Terror en primera persona

Terror en primera persona ¿Te gustan las historias de terror que te hacen temblar de miedo?

**El abismo de la razón**En el silencio sepulcral de mi estudio, la pluma danza sobre el pergamino, pero las palabras se...
10/02/2025

**El abismo de la razón**

En el silencio sepulcral de mi estudio, la pluma danza sobre el pergamino, pero las palabras se resisten a fluir. Un velo de melancolía yace sobre mi espíritu, y la inspiración, otrora mi fiel musa, se ha refugiado en un laberinto de sombras.

¿Dónde hallaré las palabras que describan el horror que me ha consumido en estos dos meses de silencio? ¿Cómo explicar la tortura que ha carcomido mi alma y ha dejado una cicatriz imborrable en mi mente?

Todo comenzó con un sueño, una pesadilla recurrente que me arrastraba a las profundidades de un abismo insondable. Allí, en la oscuridad, una voz susurraba mi nombre, y una mano helada me aferraba, impidiéndome regresar a la realidad.

Despertaba empapado en sudor, el corazón latiendo con fuerza, y la imagen de aquel abismo grabada a fuego en mi memoria. La cordura se desvanecía, y la línea que separaba la realidad de la pesadilla se volvía cada vez más difusa.

El miedo se apoderó de mí, un miedo paralizante que me impedía conciliar el sueño y me mantenía en un estado de alerta constante. La paranoia se instaló en mi mente, susurrando que aquella mano que me arrastraba en sueños era la misma que acechaba en la oscuridad de mi estudio.

Abandoné la escritura, incapaz de concentrarme en otra cosa que no fuera el terror que me invadía. Me encerré en mi estudio, alejándome del mundo exterior, y me sumergí en la lectura de antiguos grimorios y tratados sobre demonología, buscando una respuesta a mi tormento.

Pero la respuesta no llegó. Solo encontré más preguntas, más dudas, y la certeza de que mi mente se estaba perdiendo en un laberinto de locura.

Ahora, cuando contemplo el pergamino en blanco, siento que la pluma se resiste a escribir. Las palabras se agolpan en mi mente, pero no logro ordenarlas, no logro darles sentido. El terror me ha robado la voz, y solo me queda el silencio.

Quizás este sea mi último escrito. Quizás la oscuridad me haya vencido, y mi mente se haya perdido para siempre en el abismo de la locura.

Solo espero que mi historia sirva de advertencia, que mi sufrimiento evite que otros se adentren en los laberintos de la mente, donde acechan los monstruos que nos acechan en sueños.

La lluvia golpeaba contra los cristales de mi ventana como un millar de diminutas garras arañando por entrar. Cada gota,...
28/12/2024

La lluvia golpeaba contra los cristales de mi ventana como un millar de diminutas garras arañando por entrar. Cada gota, un lamento espectral que se sumaba a la sinfonía de la tormenta que rugía en mi alma. Afuera, la noche se extendía como un sudario, envolviendo al mundo en un manto de sombras y misterio. Adentro, la única luz provenía de la chimenea, donde las llamas danzaban como espectros inquietos, proyectando sombras grotescas en las paredes de mi lúgubre morada.

Me hallaba sumido en las profundidades de un sillón de terciopelo carmesí, tan antiguo como la casa misma, con un libro en la mano cuyas páginas ya no podía descifrar. Mi mente, presa de una agitación incesante, se negaba a concentrarse en las palabras impresas, vagando sin rumbo por los laberintos de mi memoria, atormentada por recuerdos que se resistían al olvido.

Era la imagen de Elisa la que me perseguía con mayor insistencia. Elisa, mi amada Elisa, cuya belleza etérea y sonrisa angelical habían iluminado mi existencia como un rayo de sol en la más oscura de las noches. Pero la muerte, cruel e implacable, la había arrebatado de mis brazos, dejándome sumido en un abismo de desesperación.

Ahora, su rostro fantasmal me acechaba desde los rincones más oscuros de mi mente, susurrándome palabras que no lograba comprender. Sus ojos, antes rebosantes de vida, me miraban con una tristeza infinita, como si lamentaran mi destino.

Una punzada de dolor me atravesó el pecho, tan aguda que me hizo doblarme sobre mí mismo. Era un dolor físico, sí, pero también un dolor del alma, una herida que se negaba a cicatrizar. La ausencia de Elisa se había convertido en un vacío insoportable, una presencia constante que me recordaba la felicidad perdida.

De pronto, un sonido me sobresaltó. Era un golpe suave, casi imperceptible, proveniente del otro lado de la pared. Me quedé petrificado, con el corazón latiendo con fuerza en mi pecho. El sonido se repitió, esta vez con mayor intensidad. ¿Era mi imaginación, o realmente había alguien al otro lado?

Me levanté del sillón, con los nervios a flor de piel. Cada paso que daba resonaba en el silencio sepulcral de la casa, amplificando mis temores. Me acerqué a la pared, con la mano temblorosa extendida hacia ella.

Justo cuando estaba a punto de tocarla, el sonido cesó. Un escalofrío recorrió mi espalda. La incertidumbre me carcomía. ¿Quién o qué se ocultaba tras la pared? ¿Sería Elisa, tratando de comunicarse conmigo desde el más allá?

La idea, por descabellada que pareciera, me llenó de una extraña esperanza. Con renovada determinación, apoyé la oreja contra la pared, tratando de captar cualquier indicio de sonido. El silencio era absoluto.

Entonces, lo escuché. Era un susurro, débil como el aliento de un moribundo, pero inconfundiblemente real. Una voz que me llamaba por mi nombre, con la dulce cadencia que tanto añoraba.

"Edgar...", susurró la voz. "Edgar..."

Las lágrimas brotaron de mis ojos, empañando mi visión. Era ella, sin duda alguna. Elisa había regresado.

Con manos temblorosas, busqué a tientas el picaporte de la puerta que conducía a la habitación contigua. La abrí de golpe, con el corazón latiendo a mil por hora.

La habitación estaba vacía.

El sudor frío me bañaba la frente mientras descendía por la escalera de caracol, cada peldaño de piedra gélida resonando...
06/11/2024

El sudor frío me bañaba la frente mientras descendía por la escalera de caracol, cada peldaño de piedra gélida resonando como un lamento en la profunda quietud. La antorcha que sostenía en mi mano temblaba, proyectando sombras danzantes que se burlaban de mi creciente terror. Había oído los rumores, por supuesto, susurros en las tabernas y en los mercados sobre extraños sucesos en las minas, de hombres desaparecidos y de ruidos inexplicables que ascendían desde las entrañas de la tierra. Pero nunca les presté atención, tomándolos por habladurías de mineros supersticiosos. Ahora, me maldecía por mi incredulidad.

Había bajado en busca de mi hermano, un capataz en la mina que no había regresado a casa tras su turno. La oscuridad me envolvía como un sudario, el aire denso y opresivo, cargado con un olor nauseabundo que me revolvía el estómago. A medida que me adentraba en las profundidades de la tierra, los ruidos comenzaban a tomar forma: un raspar rítmico, un goteo constante, y un sonido gutural, como un lamento profundo que parecía emanar de las mismas rocas.

De pronto, la antorcha parpadeó y se apagó, sumiéndome en una oscuridad absoluta. El pánico me atenazó, mi corazón latiendo con la fuerza de un tambor de guerra. Intenté retroceder, pero mis piernas se negaban a obedecer, paralizadas por el miedo. Fue entonces cuando lo vi. Un par de ojos, brillando con una intensidad infernal en la negrura, se abrieron ante mí. No eran ojos humanos, no, eran demasiado grandes, demasiado luminosos, llenos de una inteligencia fría y ancestral.

Un grito quedó atrapado en mi garganta, un sonido ahogado por el horror. Algo se movía en la oscuridad, una forma grotesca que se arrastraba por las paredes del túnel, sus movimientos acompañados por un crujido repugnante. Intenté correr, pero era demasiado tarde. Una mano fría y viscosa se cerró sobre mi brazo, arrastrándome hacia las profundidades de la mina, hacia la fuente de aquella mirada infernal. Supe entonces que no había escapatoria, que me había convertido en la presa de una criatura de pesadilla, un horror surgido de las entrañas de la tierra.

Y mientras me arrastraban hacia la oscuridad, una única certeza me atormentaba: la invasión no había venido del cielo, sino de las profundidades de nuestro propio planeta.

La lluvia golpeaba contra los cristales de mi ventana como un millar de dedos esqueléticos arañando por entrar. El vient...
04/11/2024

La lluvia golpeaba contra los cristales de mi ventana como un millar de dedos esqueléticos arañando por entrar. El viento aullaba una letanía fúnebre, y las sombras danzaban en la habitación como espectros macabros. Era una noche propicia para la llegada de un viajero del tiempo.

Y llegó.

Materializándose entre la niebla y la penumbra, su figura era alta y esquelética, con ojos hundidos que parecían albergar la sabiduría –y el horror– de mil vidas. Supe de inmediato que no pertenecía a este tiempo, a esta época. El aura que lo rodeaba era la de un hombre perseguido por fantasmas que yo aún no podía comprender.

"Vengo del futuro", susurró con una voz cascada, como el roce de hojas secas. "Y traigo una advertencia."

Cada palabra que pronunciaba era un golpe en mi alma, un presagio de fatalidad que helaba la sangre en mis venas. Me habló de un futuro no muy lejano, un futuro que se desmoronaba bajo el ataque de una fuerza desconocida. Una fuerza que no era ni humana ni extraterrestre, sino algo más allá de nuestra comprensión, algo que se filtraba en las grietas de la realidad, consumiendo todo a su paso.

Describió ciudades reducidas a escombros, cielos teñidos de un rojo enfermizo, y el silencio sepulcral que reinaba tras la aniquilación. Habló de la desesperación de la humanidad, de la lucha inútil contra un enemigo invisible e invencible.

"No sabemos qué es", dijo con una mueca de terror. "Solo sabemos que destruye todo lo que toca. Que consume la vida, la esperanza… la misma alma."

Sus palabras resonaban en mi mente como un eco infinito, una premonición de un destino inevitable. El fin del mundo no llegaría con un estruendo, sino con un susurro, con la lenta y agonizante extinción de todo lo que conocemos.

"He venido a advertirles", continuó, con la mirada perdida en un punto indefinido de la habitación. "A prepararlos para lo que se avecina. Aunque… tal vez ya sea demasiado tarde."

Un escalofrío recorrió mi espina dorsal. La desesperanza en sus ojos era un abismo que amenazaba con tragarme. ¿Era este el fin? ¿Estábamos condenados a desaparecer sin dejar rastro, consumidos por una fuerza incognoscible?

El viajero del tiempo se desvaneció tan repentinamente como había llegado, dejando tras de sí un vacío aún mayor que el que había llenado con su presencia. La lluvia seguía cayendo, pero ahora cada gota parecía un lamento, un réquiem por un mundo al borde del abismo.

Y yo, atrapado en la telaraña del miedo y la incertidumbre, me preguntaba si habría algo, cualquier cosa, que pudiéramos hacer para evitar la inminente oscuridad.










El zumbido incesante de las luces fluorescentes me taladraba el cráneo, un martilleo constante que acompañaba el eco de ...
15/10/2024

El zumbido incesante de las luces fluorescentes me taladraba el cráneo, un martilleo constante que acompañaba el eco de mis propios pasos sobre la alfombra industrial. No tenía ni idea de cuánto tiempo llevaba vagando por este laberinto infinito de pasillos amarillentos, este purgatorio de lo mundano que llaman los Backrooms. Cada corredor, cada puerta, cada esquina era idéntica a la anterior, una repetición nauseabunda que me empujaba al borde de la locura.

Lo recuerdo como si fuera ayer... un paso en falso, un mareo repentino, y el mundo que conocía se desvaneció. En su lugar, me encontré en este... vacío. Un vacío lleno de la nada más absoluta, donde el silencio solo se rompe por el zumbido omnipresente y el crujir ocasional de la moqueta bajo mis pies.

El hambre me carcomía las entrañas, la sed me raspaba la garganta. El aire, denso y rancio, parecía absorber la poca humedad que me quedaba. Pero lo peor era la soledad. Una soledad abrumadora que me aplastaba, que me hacía dudar de mi propia existencia.

En mi deambular sin rumbo, encontré rastros de otros como yo. Grafitis desesperados en las paredes, mensajes garabateados con lo que parecía ser sangre seca. "No hay salida", decía uno. "Él te está observando", advertía otro. Un escalofrío me recorrió la espalda. ¿Quién era "él"? ¿Qué me observaba desde las sombras?

De pronto, a lo lejos, vislumbré una silueta. No podía distinguirla con claridad, pero parecía humana. Corrí hacia ella, con la esperanza renacida en mi pecho. Al acercarme, la figura se volvió. Era un hombre, o al menos eso parecía. Su rostro estaba demacrado, sus ojos hundidos en unas cuencas oscuras. Vestía un mono de trabajo raído y manchado de... ¿era eso moho?

Intenté hablarle, pero las palabras se me atascaron en la garganta. El hombre me miró fijamente, con una expresión indescifrable. Luego, sin mediar palabra, señaló hacia una puerta que no había visto antes. Una puerta de madera oscura, incongruente en aquel mar de monotonía.

Dudé. ¿Debía confiar en él? ¿Era esa puerta una salida, o una trampa? La mirada del hombre me taladraba, expectante. Sentí una punzada de miedo, pero también una extraña curiosidad. Tenía que tomar una decisión.

Y ahora ¿Qué debo hacer?

**A) Cruzar la puerta.** Adentrarme en lo desconocido, confiando en la promesa de escape que ofrece esa figura enigmática.

**B) Ignorar al hombre.** Seguir mi propio camino, buscando una salida por mi cuenta, aunque eso signifique enfrentarme a la soledad y la incertidumbre.

Elige sabiamente, pues tu decisión determinará mi destino... y quizás el tuyo propio.

El viento aullaba como un alma en pena mientras el funicular ascendía pesadamente por la ladera de la montaña.  Aferré l...
15/10/2024

El viento aullaba como un alma en pena mientras el funicular ascendía pesadamente por la ladera de la montaña. Aferré la mano de Elsa, mi prometida, con fuerza, buscando consuelo en su contacto. Su sonrisa, normalmente radiante, se veía tensa bajo la luz mortecina del vagón. Yo también sentía un escalofrío que no provenía del frío exterior, sino de una premonición oscura que se anidaba en mi pecho.

Habíamos decidido pasar nuestra luna de miel en un remoto albergue en los Alpes suizos, un lugar recomendado por un amigo como un paraíso de tranquilidad. Sin embargo, la tranquilidad que prometía el folleto se había transformado en una inquietante soledad. El albergue, una construcción de madera oscura que parecía desafiar la gravedad en el borde del precipicio, estaba desierto. No había personal, ni otros huéspedes, solo un silencio opresivo que se quebraba con el crujir del viento y el lejano graznido de algún cuervo.

Elsa, con su optimismo inquebrantable, intentó disipar la atmósfera lúgubre. Encendió un fuego en la chimenea del salón principal, y pronto las llamas danzaban proyectando sombras movedizas en las paredes. Mientras ella preparaba un té, yo exploré el albergue. Las habitaciones estaban cubiertas de polvo, con las camas deshechas y un aire de abandono que helaba la sangre. Encontré un libro en una de las mesitas de noche, su título escrito en una lengua que no reconocí. Al abrirlo, un olor a humedad y a moho me invadió las fosas nasales. Las páginas estaban llenas de extraños símbolos y diagramas que parecían sacados de una pesadilla.

De pronto, un grito agudo me sobresaltó. Corrí hacia el salón, el libro aún en mis manos. Elsa estaba pálida, con los ojos desorbitados. Señalaba hacia la ventana, donde una figura oscura se recortaba contra la nieve que caía con fuerza. La figura se movió, y pude distinguir la silueta de un hombre alto y delgado, envuelto en una capa que ondeaba al viento. Su rostro estaba oculto en las sombras, pero sus ojos brillaban con una intensidad sobrenatural.

Antes de que pudiera reaccionar, la figura desapareció. Elsa se abalanzó sobre mí, temblando. Intentaba calmarla, pero mi propia voz temblaba. ¿Quién era ese hombre? ¿Qué hacía allí, en medio de la nada, en una noche como esa?

Decidimos atrancar las puertas y ventanas. El miedo se había apoderado de nosotros, alimentando nuestra imaginación. Cada crujido de la madera, cada ráfaga de viento, nos hacía saltar del susto. El libro que había encontrado parecía latir en mis manos, como si tuviera vida propia. Lo abrí de nuevo, con la esperanza de encontrar alguna explicación, alguna pista. Pero los símbolos y diagramas solo me provocaban una creciente sensación de desasosiego.

La noche se hizo eterna. Nos acurrucamos juntos frente al fuego, sin atrevernos a dormir. Afuera, la tormenta arreciaba. Y entonces, lo oímos. Unos pasos lentos y pesados que se acercaban al albergue. Se detuvieron frente a la puerta. Un golpe seco resonó en el silencio. Elsa se aferró a mí con todas sus fuerzas. Yo contuve la respiración, el corazón latiéndome en el pecho como un tambor. Otro golpe, más fuerte esta vez. Y luego, un silencio sepulcral.

Los pasos se alejaron. Esperamos un largo rato, sin atrevernos a movernos. Finalmente, el cansancio pudo más que el miedo, y caímos en un sueño inquieto.

Al amanecer, la tormenta había amainado. Salimos con cautela del albergue. La nieve había cubierto todas las huellas. No había rastro del hombre misterioso. Pero en la puerta, clavada con un cuchillo oxidado, encontramos una nota escrita en la misma lengua extraña del libro. Solo pude descifrar una palabra: "regresaré".

El terror se apoderó de mí con más fuerza que nunca. Sabía que no estábamos solos. Sabía que algo maligno nos acechaba en aquel lugar remoto. Y sabía que no podríamos escapar de su alcance.

El eco de mis pasos resonaba en el pasillo interminable. Las luces fluorescentes parpadeaban, proyectando sombras danzan...
21/08/2024

El eco de mis pasos resonaba en el pasillo interminable. Las luces fluorescentes parpadeaban, proyectando sombras danzantes sobre las paredes descoloridas. No había nadie más, solo yo y el silencio opresivo.
Había entrado en el edificio abandonado por curiosidad, atraído por su aura de misterio. Ahora, me arrepentía profundamente. Cada rincón parecía observarme, cada sombra ocultaba una amenaza invisible.
Llegué a una puerta entreabierta. La empujé lentamente, el chirrido de las bisagras rompiendo el silencio sepulcral. La habitación estaba vacía, excepto por una silla solitaria en el centro. Me acerqué, sintiendo un escalofrío recorrer mi espalda.
Al sentarme, la silla se hundió bajo mi peso. De repente, la habitación comenzó a cambiar. Las paredes se acercaron, el techo descendió. El espacio se encogía a mi alrededor, amenazando con aplastarme.
Luché por levantarme, pero la silla me sujetaba con fuerza. El pánico se apoderó de mí mientras el espacio se reducía a una caja claustrofóbica. Grité, pero mi voz se perdió en el vacío.
Justo cuando pensaba que no podía soportarlo más, la habitación volvió a su tamaño normal. Me levanté de un salto, el corazón latiendo a mil por hora. Corrí hacia la puerta, desesperado por escapar.
Pero el pasillo había desaparecido. En su lugar, había una pared blanca e interminable. Golpeé la superficie lisa, gritando pidiendo ayuda, pero solo el eco de mi propia voz me respondía.
Estaba atrapado en un espacio liminal, un lugar entre la realidad y la pesadilla. El tiempo se distorsionaba, las reglas de la lógica se desvanecían. No sabía cuánto tiempo había pasado cuando finalmente encontré una salida.
Salí corriendo del edificio, jadeando en busca de aire. Miré hacia atrás, pero el edificio había desaparecido, como si nunca hubiera existido.
Desde entonces, evito los espacios liminales. El recuerdo de esa experiencia sigue atormentándome, un recordatorio constante de los horrores que acechan en los rincones olvidados de la realidad.










¡Amigos del terror, la noche nos llama! 💀👻¿Han sentido alguna vez un escalofrío inexplicable? ¿Visto sombras que bailan ...
04/08/2024

¡Amigos del terror, la noche nos llama! 💀👻

¿Han sentido alguna vez un escalofrío inexplicable? ¿Visto sombras que bailan en la oscuridad? ¿Escuchado susurros que hielan la sangre? 😱

¡Es hora de desatar sus historias más escalofriantes! 😈

En esta página, somos amantes de lo paranormal, lo inexplicable y lo que nos eriza la piel. Queremos escuchar sus experiencias más aterradoras, esos encuentros que los dejaron sin aliento y los hicieron dudar de la realidad. 🌙

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El set de "The Twilight Zone" se había convertido en mi peor pesadilla. Un escalofrío recorría mi espalda cada vez que r...
03/08/2024

El set de "The Twilight Zone" se había convertido en mi peor pesadilla. Un escalofrío recorría mi espalda cada vez que recordaba aquella noche fatídica. Yo era solo un asistente de producción, un engranaje más en la maquinaria de Hollywood, pero esa noche, me convertí en testigo de una tragedia que me marcaría de por vida.

El ambiente era tenso. El director, John Landis, exigía realismo a toda costa. La escena que estábamos filmando involucraba un helicóptero volando a baja altura, explosiones y dos niños actores. Recuerdo haber sentido un n**o en el estómago, una premonición de que algo terrible estaba por suceder.

El helicóptero despegó, su rugido ensordecedor llenó el aire. Las explosiones comenzaron, iluminando la noche con destellos cegadores. De repente, un grito desgarrador rompió la tensión. El helicóptero se había desplomado, envuelto en llamas. El caos se desató. Corrí hacia el lugar del accidente, mis piernas temblaban, el corazón me latía a mil por hora.

La escena que encontré era dantesca. El helicóptero yacía destrozado, envuelto en una nube de humo negro. Los cuerpos de los niños actores yacían inertes en el suelo, sus rostros congelados en una mueca de terror. El olor a carne quemada y combustible impregnaba el aire, una mezcla nauseabunda que nunca olvidaré.

Me quedé paralizado, incapaz de moverme o hablar. La magnitud de la tragedia me abrumaba. ¿Cómo pudo suceder algo así? ¿Cómo pudimos permitir que esos niños estuvieran en peligro? Las preguntas se agolpaban en mi mente, pero no había respuestas.

Las sirenas de las ambulancias y los coches de policía rompieron el silencio. Los paramédicos se apresuraron a atender a los heridos, pero para algunos ya era demasiado tarde. La muerte había dejado su huella imborrable en aquel set ma***to.

Esa noche, "The Twilight Zone" dejó de ser una película y se convirtió en una pesadilla real. Una pesadilla que me persigue hasta el día de hoy, recordándome la fragilidad de la vida y el precio que a veces pagamos por perseguir nuestros sueños.










Capítulo 3: La Habitación SelladaDesperté de nuevo, esta vez con el corazón latiendo con fuerza y la respiración agitada...
03/08/2024

Capítulo 3: La Habitación Sellada

Desperté de nuevo, esta vez con el corazón latiendo con fuerza y la respiración agitada. La figura en el espejo había desaparecido, pero el miedo persistía como un residuo pegajoso en mi piel. Me levanté de la cama y caminé hacia la ventana, apartando las cortinas para dejar entrar la luz del amanecer. La ciudad se extendía ante mí, un laberinto de hormigón y acero que de repente me parecía tan amenazador como el bosque de mi pesadilla.

Las palabras de la mujer resonaban en mi cabeza: "Nunca escaparás de mí." ¿Era solo un sueño, o había algo más, algo siniestro que me seguía desde aquella casa abandonada?

Decidí volver a la mansión, buscando respuestas, buscando una manera de poner fin a esta pesadilla que se filtraba en mi realidad. Empaqué algunas cosas esenciales y me puse en camino, conduciendo a través de las carreteras secundarias que serpenteaban hacia el corazón de la oscuridad.

La casa me recibió con su silencio opresivo, sus ventanas vacías como cuencas de ojos que me observaban con malicia. Entré con cautela, cada crujido del suelo bajo mis pies enviando escalofríos por mi espalda.

Subí las escaleras, recordando la figura de la mujer sentada en la cama. La puerta de la habitación de invitados estaba cerrada, como si nunca la hubiera abierto. Extendí la mano hacia el pomo, dudando por un momento antes de girarlo.

La habitación estaba vacía, bañada por la luz del sol que se filtraba a través de las cortinas. No había rastro de la mujer, ni del olor a humedad y polvo que había impregnado el aire la noche anterior.

Me acerqué a la cama y pasé la mano por las sábanas. Estaban frías y lisas, como si nadie hubiera dormido en ellas durante años. Una sensación de inquietud se apoderó de mí. Si todo había sido un sueño, ¿por qué esta habitación se sentía tan... incorrecta?

Comencé a registrar la habitación, buscando alguna pista, algo que me ayudara a entender lo que estaba sucediendo. Abrí los cajones de la cómoda, pero estaban vacíos. Miré debajo de la cama, pero no encontré nada.

Fue entonces cuando noté una pequeña puerta en la pared, oculta detrás de un tapiz descolorido. La abrí y descubrí una escalera estrecha que conducía a un ático.

Subí los escalones, mi corazón latiendo con fuerza. El ático estaba oscuro y lleno de polvo. Tropecé con cajas viejas y muebles cubiertos con sábanas.

Mientras exploraba el espacio, mis dedos rozaron algo frío y metálico. Encendí la linterna de mi teléfono y apunté hacia el objeto. Era un candado, grande y oxidado, que aseguraba una puerta de madera vieja.

Intenté abrirla, pero estaba firmemente cerrada. Me arrodillé y examiné el candado, buscando una manera de romperlo. De repente, escuché un sonido detrás de mí.

Me di la vuelta y vi a la mujer de blanco, de pie en la entrada del ático. Su rostro estaba pálido y demacrado, su sonrisa macabra más pronunciada que nunca.









Capítulo 2: El Rostro en el EspejoTropecé y caí al suelo, el impacto me dejó sin aliento. Me arrastré por el pasillo, mi...
29/07/2024

Capítulo 2: El Rostro en el Espejo

Tropecé y caí al suelo, el impacto me dejó sin aliento. Me arrastré por el pasillo, mis uñas arañando la madera mientras buscaba desesperadamente una salida. Las risas de la mujer parecían seguirme, rebotando en las paredes y llenando la casa con su melodía macabra.

Finalmente, llegué a la escalera y me lancé hacia abajo, mis piernas apenas capaces de sostenerme. Corrí a través de la sala de estar, buscando la puerta principal, pero la oscuridad me desorientaba. Tropecé con los muebles, mis manos golpeando contra las superficies duras.

Al fin, mis dedos encontraron el picaporte frío y lo giré con todas mis fuerzas. La puerta se abrió de par en par, y me lancé hacia la noche, el aire fresco golpeando mi rostro como un bálsamo.

Corrí sin mirar atrás, mis pulmones ardiendo, mis piernas temblando. No me detuve hasta que llegué al borde del bosque, donde me desplomé en el suelo, jadeando y sollozando.

Me quedé allí por lo que pareció una eternidad, tratando de calmar mi respiración y controlar mi miedo. La luna llena brillaba en el cielo, bañando el bosque con su luz plateada. Me levanté lentamente y me adentré en la espesura, buscando refugio entre los árboles.

Encontré un claro y me senté en el suelo, apoyando mi espalda contra un tronco. Cerré los ojos y traté de olvidar lo que había visto, pero la imagen de la mujer demacrada con su sonrisa macabra seguía grabada en mi mente.

Abrí los ojos y miré a mi alrededor. El bosque estaba en silencio, salvo por el crujir ocasional de una rama o el ulular de un búho. Me sentía solo y vulnerable, como si estuviera siendo observado por ojos invisibles.

De repente, un sonido me sobresaltó. Era un crujido, como si alguien estuviera caminando entre los árboles. Me puse de pie de un salto, mi corazón latiendo con fuerza.

"¿Quién anda ahí?", grité.

No hubo respuesta.

El sonido se acercó, y pude distinguir la silueta de una figura emergiendo de la oscuridad. Era una mujer, vestida de blanco.

Mi sangre se heló. Era ella, la mujer de la casa.

Retrocedí lentamente, mis ojos fijos en la figura que se acercaba. La mujer levantó la cabeza, y su rostro pálido y demacrado quedó iluminado por la luz de la luna.

Solté un grito y me di la vuelta para correr, pero mis piernas se negaron a obedecerme. Me quedé paralizado, incapaz de moverme.

La mujer se acercó, su sonrisa macabra ensanchándose. Levantó una mano y la colocó sobre mi hombro.

Sentí un frío intenso que me atravesó el cuerpo. La mujer se inclinó hacia mí y susurró en mi oído:

"Nunca escaparás de mí."

Me desperté gritando, mi cuerpo bañado en sudor frío. Estaba en mi cama, en mi apartamento de la ciudad. Había sido solo un sueño, una pesadilla.

Pero mientras me miraba en el espejo, vi algo que me hizo dudar. En el reflejo, detrás de mí, había una figura pálida y demacrada con una sonrisa macabra.










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