
30/06/2025
“Querían mi cuerpo para tener s**o con un ente”
Relato anónimo basado en hechos reales
No sé ni cómo empezar… es la primera vez que cuento un relato, aunque lo que les voy a contar no tiene nada de paranormal, al menos no en el sentido clásico, pero sí fue algo fuera de lo común. Algo que hasta la fecha no puedo explicar del todo…
Yo trabajaba para una empresa que le brindaba servicios a la telefonía número uno de México —ya sabemos cuál, sí, la del globo azul con “Tel”—. Bueno, ya saben cuál. Mi trabajo consistía en cambiar a las personas de compañía a esa. Ahora se hace por teléfono, pero antes lo hacíamos de casa en casa.
Ese día andábamos en la colonia Granjas, en Chihuahua. No es una colonia adinerada, pero tampoco tan humilde. Era verano del 2010, como al mediodía, cuando llegué a una casa común y corriente. Toqué la puerta y me abrió una chica de unos 20 años. La verdad, era muy hermosa, flaca pero con buen cuerpo. Recuerdo que traía un short de licra negro, pegado, y un top negro también… pero su aura era extraña. Había algo sombrío en ella.
—Hola, buenos días —le dije—. Sabe, ando entregando chips gratis de Tel para las personas que se quieren cambiar de compañía. ¿Usted qué compañía tiene?
Me contestó que de “Mov”, pero su voz… también tenía un tono oscuro. Le pregunté si le interesaba el cambio. Me miró de arriba a abajo, tardó unos 20 segundos en contestar… y luego me dijo que sí.
Le pedí su celular para iniciar la portabilidad. Entonces su tono cambió. Se volvió más melodiosa y dulce.
—Si gustas pasar, hace mucho calor… y a mí no me gusta.
Ya adentro, me invitó a sentarme en el sofá. Su casa tenía ese mismo aire sombrío que ya me había erizado la piel desde afuera. Me ofreció un vaso de agua, lo acepté con gusto. Entonces, le habló a alguien más:
—¡Dennis! —gritó.
De uno de los cuartos salió otra chica, igual de hermosa, con un cuerpo casi idéntico. Pero ella venía solo en ropa interior. Me puse nervioso al instante. Ella, ni siquiera intentó cubrirse.
La primera chica, Mariana, le preguntó:
—¿Qué te parece?
Dennis me miró de arriba a abajo y respondió:
—Me gusta.
Ambas soltaron una risita burlona.
Yo intenté volver al tema de la portabilidad, pero Mariana me interrumpió:
—¿Cómo te llamas?
—Obed —le respondí.
—Mucho gusto, Obed. ¿No quieres jugar con nosotras? Sabes… amanecimos muy excitadas hoy, pero los consoladores no son lo mismo. ¿Juegas con nosotras?
Ahí pensé… ¿un trío? ¿Una experiencia que todo hombre sueña vivir, y más con este par de mujeres tan bellas? De inmediato dije:
—Bueno, pues… sí.
—¿Quieres algo de tomar? Aparte del agua tengo soda, cerveza, tequila, un churro… lo que quieras.
Le dije que una cerveza estaría bien. Me la trajo en un vaso y me la tomé algo de prisa. Luego le preguntó a Dennis:
—¿Ya está todo listo?
—Sí, ya —respondió ella.
Me invitaron a seguirlas. Mariana dijo:
—Mira, para poder jugar tienes que hacer todo lo que te digamos. Nada de “no”… porque si no, no jugamos. ¿Estás de acuerdo?
—Sí, está bien.
Entramos a un cuarto… y fue ahí donde todo se torció. Había muchas velas negras, pared pintada de negro, garabatos extraños en las paredes, figuras raras hechas con pintura blanca. Dennis me miró y dijo:
—Bienvenido a nuestro cuarto de juegos.
Se me acercó por detrás, comenzó a seducirme, mientras Mariana lo hacía de frente. Ambas me empezaron a quitar la ropa. Yo traté de ayudar, pero me dijeron:
—No… nosotras hacemos todo.
Me desnudaron por completo. Una de ellas me tiró a la cama y empezó a besarme, mientras la otra sacó unas correas.
—Obed —me dijo—, hoy serás nuestro esclavo sexual. Te vamos a amarrar con estas correas y podremos hacer contigo lo que queramos. Y pobre de ti si no nos llenas a las dos… o si terminas antes.
Primero me amarraron los pies a la cama, mientras la otra seguía besándome. Luego vinieron las manos. Se besaron entre ellas y continuaron “jugando” conmigo. Hasta que una se retiró… y volvió con un marcador y un libro que parecía una Biblia.
—Bueno, Obed… hoy servirás de puente para que nosotras tengamos s**o con él.
Mencionaron un nombre extraño. No sé cómo se escribe, ni cómo se pronuncia. Mentiría si dijera cuál era.
Yo no entendía. Una de ellas tomó el marcador y en mi pecho dibujó un pentagrama. Ahí fue cuando me asusté. Les dije que me tenía que ir. Pero ellas respondieron:
—¿No quieres seguir jugando? Lo bueno apenas va a empezar… te va a gustar.
Volví a reiterar que me quería ir. Dennis, con una voz completamente diferente a la dulce de antes, dijo:
—Ahora nos cumples.
Encendieron las velas, apagaron la luz, y comenzaron a hablar en un dialecto extraño. Abrieron el libro negro y siguieron con ese cántico… algo completamente desconocido. Yo ya estaba aterrado. Trataba de safarme, pero no podía.
Entonces Mariana dijo:
—Se nos olvidó la sangre del borrego, déjame voy por ella.
La otra la siguió. Me dejaron solo. Yo trataba desesperadamente de safarme. Gritaba:
—¡Auxilio!
Ya no sabía qué hacer. Volvieron con un frasco y empezaron a echar sangre en el pentagrama mientras seguían hablando en ese idioma incomprensible. Yo les suplicaba, ya llorando:
—¡Ya no quiero jugar, por favor! ¡Déjenme ir!
Ellas me ignoraban. Yo, entre mí, solo decía:
—Dios… ayúdame, ayúdame.
Y justo entonces, sonó el timbre de la puerta. Ellas lo ignoraron, pero quien fuera siguió tocando. Entonces ambas se retiraron.
No sé cómo lo logré, pero logré safarme de una de las manos. Con esa libre, me desaté la otra y los pies. Me puse el bóxer como pude, agarré mi ropa… y salí corriendo.
Ellas estaban en la puerta, hablando con alguien. Como pude, las empujé… y escapé.
Llegué con mis compañeros, quienes al verme en ese estado llamaron de inmediato a mi jefa. Cuando llegó, le conté todo. Los chips y mi mochila se habían quedado en esa casa. Llamamos a una patrulla… pero cometimos un error: llegamos antes que ellos.
Mi jefa tocó la puerta. Salió un chavo. Ellas ya no estaban.
—¿Sí? ¿Diga?
Mi jefa le pidió los chips y la mochila. Él respondió confundido:
—¿Cuál? ¿De qué habla?
Le explicamos lo sucedido… pero lo negó todo.
—Aquí no hay nadie, solo yo —dijo.
Llegó la patrulla. Les conté todo. Él volvió a negar y dijo:
—No tengo inconveniente en que revisen… pero necesitan una orden de cateo. Cuando la tengan, con gusto los dejo entrar.
Los oficiales asintieron. Nos dijeron que para eso se debía presentar una denuncia… y que el proceso sería tardado.
Nos retiramos. Unas cuadras más adelante… ahí estaban mi mochila y los chips, tirados en la calle.
Los recogimos y nos fuimos. Yo quedé traumado por esa experiencia. Hasta la fecha, a veces sueño con una sombra negra, más oscura que la noche, alta… y con esas dos mujeres, burlándose de mí, realizando aquel ritual.
Creo que aquel día, querían que algo tomara mi cuerpo para tener s**o con ese ser. No sé qué era, pero desde entonces no entro a casas extrañas, y mucho menos le hago caso a mujeres que desde el primer momento intentan seducirme.