
09/08/2025
Cada mañana, antes de que el sol asome, ya hay un corazón que late con fuerza: el de una mamá que sabe que su día estará lleno de retos… y de amor.
No hay manual para lo que hace, no hay descanso que la detenga. Sus manos son fuertes para cargar, sus ojos atentos para entender señales que otros no ven, y su sonrisa, el refugio donde su hijo se siente seguro.
Cada terapia, cada cambio de ropa, cada comida especial… no son solo cuidados, son actos de amor silencioso que transforman la vida. Hay días de cansancio profundo, pero también de pequeñas victorias que valen más que cualquier premio: una mirada, un gesto, una risa inesperada.
Ser mamá de un niño con discapacidad es vivir entre el agotamiento y la esperanza, entre la incertidumbre y la fe. Es aprender que la fortaleza no es no caer, sino levantarse una y otra vez, porque ese pequeño ser merece lo mejor de ella.
Y aunque el mundo no siempre lo entienda, ella sabe que en esos abrazos, en esas miradas cómplices y en ese amor sin medida, hay una felicidad que pocos llegan a conocer.
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