20/09/2025
¡Oh, Lorenzo de la Mata, sombra que camina entre muros de terciopelo y oro! Capitán que viste la disciplina como un manto de virtud, mientras su corazón se pudre en secreta malevolencia, celebrando cada humillación, cada mentira, cada veneno que arroja sobre los débiles. No sería rey de aquel palacio, no se sentaría a juzgar con insolente arrogancia los actos de la familia Luján ni del propio servicio, ni tendría cerca a su víctima predilecta, Curro, si la fortuna no lo envolviera en su cómplice abrazo. Allí permanece, disfrutando de comodidades que no le corresponden, extendiendo su sombra sobre los que aún creen en la justicia, mientras su vida vacía se nutre de desprecio y crueldad.
Su alianza con Leocadia, tejida con la trama del interés y la intriga, se tambalea ante el secuestro extorsivo de Ángela, y sin embargo, la perversidad de Lorenzo no se detiene: ansía a la joven no por amor, sino como trofeo, como instrumento para quebrar la paz de Curro, para convertir el afecto en desesperación, para regodearse en la posesión de lo que no le pertenece. Todo lo que toca se mancha de su vileza, y aun así, la suerte le sonríe, como si el mundo temiera ponerle límites a su impunidad.
Guillermo Serrano, con maestría y convicción, insufla vida a este ser aborrecible, deleznable, rastrero, y nos recuerda que la serie sin Lorenzo sería un escenario desprovisto de terror, de tensión y de ese estremecimiento que nos hace reconocer, con horror fascinante, la maldad pura.
Mas no perdamos la esperanza, oh espectadores de su infamia: tarde o temprano, el peso de cada ultraje, de cada humillación y de cada crimen cometido en la sombra lo alcanzará. Y cuando llegue ese día, Lorenzo caerá, y la luz de la justicia—eterna y paciente—resplandecerá sobre los que han sufrido bajo su yugo, recordándonos que ninguna sombra, por más oscura que sea, puede evadir para siempre la verdad que la condena.