
16/10/2025
Preciosa, el amor de tu vida no late en promesas ajenas, sino en el susurro eterno de tu propio corazón, un fuego sagrado que ilumina senderos de sueños tejidos con hilos de oro.
Eres tú, danzando con la vida en un vals de pasiones puras: rodeándote de almas luminosas que avivan tu llama interior, que contemplan en ti no una simple joya, sino un cosmos de estrellas entretejidas, un jardín secreto de rosas que florecen en la adversidad.
Aleja con gracia los horizontes ciegos que no ven tu resplandor divino, y regálate domingos como odas al alma: tardes de brisa suave, donde poemas se deslizan como caricias, canciones envuelven el pecho en terciopelo, y rituales tiernos —un té humeante, un libro entreabierto— nutren tu esencia con la dulzura de lo eterno.
Eres tú, en el abrazo mullido del pijama que guarda confidencias de madrugadas inspiradas; arreglada como una reina bajo la luna, con el cabello revuelto por vientos de libertad, o erguida como diosa ancestral, sin una pizca de artificio que opaque tu luz cruda y magnética.
Eres tú cuando, con el coraje de un amanecer, declaras que vas primero: tus anhelos como brújula, tu voz como himno invencible. En este romance consigo misma, hallarás alas de mariposa para surcar cielos inexplorados, inspirando legiones con el eco de tu espíritu indómito.
Porque, mi amor, el verdadero cuento de hadas comienza y termina en ti: eterna, radiante, imparable.
Shimilosh