10/10/2025
Nos complicamos la vida buscando los rituales más complejos, los símbolos más ocultos y las fórmulas más antiguas, olvidando que el primer y más sagrado de todos los rituales es el silencio. No el silencio vacío, sino aquel que nos invita a escucharnos. Ese instante en que el ruido del mundo se apaga y solo queda el sonido del corazón latiendo, recordándonos que estamos vivos, que somos el misterio que tanto intentamos descifrar afuera.
Conocerse a uno mismo no es un acto simple, ni siempre agradable. Es mirar dentro del espejo interior y reconocer tanto la luz que irradia como la sombra que teme ser vista. En nosotros habita el sol que ilumina y la noche que guarda secretos. Y no se trata de elegir entre uno u otro, sino de integrarlos, de permitir que ambos dialoguen, porque solo en esa unión nace la verdadera sabiduría.
Muchos quieren conocer el universo, los dioses, los misterios, los planos superiores… pero ¿cómo entender lo infinito si no se ha comprendido lo que somos? Antes de buscar respuestas en las estrellas, hay que sentarse con uno mismo y observar el propio cielo interno. Allí también hay constelaciones, tormentas, eclipses y auroras.
Cuando nos conocemos —de verdad, sin máscaras— surge un deseo distinto de conocer a los demás. Ya no desde la carencia, sino desde la empatía; ya no desde el juicio, sino desde la comprensión. Porque quien se ha enfrentado a su sombra entiende la oscuridad del otro sin miedo. Y quien ha descubierto su propia luz, no necesita apagar la de los demás.
Así, el mayor de los rituales no requiere velas, incienso ni palabras antiguas. Solo silencio, presencia y el valor de mirar hacia adentro. Porque al final, el autoconocimiento es la llave que abre todas las puertas, incluso las del alma del mundo. ✨
Luz y Vida ✨️🌹
Frater Abrakadab