19/11/2025
El Oso del Niño Mu**to
Hola, ¿qué tal Juan y a todas las chicas? En especial a la chaparrita güerita que, aunque no habla mucho y no sale a cámara muy seguido, me encanta.
Capaz que me van a decir Grinch por lo que voy a narrar, pero ahí les va.
A mí no me gusta la Navidad. Se me hace una época muy triste por varios factores… principalmente por mi infancia. Yo no supe lo que era recibir un regalo, pues vivía con mis abuelos y ellos tenían recursos muy bajos. Y el día que finalmente supe lo que era recibir un regalo navideño… también supe lo que era el verdadero terror.
Mi relato es del año 1995. Yo tenía, si acaso, 10 años y vivía en la colonia 2 de Octubre, en Chihuahua capital. En aquel entonces había muchas ladrilleras en esa zona.
Era la mañana del 25 de diciembre, y todos los niños andaban estrenando sus juguetes. A mí solo me tocaba mirar y esperar que alguno de mis amigos me dejara jugar con lo que le había traído Santa. De pronto, mi abuelo gritó mi nombre:
—¡Manuel!
Me llamaba para que fuera por leña a las orillas de la colonia.
Así que me retiré, crucé un arroyo y empecé a recolectar bastante leña en la carrucha. Ya de regreso, a un lado del camino que bajaba de Interceramic, cerca de las vías del tren, escuché que detrás de mí se detuvo un carro.
De él se bajaron un señor y una señora. Muy amables, me hablaron:
—Niño… niño… niño…
Me detuve y atendí su llamado. Me dijeron que me acercara. Cuando iba llegando, el señor abrió la cajuela del carro. En ese momento me frené, pensando que me iban a robar, pero él me dijo que no temiera.
Entonces sacó dos cajas de juguetes repletas y me dijo:
—Toma, te regalamos estos juguetes.
Yo no dudé en acercarme. Me fui directamente a verlas. Había de todo: carritos de todos tamaños, manuales, de cuerda, eléctricos; una pista de carreras eléctrica, un trenecito con sus vagones y vías, aviones, ¡hasta dos balones de futbol! No sé cómo, pero acomodé las dos cajas en la carrucha; eran enormes, demasiados juguetes.
Cuando ya me retiraba, la señora me habló:
—Niño…
Volteé, y me entregó un oso Cariñosito de peluche.
—Cuídalo muy bien —me dijo— porque fue de mi hijo, y él lo quería demasiado. Pero… mi hijo jamás volverá a jugar con ese oso ni con los juguetes.
Tomé el oso, lo puse con todo lo demás y me retiré. Se me comían las ansias por llegar a la casa de mis abuelos y ver todo lo que me habían regalado.
Cuando llegué, saqué todo. No me lo podía creer: por fin, una Navidad con juguetes. Mis amiguitos quedaron fascinados, pero lo que más les llamó la atención fue el osito Cariñosito, porque esa caricatura era muy famosa en esos tiempos.
Pero esa felicidad no duraría mucho.
En la noche, al acostarme, acomodé al osito Cariñosito en mi cama, a un lado mío, y me dormí. El sueño que tuve nunca se me ha olvidado: vi a un niño, más o menos de mi edad, que me reclamaba su oso. Me decía que se lo devolviera, que no jugara con él.
Al despertar por la mañana, el oso ya no estaba. Lo encontré debajo de la cama. Cuando me metí a sacarlo, al agarrarlo sentí como si alguien me lo quitara de las manos, pero pensé que se había atorado con una de las tablas.
Lo volví a acomodar en la cama y salí a jugar todo el día, feliz con mis juguetes.
A la hora de la comida me metí, fui a mi cama… y otra vez: el oso no estaba. Lo busqué por todas partes. Le pregunté a mis abuelos si lo habían agarrado, pero me dijeron que no. Salí al patio… y ahí estaba, debajo de una lila que tenían mis abuelos.
Lo tomé y, en cuanto lo levanté, sentí que me aventaron. Caí al suelo, volteé… y pude ver la figura de un niño mirándome con unos ojos llenos de coraje.
Me levanté y salí corriendo con mis abuelos. Llegué tan pálido que mi abuela me dijo que parecía que había visto un fantasma. Les expliqué lo que había pasado, pero no me creyeron.
En la noche me acordé del oso que seguía afuera. Fui por él con temor, lo tomé y me metí. Esta vez lo puse en mis pies. De nuevo tuve el mismo sueño: el niño reclamándome el oso, diciéndome que no quería que yo jugara con él.
Me levanté asustado y fui por agua. De regreso, todo estaba oscuro… cuando sentí que me volvieron a aventar, tan fuerte que fui a dar hasta la mesa.
Me fui a mi cuarto, prendí la luz… y ahí estaba el niño, parado en la puerta, mirándome enojado.
Corrí con mis abuelos y les conté otra vez. Me mandaron a dormir, pero al llegar a la cama… el niño estaba sentado, con el oso en las manos.
Regresé corriendo con mis abuelos. Tanto insistí que mi abuelo se levantó y fue a mi cuarto. Regresó pálido, asustado. Dijo que el oso estaba sentado en el suelo y que, al recogerlo, se lo arrebataron de las manos.
En esa colonia vivía una mujer que hacía limpias. Fuimos a verla y le platicamos lo sucedido. Fue a la casa, estuvo un rato y salió con el oso. Volvió por la noche, y tomando café con mis abuelos nos dijo:
—El niño que vio… era el dueño del oso. Estaba apegado a ese objeto. No quiere que nadie lo toque que no sea él.
Nos conto que se lo llevó a un panteón y lo dejó escondido para que nadie lo agarrara.
Desde entonces las cosas volvieron a la normalidad. Pero es una experiencia que jamás quisiera volver a vivir. Los juguetes los regalé; no me quedé con ninguno, por temor a que el niño volviera a reclamar lo que era suyo.
Por eso ya no acepto cosas usadas, menos juguetes. Me quedé con esa mala experiencia grabada para siempre.