02/07/2025
"Empecé a callar y comencé a irme..."
Me cansé de luchar contra fantasmas, de mendigar caricias en un desierto de indiferencia.
Te lo dije en susurros, en preguntas que se perdían en la noche: "¿Qué nos pasa?" Pero solo encontré silencio.
Tus pasos resonaban distantes, no cuando te marchabas, sino cuando regresabas a casa.
Y ahí, en esa cama compartida pero vacía, frente a tu espalda fría, entendí que ya no existías para mí.
Las promesas se volvieron eco, el amor se convirtió en un ritual sin alma.
Aprendí a tomar café sola, a reírme conmigo misma, a abrazar la almohada que ya no guardaba tu calor.
Estabas ahí, pero eras solo un espectro, un recuerdo que se resistía a partir.
El amor no muere por sí solo… lo matamos.
Lo ahogamos entre sábanas heladas, en miradas que esquivan, en besos que ya no saben a nada.
Y entonces, una noche, dejé de pedirte que me amaras.
Dejé de buscarte en la madrugada, de prepararte el desayuno con esperanza.
Porque entendí algo: si no me querías, me querría yo.
Si tu cariño era monedas y migajas, yo tenía mis propias alas.
Y al mirarme al espejo, vi a una mujer que no necesitaba permiso para ser feliz.
Así que callé… pero no por derrota.
Callé porque las palabras ya no tenían sentido.
Y en ese silencio, encontré mi fuerza.
Y comencé a irme.
Sin dramas, sin reproches.
Solo con la certeza de que, a veces, el mayor acto de amor…
es soltar lo que nunca fue tuyo.