15/07/2025
Yo no tengo la cara para alegar por las protestas del STEG.
No la tengo porque, aunque soy docente, no pertenezco al sector público y no estoy ahí, bajo el sol, bajo la amenaza, bajo el desprecio de quienes los ven protestar y no entienden por qué lo hacen.
Los veo y sé que son de los pocos que aún no se rinden en este país. Mientras la mayoría calla, se acomoda, se adapta. Ellos, con todas las críticas que se les puedan hacer, siguen ahí. Luchando por lo que creen justo. Y eso, en Guatemala, es casi un acto heroico.
Porque Guatemala es un país conformista. Lo digo con dolor, con impotencia, con vergüenza. Nos rendimos fácilmente. Nos acostumbramos a vivir con lo mínimo, a callar los abusos, a aceptar salarios injustos, hospitales colapsados, escuelas destruidas, políticos corruptos. Nos volvimos expertos en agachar la cabeza, en decir “así es aquí” como si el país no pudiera ser distinto.
Pero sí puede ser distinto.
Solo que mientras otros países apostaron por la educación como herramienta de cambio, nosotros la convertimos en un favor político. Ellos evolucionaron: invirtieron en sus escuelas, en sus maestros, en la dignidad del aula. Nosotros nos estancamos. Nos volvimos expertos en discursos, pero miserables en acciones.
Hoy veo a los del STEG en las calles y, aunque no comparta todas sus formas y métodos, les reconozco algo que a muchos nos falta: no se han rendido.
Por eso no tengo cara para alegar.
Porque ellos, al menos, están haciendo ruido.
Mientras nosotros, desde la comodidad de nuestras redes o nuestras aulas privadas, solo vemos pasar el país como si no fuera con nosotros.
Y sí va con nosotros.
Porque la educación es la base de todo.
Y Guatemala no va a cambiar mientras no aprendamos a defenderla como lo que es: el derecho más poderoso que tenemos para dejar de ser una nación de conformistas y rendidos.
Bendiciones a todos, especialmente a mis amigos y conocidos que se encuentran en las calles luchando por lo que creen justo.
Escritorio por Adolfo Vargas.