados que la hirieron. La sangre comenzó a caerle por la piel desnuda, porque, al parecer, sus guardias no se habían tomado la molestia de dejarla cambiarse la camiseta sin mangas de pijama con la que había dormido.
—¿Iridh? —Le preguntó él, apenas volviéndose a verla porque estaba demasiado pendiente del péndulo que venía de regreso, aunque lo suficientemente lejos de los cuatro cuerpos que se habían apartado de su paso como para sólo golpearlos con la fuerza del aire que desplazaba. —Estoy bien… tranquilo… sólo son heridas muy superficiales, raspones, casi… —Le respondió ella, queriendo que siguiera enfocado en el camino y no preocupado por ella, e infinitamente agradecida de que la sangre que le caía por el brazo fuera a parar en la mano que él no sostenía, para que no se diera cuenta de toda la que realmente era. —Vamos, sigamos adelante… sácanos de aquí… —Le dio un pequeño apretón en la mano mientras él consideraba quitarse el jersey que llevaba puesto, para tratar de protegerla un poco más, pero no se atrevió a soltarla y perderla de vista el par de segundos que le tomaría hacerlo. ¿Y si se la arrebataban en ese instante?
No… mejor seguir adelante, buscar el centro del laberinto, pagar el sacrificio de sangre, o lo que fuera… Así que, jalándola todavía más cerca, Lucian comenzó a caminar de nuevo, acerando el oído para asegurarse de alcanzar a escuchar el péndulo, si es que volvía a por ellos.
Un grito desgarrador y femenino atravesó el aire y vibró alrededor de ellos haciendo que ella diera un bote sobresaltado que hizo que él reaccionara atrayéndola a sus brazos, y pegándola a su cuerpo como si quisiera fundirse con ella. Estaba dispuesto a escudarla con su piel, con su carne misma, si era necesario, de lo que fuera que se abalanzara contra ellos… aunque de pronto se dio cuenta de que reconocía perfectamente bien la voz que había acompañado a aquel alarido, la había escuchado por demasiado tiempo —Algo me dice que ya sólo quedamos tres… —Le susurró al oído, casi como si tuviera miedo de levantar la voz y llamar la atención de aquella presencia casi incorpórea que sentían persiguiéndolos a través de los pasillos cambiantes y aterradores porque, sí, estaba segura de que quien había gritado había sido Vyctoria que, de una u otra manera, estaba ahora fuera del juego.
Lucian la apretó más cerca de su pecho cuando ella se ocultó contra él, si hubiera sabido qué estaba pasando por su mente, se le habría roto el corazón. ¿Qué importancia tenía la pequeña hija de los Virreyes de Irlanda? Bueno, para él era el universo entero… —¿Crees que esté bien ella? —Escuchó que Deoiridh le preguntaba, había comprendido a qué se había referido, y, aunque tuvo el fugaz impulso de encogerse de hombros completamente desinteresado, se contentó con responderle, porque no quería preocuparla más: —Seguramente sí, corazón… —Le dejó un fugaz beso en la frente antes de soltarla un poco para poder volver a caminar. —Vamos, terminemos con esto, estoy seguro de que tenemos que estar cerca del centro, o William tiene que estarlo, como sea, mientras más pronto llegue uno de nosotros, antes terminará la pesadilla… —Deoiridh asintió con la cabeza y Lucian sonrió de lado cuando sintió que la pelirroja afirmó sus dedos en la presilla trasera de sus pantalones, aquello, definitivamente lo hizo sentir extrañamente contento, era como si ella quisiera mantenerlo cerca, asegurarse de que no lo alejarían de ella, y eso lo llenó de luz.
—Maldita sea… —Exclamó Lucian en español, deteniéndose en seco con tanta rapidez que se dio cuenta de que ella había estado a punto de chocar con su espalda. Las paredes a su alrededor habían comenzado a temblar, las que estaban ante ellos habían iniciado su movimiento, cerrándoles el paso que, un instante antes, había sido franco hacia el centro del Laberinto. Obviamente sus torturadores no querían que aquello terminara tan pronto.—Volvamos sobre nuestros pasos, siempre podemos rectificar el camino… —Escuchó que ella le decía en un susurro, y se las arregló para girarlos, manteniéndola oculta contra su espalda… hasta que volvió a detenerse en seco, completamente aterrorizado: detrás de ellos, las paredes habían comenzado también a moverse, cerrándose poco a poco, en una pinza que seguramente sería mortal si no encontraban una forma de largarse de ahí antes de terminar aplastados.
—¿Crees que podemos escalar? —sugirió ella, y él asintió, era una buena idea… una que abandonó por un instante cuando, al extender sus manos para asir las enredaderas que caían por el costado de la pared más cercana para medir su resistencia y asegurarse de que podía con ambos, sólo pudo retirarla de inmediato, siseando de dolor sin poder evitarlo, aunque se maldijo por hacerlo porque ella se apoderó de su mano de inmediato para tratar de estudiar las ámpulas rojas y dolorosas que se levantaban en su piel.—Debe ser algún tipo de hiedra venenosa… —murmuró, tocando, con absoluta delicadeza, un espacio libre de ámpulas para quitarle aquel polen nocivo que seguía quemándolo. —No lo toques, Deoiridh… —La previno él, aunque ella no le hizo ningún caso, como también ignoró el punzante ardor que le atenazó la punta de los dedos cuando se encargó de limpiarlo, a juzgar solamente por la pequeña muequita de incomodidad que le curvó aquella preciosa boquita de botón de rosa.
—Siempre es mejor esto que terminar aplastados, ¿no crees? —Sugirió, su voz, engañosamente tranquila, no hizo demasiado por tranquilizar el ataque de pánico que estaba comenzando a burbujearle en la garganta. Las paredes seguían moviéndose: lentas, sí, pero continuas y firmes, pronto no habría salida para ellos. —¿Podrán con nosotros las enredaderas? —Lucian ni siquiera alcanzó a responderle cuando, con un chasquido que les dejó bien claro que no había sido una coincidencia, que los gamemakers estaban quitándoles aquella opción, las enredaderas comenzaron a caer alrededor de ellos, soltando su polen nocivo sobre sus pieles que comenzaron a quemarse con aquella cosa tóxica mientras él volvía a estrecharla contra su cuerpo para tratar de alejarla de aquella cosa, de volver a protegerla consigo mismo porque no quería que su preciosa piel se ajara por las quemaduras que esa cosa les provocaba. —Creo que no… —Dijo Lucian, con sencillez, y se detuvo cuando otro chasquido, seguido de una especie de sonido reptante, comenzó a sonar a sus pies, o, más propiamente dicho, junto a ellos, llamando su atención hacia agujero, que lo hizo estremecerse por el aterrador parecido que tenía con una tumba, que se había abierto en el suelo ante ellos.
—¿Deberíamos…? —Preguntó Lucian con voz ahogada, aunque no logró recibir una respuesta de su prometida porque aquel fue el instante en que el péndulo, con su chasquido casi vicioso, cortó el aire muy cerca de ellos, acercándose, inexorablemente, a ellos. Los pasillos se habían cerrado a su alrededor lo suficiente como para que ambos supieran que no había forma de que se apartaran del camino… la única decisión posible en ese instante era ser partidos por la mitad por aquel péndulo, o lanzarse a la tumba que los esperaba… Para Lucian, la opción era fácil de elegir, así que, sin soltarla, apretujándola aún más contra su cuerpo, los lanzó en la tumba, ella primero porque el chillido del péndulo se escuchaba lo suficientemente cercano como para que él supiera que estaba a punto de alcanzarlos… y tenía razón, en el momento mismo en que ambos caían, aquella afilada cuchilla le rasgaba la ropa y le abría una acerada herida a todo lo largo de su espina dorsal. Era dolorosa, claro, aunque había actuado con la suficiente premura como para que aquello no fuera más que un rasguño no demasiado peligroso.
Cayeron unos instantes, o más bien, se deslizaron porque aquella cosa era como un tobogán, uno de esos que los niños suelen visitar en los parques infantiles, aunque sumido en una oscuridad casi viscosa que sólo se disipó cuando una voz les ladró, de pronto: —Están fuera, sigan al guardia a la enfermería y después vuelvan a las gradas. —Estaban libres, lo suficiente como para ver a William enfrentarse a un par de trampas aterradoras más, antes de llegar a manchar con su sangre el pilar que estaba al centro del laberinto.
REBELIÓN
Lucian lo supo todo de la Rebelión desde que comenzó a gestarse, aún mantenía una buena relación, casi una amistad cercana, con algunos de los conjurados más importantes, y ellos lo habían hecho partícipe de sus planes, con la esperanza de que el Príncipe Español participara en ellos… aunque también desde el principio les había dejado bien claro que no tenía ninguna intención de ser parte de aquella locura: Tenía mucho que perder, su prometida era una pacifista en toda la extensión de la palabra, y él mismo no estaba demasiado casado con la idea de levantarse contra sus captores, por más crueles que fueran, porque no creía que hubiera una pequeña oportunidad de ganarles…
Así que su mente se centró enteramente en proteger a su chica. Podía ser solamente su prometida, pero en su mente, ya era suya, y él tenía la encomienda maravillosa de cuidar de ella…
Así que, mientras más se enteraba de los planes, más hacía los propios: Juntó provisiones en sus habitaciones, en la cocineta de su pequeño apartamento en el Palacio de Aidoneo, como para que pudieran sobrevivir casi un mes sin salir de ahí, inclusive, aunque sabía que el filtro de agua los podía proveer del vital líquido, sin problemas, consiguió varias botellas llenas, en caso de que La Hidra les cortara aquel suministro para obligarlos a rendirse. Consiguió algunos libros para su chica, porque sabía que iban a estar encerrados, sin poder hacer demasiado ruido para no llamar la atención, y aún se hizo con un poco de ropa para ella, para no llevar maletas demasiado grandes que llamaran atenciones indeseadas mientras iba por ella.
—Hola, corazón… —La saludó, tratando de verse relajado mientras recargaba el hombro y la cadera izquierdos en el umbral de la puerta de su habitación, y se inclinó a besar su mejilla, antes de empujarla con suavidad al interior y pasar detrás de ella.
Cerró la puerta con cuidado, y se percató de que ella estaba descalza, así que se dedicó a buscar sus zapatos, y se hincó ante ella para ponérselos, mientras le decía, casualmente por si había algún micrófono escuchando, o alguna otra forma de espiarlos: —Vengo a invitarte a tener una cita en mis habitaciones… —Y no agregó más, porque no se le ocurría qué más podría decirle que ayudara a hacerle comprender lo que estaba pasando.
Ató las agujetas de sus pequeños botines de estilo borceguíes, y se dirigió a su armario a buscar aquella maletita que, lo sabía, ella siempre tenía lista para tomarla apresurada en casi de que él la necesitara por… su problema… Lucian sabía que la previsora chica tendría lo necesario en ella para acompañarlo, así que se la colgó del hombro, se acercó a tomar el libro que ella tenía en la mesita de noche a sabiendas de que sería uno de los dos que ella estaba leyendo, le dio su bolso (donde estaba el segundo de los ejemplares, seguramente), y le ofreció su mano en el mismo silencio en que la guió fuera de Paris, y hasta Aidoneo, el palacio que le servía de morada, hasta sus habitaciones, más exactamente, donde él la hizo pasar primero, y atrancó su puerta, echando mano del par de muebles que había amontonado cerca los días previos para asegurarse de que no sería fácil de abrir, y de que el largo pasillo que llevaba a las puertas de las diferentes estancias del pequeño ¿apartamento? estaba impedido para transitarlo muy fácilmente.
—¿Lucian? —Escuchó que Deoiridh trataba de llamar su atención, así que él se contentó con posar su índice sobre sus labios, pidiéndole silencio, y, tomando su mano con la que él tenía libre, la llevó hasta el baño después de dejar todas las cosas de su novia sobre la cama… o casi todas, se dio cuenta de que seguía llevando su libro cuando cerró con seguro la puerta del cuarto de baño, y se dedicó a abrir cuanta llave de agua encontró en su camino; Tiró de la cadena del váter, dejó el libro, y, cuando estuvo seguro de que el ruido del agua corriente era suficientemente fuerte, extendió las manos para atraparla la atrajo contra su cuerpo, e, inclinándose más cerca de ella, le susurró al oído, perdiéndose entre aquella suave y perfumada masa de tirabuzones rojos: —Los conjurados piensan lanzarse al ataque hoy, estaremos más seguros aquí que en tu vivienda… tengo comida para que estemos bien sin importar lo que pase allá afuera… —La sintió estremecerse, y pudo adivinar, con pasmosa facilidad, qué era lo que le preocupaba en ese instante así que sólo agregó, en otro susurró: —Tranquila, corazón… Tus hermanos son inteligentes, tu primo también, todos estarán bien… Sólo necesitaba asegurarme de que tú también lo estuvieras.
Al final, se obligó a cerrarla, cerró todas las llaves, aunque terminó por volver a abrir la de la ducha para templar el agua y, después de ayudarle a desnudarse, se metió en la ducha con ella, las apariencias, aunque, en teoría estaban completamente solos, eran importantes. Tenían que dejar bien claro que ellos no estaban metidos en la conjura de la Rebelión.
Cuando salieron del cuarto de baño que estaba sumido en aquella bruma vaporosa y perfumada, la noche había caído, y, a juzgar por los sonidos ahogados que llegaban de todas partes, todo había comenzado… Lucian se acercó a cerrar cada ventanal, a correr cada cortina, hasta que estuvo razonablemente seguro de que ni siquiera un rayo de luz podría escaparse de sus habitaciones, aunque no se atrevió a encenderlas, tomó la mano de su novia y la llevó hasta el dormitorio, la habitación más protegida, lejana, y aislada de su pequeño apartamento. —¿Tienes hambre? Podemos hacer unos emparedados, o un café, ¿quizá? —Le ofreció, queriendo distraerla, y mantenerla cómoda, aunque ella sólo respondió: —Sólo… vamos a la cama… ¿quieres?
Con una sonrisa tensa, Lucian se acercó a buscar uno de sus jerseys favoritos, el más suave que poseía, y se lo ofreció para que estuviera más cómoda, luego la dejó deslizarse en su enorme cama, que había pegado contra la pared en una esquina de la habitación, y, contento de que estuviera oculta entre aquella y su cuerpo, la acurrucó contra él, canturreándole viejas canciones españolas para tratar de distraerla de los sonidos aterradores que alcanzaban a encontrarlos.
Así se pasaron el par de días que duró aquel pandemonio: uno al lado del otro, en un silencio casi cómplice que los unió mucho más, con él tratando de tranquilizarla el par de veces que alguien forcejeó con la puerta sin lograr abrirla…
Al final, un “knock, knock, knock” demasiado firme en la puerta dejó bien claro que tenían que abrir la puerta, y unos guardias arrancaron a la pelirroja de sus brazos, y se la llevaron sin demasiadas explicaciones, aunque con la suficiente cortesía como para que él supiera que su jugarreta había funcionado, ellos no se habían rebelado, así que estaban a salvo… o todo lo a salvo que podían estar en aquel sitio.
BODA
Mientras caminaba entre sus guardias, anudándose la elegante corbata que complementaba el traje perfectamente confeccionado que le habían entregado, para que se vistiera, apenas unos minutos antes, aunque lo había hecho con tanta premura que no había terminado más que con lo básico… igual, su cabeza estaba vuelta un caos y el hacer el perfecto n**o de la corbata lo ayudaba a enfocarse en algo más, y tranquilizarse… ¡Felipe se casaba! Y, aunque era mucho menor que él, y no eran tan íntimos como para que su hermano mayor se abriera con él, se habían vuelto mucho más cercanos en aquel tiempo en el Hades, que habían podido pasar más tiempo juntos; por eso Lucian estaba seguro de que Felipe no parecía muy contento apenas entró en el imponente templo, aunque no tuvo mucha oportunidad de abundar en ello. Lo sentaron en su sitio, señalándole que Deoiridh, su prometida y por lo tanto su acompañante “oficial” estaría ahí en un momento, y que el sitio a su lado era para ella, así que se contentó con esperarla y levantarse, presuroso, para acercarse a ella, apenas la vio entrar, preciosa como siempre. No habían tenido mucha oportunidad de hablar luego de la locura que había sido la rebelión de algunos de los presentes, así que tenía urgencia de verla y hablar con ella. —¿Iridh? ¿Estás bien? —Le preguntó, suspirando con alivio cuando ella respondió: —Sí… es sólo que se aseguraron de que hiciera mis kilómetros de jogging del día… —Y le señaló con el pulgar y disimuladamente hacia el inmenso guardia que se había quedado a unos pasos de ellos mientras le preguntaba: —¿Sabes qué estamos haciendo aquí? —Él asintió con la cabeza mientras le ofrecía su brazo para escoltarla al interior del recinto. —Sí… se casan mi hermano y su prometida… —A juzgar por la pequeña pausa que hizo Lucian para recordar el nombre de la princesa, le quedó claro a la irlandesa que su contacto con ella había sido poco más que nulo —¡Gysella! ¡Gysella Hohenstaufen! —Exclamó, con un ligero aire de suficiencia que hizo que la pelirroja sonriera entre divertida y enternecida por el actuar del chico al que amaba. —Y… ¿Qué hago yo aquí? —Le preguntó ella, con curiosidad, aunque él sólo sonrió. —Eres mi acompañante, mi prometida… los trajeron a todos, pero tú eres de la familia del novio… —Le aclaró, y la escoltó a tomar su asiento porque los acordes de la marcha nupcial habían comenzado a sonar anunciando que la novia estaba a punto de llegar; Lucian le dedicó una pequeña sonrisa a su hermano, que se veía más incómodo que nervioso, y luego se volvió a estudiar a su nueva cuñada porque no la había conocido aún… ella, definitivamente, también se veía más incómoda que nerviosa o radiante.
Lucian se contentó con entrelazar sus dedos con los de la joven y estudiar a Felipe con curiosidad. No tenía que poner atención para saber qué hacer porque había crecido en aquellas ceremonias en las que no creía, y que francamente no eran más que protocolo para él, aunque la emoción de la irlandesa, que evidentemente no estaba acostumbrada a ello, hizo que lo viera todo con otros ojos por un instante, y su susurro: —¿No van a besarse? —Hizo que sonriera, aunque acabó por contestarle: —No es el protocolo… aunque romperemos el protocolo cuando nos toque, si quieres… —Y besó su mejilla para enfatizar sus palabras en el mismo momento en que la ceremonia terminaba y el enorme guardia volvía a aparecer, a tiempo de que Lucian le dedicara una mirada de muy pocos amigos para contentarse con besar los nudillos de la mano que sostenía entre las suyas, para decirle: —Creo que tu compañero de jogging llegó, corazón… —Para dejarla ir y acompañar a sus propios guardias de vuelta a sus habitaciones.
VUELTA A CASA
Cuando despertó en sus habitaciones de toda la vida, sólo tuvo tres pensamientos coherentes: Buscar la manera de comunicarse con Deoiridh, esperando que ella estuviera sana y salva en casa, pese a que no sabía cómo contactarla… buscar a su madre… y buscar a Louis… Louis fue el primero, se dieron un abrazo antes de que el adolescente saliera del palacio con la encomienda de comprar dos móviles, y conseguir un vuelo privado para aquella tarde. Su madre fue un poco más difícil, aunque le dedicó el suficiente tiempo como para sonzacarle el número de teléfono de la Duquesa Anabella, el mismo que cumplió su primer pensamiento cuando logró comunicarse con su prometida y le prometió ir con ella… Cinco minutos más tarde y enviando apenas a Isadora, su institutriz, a avisarle a la Reina, Lucian iba camino a los hangares reales a tomar un vuelo para reunirse con su pelirroja.
Móstoles
Madrid
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