23/03/2025
𝗡𝗼 𝗵𝗮𝘆 𝗲𝘀𝘁𝗿𝗮𝘁𝗲𝗴𝗶𝗮 𝗱𝗲 𝗦𝗲𝗴𝘂𝗿𝗶𝗱𝗮𝗱 𝗲𝗻 𝗤𝘂𝗶𝗻𝘁𝗮𝗻𝗮 𝗥𝗼𝗼 ,𝗦𝗼𝗹𝗼 𝘀𝗶𝗺𝘂𝗹𝗮𝗰𝗶ó𝗻 𝗮 𝗰𝗼𝗻𝘃𝗲𝗻𝗶𝗲𝗻𝗰𝗶𝗮. Gobierno de Quintana Roo Secretaría de Seguridad Ciudadana de Q.Roo Fiscalía General del Estado de Quintana Roo
El as*****to del Capitán José Roberto Rodríguez Bautista, Secretario de Seguridad y Protección Ciudadana de Tulum, marca un punto de inflexión en la crisis de inseguridad que vive el municipio. En un ataque perpetrado por sicarios la noche del 21 de marzo, el jefe policial fue emboscado y acribillado, poniendo de relieve la grave incapacidad del gobierno local para frenar la ola de violencia que ha tomado a Tulum como rehén.
Este as*****to resalta la urgencia de tomar medidas contundentes frente a una violencia que ha superado cualquier previsión. La ejecución de Rodríguez Bautista no solo significa la pérdida de una figura clave en el sistema de seguridad del municipio, sino que también es un testimonio más del fracaso del gobierno municipal de Diego Castañón para contener una crisis que está costando vidas diariamente. Tulum, antaño un ícono de paz y turismo, hoy es un epicentro de violencia que afecta tanto a sus ciudadanos como a quienes deberían estar a cargo de su protección.
La muerte del Secretario de Seguridad no es solo una tragedia local; es un mensaje claro de que la situación ha escalado a niveles incontrolables. El desafío no puede ser ignorado, y la ciudadanía exige respuestas inmediatas. Las promesas vacías ya no son suficientes cuando la sangre sigue corriendo y las instituciones se ven superadas por el crimen organizado.
Este suceso abre una herida profunda en el tejido social de Tulum. Con Rodríguez Bautista, son ya 17 las víctimas recientes de la violencia desbordada en el municipio. ¿Cuántas más serán necesarias antes de que la autoridad actúe de manera efectiva? La pregunta resuena con cada nuevo ataque, mientras el miedo y la incertidumbre se instalan en la vida cotidiana de sus habitantes.
Los tres niveles de gobierno —federal, estatal y municipal— se han convertido en una trinidad de la indolencia, atrapados en un juego perverso donde son a la vez juez y parte, protectores y cómplices de la delincuencia que asfixia a la población.
No hay día en que las familias quintanarroenses no enfrenten el horror: un ser querido ejecutado en las calles, otro secuestrado sin rastro, o el patrimonio de años reducido a cenizas por la extorsión implacable que los negocios locales sufren a manos de criminales que operan con impunidad insultante. ¿Emprendimientos? Arruinados. ¿Paz? Robada. ¿Esperanza? Enterrada junto a las víctimas que no dejan de sumarse. Mientras tanto, las autoridades se lavan las manos o, peor aún, extienden una para recibir su tajada.
Esto no es un lastre del pasado que los actuales mandatarios puedan usar como excusa. Es el resultado directo de su inacción, de su colusión, de su incapacidad —o falta de voluntad— para enfrentar a los delincuentes que ellos mismos alimentan. Quintana Roo no es solo un estado en crisis; es un grito de auxilio que se pierde en la indolencia de quienes prefieren titulares bonitos a soluciones reales.
Las familias rotas, los negocios cerrados y las tumbas frescas no mienten. Este paraíso se pudre, y los responsables no son fantasmas de administraciones pasadas, sino los rostros que hoy ocupan los despachos oficiales. Si algo merece descansar en paz, es la farsa de que aquí se gobierna para el pueblo.