
14/08/2025
Cuando nací, descubrí que no estaba en mi cuerpo original.
Yo era un perrito precioso… rescatado.
Y mis papás…
me lloraban.
No entendían por qué les temblaban las manos al tocarme.
Por qué el primer día que me cargaron,
el alma se les quebró en silencio.
Pero yo sí sabía.
Yo ya los había amado antes.
Con otra piel. Con cola. Con cuatro patas.
Con un hocico torpe y feliz,
y un corazón que latía por ellos como un tambor de fiesta.
Yo fui ese perrito que llegó a su vida cuando todo era caos.
El que lamía lágrimas,
el que dormía con un ojo abierto para protegerlos.
El que envejeció en sus brazos
y partió sintiendo el susurro de un “gracias” entre sollozos.
Ese era yo.
Ese soy yo.
Y ahora volví.
Esta vez con manos.
Con voz.
Con cuerpo de niño.
Pero el mismo espíritu,
el mismo amor limpio, sin condiciones.
Volví para mirarlos con los mismos ojos…
solo que más humanos.
Para recordarles que el amor verdadero no se va.
Se transforma.
Renace.
Se cuela entre los mundos
y vuelve a encontrarse con quienes lo merecen.
Ellos, mis papás,
me buscaron en sueños.
Me llamaron con el alma.
Y el universo, que no es sordo al amor,
me abrió la puerta una vez más.
Por eso, cuando me abrazaron por primera vez,
aunque no sabían por qué lloraban,
yo sí lo sabía…
Me estaban reencontrando.
Y desde entonces,
nunca más estaré lejos.
Porque esta vez,
vine a protegerlos con otra forma…
pero con el mismo amor eterno de aquel peludito
que un día les lamió el alma
y jamás los dejó.