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                                            ¿Sabías que el águila jamás cría hijos flojos porque simplemente no les permite serlo? Y tú, ¿estás criando guerreros o estás criando parásitos?
Presta atención porque esto va a dolerte si eres de esos padres que hacen todo por sus hijos. Cuando un aguilucho ya tiene edad para volar, la madre águila hace algo que parece cruel pero es puro amor: le quita todas las plumas suaves del nido y deja solo las espinas. El nido que antes era cómodo ahora duele. Ya no puede quedarse ahí relajado esperando que le traigan la comida. La incomodidad lo obliga a moverse.
Y cuando el aguilucho todavía no se atreve a saltar, la madre hace algo aún más brutal: lo empuja al vacío. Sí, lo lanza desde lo alto sin avisar. Sin pedirle permiso. Sin darle un curso de vuelo primero. Lo tira y punto. Porque el águila sabe algo que muchos padres han olvidado: las alas solo funcionan cuando no hay más opción.
El aguilucho cae. Se sacude. Aletea desesperado. Y justo antes de estrellarse, la madre se lanza, lo atrapa, lo sube de nuevo y lo vuelve a empujar. Una y otra vez. Hasta que aprende a volar solo. Hasta que entiende que sus alas siempre estuvieron ahí, solo necesitaba el valor de usarlas.
Ahora mira a tu alrededor. ¿Cuántos padres están criando águilas y cuántos están criando gallinas? Padres que les siguen haciendo la cama a hijos de 25 años. Que les pagan todo mientras ellos no mueven un dedo. Que les resuelven cada problema para que nunca sientan incomodidad. Que les dan un nido tan cómodo que jamás querrán salir de ahí.
Esos hijos nunca van a volar. Nunca van a cazar. Nunca van a ser autosuficientes. Porque tú, con tu "amor", los estás condenando a ser inútiles. Les quitaste la necesidad de ser fuertes. Les robaste la oportunidad de descubrir que podían volar.
El águila no protege hasta incapacitar. No consiente hasta destruir. No ama hasta paralizar. El águila ama empujando. Ama incomodando. Ama forzando el crecimiento.
Así que deja de ser ese padre que está criando a un nini. QUÍTALE las plumas cómodas del nido. HAZ que sienta la necesidad de moverse. EMPÚJALO al vacío aunque te duela. Porque si tú no lo haces, la vida lo va a empujar mucho más duro y sin red de seguridad.
O le enseñas a volar ahora... o lo condenas a arrastrarse toda su vida. Tú decides.  
 
                                         
 
                                                                                                     
                                                                                                     
                                                                                                     
                                                                                                     
                                                                                                     
                                                                                                     
                                                                                                     
                                                                                                     
                                                                                                     
                                                                                                     
                                                                                                     
                                         
   
   
   
   
     
   
   
  