10/10/2025
En lo más profundo del Bosque de las Luces Doradas, donde los árboles susurraban canciones antiguas y las luciérnagas danzaban entre hojas de otoño, se encontraba un pequeño pueblo mágico escondido entre raíces gigantes y casas cubiertas de musgo.
Allí vivían Tarsis e Itzelt, dos almas curiosas y soñadoras. Tarsis era un guardián del bosque, capaz de entender el lenguaje de las hojas y sanar con solo tocar la tierra. Itzelt, por su parte, tenía un don especial: con cada palabra que pronunciaba al amanecer, podía despertar la luz dormida entre los árboles.
Una noche, el bosque empezó a oscurecerse antes de tiempo. Las luces que colgaban de las ramas comenzaron a apagarse una a una, y un viento frío trajo consigo un susurro:
—“El corazón del bosque está perdiendo su brillo…”
Guiados por la intuición, Tarsis e Itzelt siguieron el sendero cubierto de hojas rojas y doradas. La luz tenue de sus linternas marcaba el camino hasta llegar al Árbol Eterno, el más antiguo y sabio de todos.
Allí, una lágrima de cristal colgaba de una de sus ramas: era la Luz del Amanecer, debilitada por la tristeza del bosque.
Itzelt tomó la lágrima entre sus manos y, cerrando los ojos, susurró:
—“Que la esperanza florezca donde el miedo se esconde.”
Entonces, la lágrima brilló como mil soles. Tarsis extendió sus brazos, y el bosque entero resplandeció con una calidez dorada que se filtró por cada casa, cada hoja, cada alma.
Desde ese día, cuando el sol se asoma entre los árboles y el viento huele a canela y hojas secas, se dice que Tarsis e Itzelt caminan juntos por el sendero, cuidando que la luz nunca se apague.
✨🍁 Y si escuchas atentamente al amanecer… tal vez oigas su risa entre los árboles. 🌷