
01/09/2025
El Murmullo en las Paredes
Vivo en un apartamento antiguo en el corazón de la colonia Roma, aquí en la Ciudad de México. Tengo 32 años y desde hace unas semanas, mi vida ha tomado un giro inquietante. Todo comenzó con los ruidos. Pequeños arañazos en las paredes, crujidos en el suelo de madera que se intensificaban cuando me quedaba en silencio. Al principio, lo atribuí a la vejez del edificio, a las ratas, o a los vecinos del piso de arriba.
Pero luego, los ruidos se hicieron más extraños. Empecé a escuchar un murmullo. Débil al principio, como un susurro lejano que no podía descifrar. Sonaba como voces, pero nunca lograba entender las palabras. Se colaban en el silencio de mi apartamento, apareciendo y desapareciendo sin patrón aparente. Me convencí de que era el estrés, el cansancio, la soledad. La vida en la ciudad, después de todo, es un generador constante de ansiedad.
Un día, mientras trabajaba en mi computadora, el murmullo se hizo más claro. Parecía venir de la pared justo detrás de mi escritorio. Me acerqué, apoyé la oreja, pero al hacerlo, el sonido cesó. Volví a mi asiento, y el murmullo regresó. Era como si jugara conmigo, como si se burlara de mi cordura. Empecé a sentir una presencia, una sensación de ser observado, incluso cuando estaba solo en mi apartamento.
Comencé a buscar explicaciones lógicas con una obsesión creciente. Revisé cada rincón de mi apartamento. Golpee las paredes, buscando huecos o tuberías que pudieran ser la fuente del sonido. Revisé las rejillas de ventilación. Incluso hablé con los vecinos, pero nadie reportaba nada inusual. Mis amigos, a quienes les conté mis experiencias, me miraban con preocupación. "Necesitas descansar, Carlos," me dijo Laura, mi mejor amiga, con una voz cargada de cautela.
Pero el murmullo no me dejaba descansar. Se infiltraba en mis sueños, transformándose en voces indescifrables que me despertaban en medio de la noche, empapado en sudor. Empecé a dormir con la luz encendida, con música suave de fondo, cualquier cosa para ahogar ese sonido que me carcomía.
La línea entre lo real y lo imaginario comenzó a difuminarse. Los objetos de mi apartamento a veces parecían moverse de lugar. Un libro que dejaba en la mesa aparecía en el suelo. Las llaves desaparecían y luego aparecían en los lugares más insospechados. Intenté convencerme de que era mi propia falta de atención, mi agotamiento. Pero cada vez que algo sucedía, el murmullo se intensificaba, como si la entidad que lo producía se deleitara con mi confusión.
Una noche, mientras intentaba dormir, el murmullo se convirtió en algo más. De repente, distinguí una palabra. Solo una. "Carlos." Mi nombre. Pronunciado en un susurro gélido, directamente en mi oído, a pesar de que estaba solo en mi habitación. Me incorporé de golpe, el corazón latiéndome con fuerza, el sudor frío empapando mi frente. No había nadie.
Ahora, cada vez que escucho el murmullo, siento el pánico. ¿Me estoy volviendo loco? ¿Estoy sucumbiendo a una psicosis inducida por el estrés de mi vida? ¿O hay algo más en este apartamento, algo invisible y maligno que se esconde en las paredes, observándome, susurrando mi nombre, intentando arrastrarme a la locura? La incertidumbre es el verdadero horror. Vivo en un estado constante de duda, temiendo que la próxima vez que el murmullo se haga audible, finalmente me revele su verdadera naturaleza, o la mía.