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14/07/2025

José Antonio Hernández hace el mejor gofio de millo de tueste ligero sin sal ni azúcar de Canarias en Santa Brígida

07/05/2025
23/04/2025

🙌 ¡Este sábado 26 de abril, la cultura llega al Parque Municipal con la FERIA DEL LIBRO de Santa Brígida! 🌟 ¿Quieres saber qué te espera?

Te lo cuenta 🤗 la concejala de Cultura del Ayuntamiento de la Villa de Santa Brígida , Avelina Fernández Manrique de Lara, presenta el programa de actos de esta Feria del Libro en Radio Las Medianias de G.C. .

✨ Junto a ella Ana Mireles, responsable de la librería Soluciones Creativas Can , te invitan a disfrutar de una 🤩 jornada única desde las 10:00 hasta las 19:00 horas, en un evento que promete 📚 ser un día lleno de magia literaria. ✅ Habrá actividades para todas las edades, libros fascinantes y momentos inolvidables esperándote.

Mira la entrevista completa aquí 👉 https://www.facebook.com/share/r/1CGEpYaCyG/

👉 ¡No te pierdas esta gran celebración! 🌲 Ven al Parque Municipal este sábado y participa en los eventos que se han preparado especialmente para ti.

Apoyando la cultura. ¡Únete!
💻 andosataute.es/afiliate/
📍 Calle Gonzalo Medina, 9, derecha
Santa Brígida

22/04/2025
02/04/2025
20/03/2025

¡¡Creadores!! Ya está disponible el mapa interactivo con los negocios que colaboran permitiendo rodar dentro de su local. Accede aquí https://www.google.com/maps/d/edit?mid=1Y6rYD5RmN4KnIgILm2qtPVZCdbyZ2Zc&usp=sharing o a través de nuestra web. Si tienes un negocio en Santa Brígida y quieres ofrecer también el tuyo, ¡contáctanos y te incluiremos! ¡Muchas gracias a los negocios que ya se han prestado!

Ayuntamiento de la Villa de Santa Brígida

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07/01/2025

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01/08/2024

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El servicio fue desmantelado en 2011 dejando un vacío en la asistencia y protección para las víctimas. Gracias a los esfuerzos y a la determinación de la concejal Rosalía Rodríguez Alemán, recientemente fallecida, se ha logrado su reactivación; cuyo expediente ha sido concluido por el concejal de Igualdad, José Armengol.

El nuevo equipo de profesionales está conformado por una psicóloga, una trabajadora social y un servicio jurídico, brindando una atención integral a mujeres y menores que sufren o han sufrido violencia en cualquiera de sus formas

25/07/2024

LA TALAYERA

En su rudeza selvática y en su enriscamiento montaraz, este tipo del país canario que os presento, lectores, merece ser conocido, como lo merecen las figuras desencuadradas, desalojadas, que se están retirando en medio del himno triunfal del progreso, pero que todavía viven. Viven aparte, guarecidas de la inundación en las alturas, mientras las aguas suben y ellas las ven subir con creciente espanto.

Hay un rincón salvaje de esta isla de Gran Canaria donde habitan mis heroínas con sus familias, al modo de la tribu en el aduar. Se llega a la aldehuela mísera de su refugio, luego de vencer agrias pendientes, por caminos que se desarrollan entre vergeles, en subida rápida y agradable que a cada momento ofrece una sorpresa a los ojos cegados por el exceso de luz tropical. La majestuosa perspectiva de las montañas envuelve al viajero, quien no puede mirar a cualquier parte que sea sin que le abrumen con su grandeza las cumbres sucediéndose como gigantesca escalinata para ganar el cielo y apareciendo, por fingimientos del espejismo, más grandes aún de lo que son en verdad. Además, también por efecto óptico, dijérase que cada vez más se alejan y que mágicamente realizan un movimiento de traslación.

Arriba, arriba, que el ascendimiento es hermoso y el camino, aunque empinado, se
hace suave por los goces que al ánimo brinda el paisaje encantador. Desde Las Palmas, a
través de la serpeante carretera, no cesan de sucederse los campos labrados, los diversos cultivos. Las palmeras, con su pomposa elegancia, nos saludan al paso, tristescomo desterradas, y nos envían, desde las cúpulas de sus copas cimbreantes, rocíos de perladas notas; orquestas de pájaros variopintos ocultos entre las palmas nos dan música divina. Los pájaros aquí compiten en número y belleza con las flores; por eso, por la copia de flores y de pájaros ha recibido nuestro país el nombre delicioso de paraiso. Arriba, arriba. Ya se descorrió el velo blanco que ocultaba el perfil de los últimos picos, erguidos y aguzados como flechas, como flechas de nieve, porque en aquella altitud la nieve cuaja en diamantes deslumbradores; el azul cerúleo mezcla su pureza con la cándida blancura de los copos, semejantes a plumas de cisne llevadas por el viento. Caído el velum, parece la lejana sierra del fondo, con su resplandeciente crestería, una catedral ciclópea.

Por fin llegamos a La Atalaya, el rincón salvaje a donde quería conduciros, habitáculo de una tribu sórdida y bizarra cuya fisonomía no ha perdido aún ninguno de sus singulares rasgos característicos. Hasta allí no ha llegado la civilización con su rasero implacable. Como aquel hay muchos escondrijos de miseria en Gran Canaria; pero ninguno tan original. Allí se ha refugiado lo pintoresco de nuestra raza, barrido y borrado de todas partes. Allí está el curiosísimo animal de altura llamado la talayera por corrupción de su verdadero nombre, que se ha encaramado a un risco y se ha encerrado en cuevas casi inaccesibles, llevándose consigo una tradición de bárbara altivez e intransigencia.

Las habitaciones abiertas en la roca parecen cubiles; tienen algo de la caberna primitiva. Ampara a una raza indomable en cierto modo, refractaria, impermeable a la cultura, la talayera, la hembra es todo; el macho, nada o casi nada. Como en ciertos países americanos, ... , los hombres en La Atalaya gozan el privilegio de no trabajar; su misión
hállase reducida a tomar el sol cuando lo hay. Y la cumplen a conciencia, por la mayor
parte, estándose manos quedas, mientras ellas se mueven y afanan. Las costumbres de la isla de San Balandrán imperan en aquella esconditez selvática, donde un feminismo
avasallante anula al hombre al mismo tiempo que lo endiosa.

También suele reinar por aquellos encumbramientos el amor libre, el amor con alas, pero sin venda, sin solemnidades ni sonrojos; Luisa Michel se quedaría en éxtasis si alcanzara a contemplar en tan impensado sitio una tan completa realización de su bello
ideal. Aquellos campesinos viven perdidos en el seno de la maternidad sin límites de la
Naturaleza. Nacen, crecen, vegetan y mueren confundidos con el terruño ingrato,
limitadísimo, donde se encuentran cuna, casa y sepultura.

Puede decirse que forman, con sus viviendas, incrustaciones de la montaña. Raras veces que baja la talayera a la ciudad para vender en el mercado público los productos de su rudimentaria industria, creyérase que algo esencial de la montaña misma baja con ellas; no solamente se trae tierra de la altura en sus pies desnudos que desafían los guijarros y abrojos de los senderos, sino toda una visión de las cimas excelsas y toda una pasión de la soledad, odio instintivo al progreso, resistencia inconsciente a dejarse penetrar de las claridades que vienen de abajo y que la ciegan y la mortifican. Experimenta sensaciones dolorosas, en la imposibilidad de la acomodación, en el choque de su alma virgen con las refinadas impurezas de la vida culta. Pasa sin ver y apenas terminados sus tratos, tórnase a su atrincheramiento mucho más deprisa que descendió.

A mí me parece descubrir un sentido oculto, un sentido simbólico, en esta pasiva lucha. La montaña se rebela contra la ciudad, la ciudad no ha podido conquistar a la montaña. La talayera, indudablemente, es un símbolo.

Si la vierais venirse para Las Palmas los días de mercado, a más que regular andadura, desgastando los caminos con su durísimo pie descalzo, un pie que ha adquirido consistencia pétrea y grandor exagerado, un pie fenomenal sin forma, semejante a la pata de un dromedario. Recorre kilómetros y más kilómetros, a grandes zancadas, resistente y ágil, sin dejarse vencer de la fatiga. Arremangada la enagua de percal sobre
el refajo encarnado, cogida con una mano la cesta que carga a la cabeza y con la otra los zapatos resolaos que lleva por puro lujo, pues no se los pone nunca por temor a echarlos a
perder, así atraviesa la talayera los pueblos del tránsito y así entra, arisca y desenfadada, en la ciudad.

Lo común es que vengan por grupos más o menos numerosos, cual si instintivamente
se juntasen para librarse de un peligro imaginario. Algunas traen a la gitana sus
cachorros, y con ellos y con todo lo demás menos los zapatos hacen la jornada. Ni el sol ni la lluvia las acobardan. Hechas están a las mayores inclemencias, como a las miserias
mayores.

Se encuentran entre estas campesinas tipos de cierta belleza rústica no exenta de
atractivos, belleza que resulta de la alianza feliz de la salud con la fortaleza. Líneas
duras, pero correctas, de estatuas labradas en granito; macizas construcciones sin
gracia, pero vistosas. Formas opulentas, colores sanos, recia musculatura, busto erguido, un escultor podría tomarlas de modelo para representar la fecundidad y la fuerza triunfantes. Fuertes y fecundas son, en efecto, como muy pocas mujeres. La Atalaya es nuestro valle de Paz.

Cultivan, conforme he dicho, una industria elemental, cerámica incipiente, alfarería
simplisísima: fabrican utensilios de barro que en el lenguaje del país lleno de reminiscencias guanchescas llámanse tallas, gánigos, tostadores, vernegales. Hablan un castellano corrompido, degenerado, hasta venir a parar en una bárbara algarabía que pronuncian ásperamente, en gritos guturales y en articulaciones violentas. El habitante de
Castilla que las oyese hablar por vez primera no encontraría semejanza alguna entre
aquella jerga endiablada y el hermoso idioma nacional.

Son varoniles, bravas, resueltas, acometedoras. Cuando surge entre ellas, por cuestión de pantalones o incompatibilidad de caracteres, algún conflicto, lo dirimen como verdaderas heroínas a puñadas y amordiscos, sin permitir –eso nunca- que los hombres intervengan en su defensa. En tales casos desátanse sus lenguas venenosas y se ponen cual digan talayeras,que es mucho peor que cual digan dueñas; vomitan por sus bocazas, en su habla enrevesada y be***al, injurias a borbotones, concluyendo por asirse de los moños y zarandearse furiosamente hasta que el cansancio las rinde o queda el campo por una delas luchadoras.

Hanse familiarizado con el inglés, a quien miran como un ser superior por lo maniabierto y dadivoso. Cuando un turista británico aporta por aquellas eminencias, todo el pueblo se solivianta y pone en movimiento. Los habitantes comienzan a salir de sus cuevas como ratas de sus agujeros; nubes de chiquillos sucios, desarrapados, famélicos,
que parecen brotar de entre las piedras, siguen al viajero, lo acosan con este grito repetido sin descanso: ¡Un cuartito! ¡Un cuartito!.

Y el gran clamor de miseria sale de todos lados. Lánzanlo también los padres a la
sordina; dijérase que las gallinas mismas lo cacarean y que los cerdos lo gruñen: ¡Un
cuartito! ¡Un cuartito!. Si el inglés no abre la mano, corre el riesgo de que le apedreen, y
para aquella gente es inglés, por extensión, todo extranjero y aun todo forastero, todo
caballero.

El espíritu de la civilización moderna no ha llegado todavía sobre aquel recóndito
campamento de bárbaros donde reina la talayera, magnífico animal de altura. Difícilmente se aclimata ésta a la ciudad; cuando se cree tenerla domesticada, escapa y se vuelve al monte a grandes trancos, tan zahareña como salió y siempre descalza, porque los zapatos le estorban.

[Francisco González Díaz. Revista semanal “El Museo Canario”, Tº: X, Cuaderno 10. Las Palmas de G.C., 15 de marzo de 1901]

Nacido en la capital grancanaria en el año 1864 y fallecido en la villa de Teror en abril de
1945, González Díaz fue considerado en su momento uno de los más relevantes escritores isleños, además de un elogiado orador.

https://centrolocero.wordpress.com/2020/05/16/referencias-a-la-alfareria-canaria-los-textos-de-los-siglos-xvi-al-xx/

Foto: FEDAC. 1920-1930. Gran Canaria, Santa Brigida. Colección María Dolores Ramírez Rodríguez.

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