27/05/2025
Una hermosa Historia Leen & compartan
- LA ZORRA DE LA CUEVA DORADA -
Érase una vez, en un reino llamado Guatemalán, una tierra fértil, rica y prometedora, pero gobernada desde hacía años por criaturas codiciosas que vestían trajes finos y hablaban con lengua de serpiente. En ese reino, existía una institución sagrada llamada La Cueva de la Justicia, destinada a proteger al pueblo de las fieras salvajes que robaban el trigo, el agua y hasta la esperanza.
Un día, los Señores del Reino decidieron nombrar a una nueva guardiana de la cueva. Después de largas deliberaciones (y algunos maletines con monedas brillantes), eligieron a una astuta zorra llamada Consuela, que con su peinado inamovible y su voz templada prometió defender la ley con “garras y colmillos”.
Pero apenas se instaló en la Cueva de la Justicia, algo cambió.
Consuela no se dedicó a cazar ratas de campo ni zorros ladrones. No. En lugar de eso, puso una alfombra roja para que los mapaches corruptos, los cerdos glotones y los cuervos del poder pudieran entrar y salir a su antojo, sin miedo a ser atrapados. “¡Aquí están seguros!”, les decía con su tono meloso. “Mientras me traigan miel, nada les pasará”.
Y así fue.
Los animalillos del bosque, que antes llevaban sus quejas a la cueva, comenzaron a notar que Consuela solo perseguía a los colibríes incómodos, a los búhos que denunciaban desde lo alto y a los pequeños ratones que soñaban con limpiar el reino. “¡Subversivos!”, ladraba la zorra. “¡Traidores al bosque!”
Los animales más sabios se preguntaban:
—¿Por qué ataca a los que luchan por el bien y protege a los que roban hasta las raíces?
—Porque su cueva ya no es de justicia —respondió un viejo jaguar—, ahora es un refugio de impunidad.
Mientras tanto, en las copas más altas de los árboles, las águilas del norte observaban con indignación. Mandaban mensajes, comunicados, advertencias. Pero Consuela solo se reía y seguía construyendo su trono con los restos de expedientes archivados.
Un día, cuando ya nadie creía que pudiera caer, la zorra salió a pasear entre los matorrales, pensando que el bosque entero le debía gratitud. Pero esta vez, los animales no se escondieron. No aplaudieron. No temieron. Solo la miraron. Con desprecio. Con memoria.
Y en el silencio de ese bosque cansado, se escuchó una frase que se repetía de árbol en árbol:
“La que debía protegernos… nos vendió. Y no hay peor traidora que la que lleva la ley en el hocico y la impunidad en el corazón.”
Y así, la fábula quedó escrita.
No como cuento de hadas, sino como advertencia.
Porque donde la justicia se vuelve guarida de corruptos, ni el bosque florece… ni el reino sobrevive.
Por: Denuncia Ciudadana Quetzaltenango