06/07/2025
🌈 6 de julio
Marsha P. Johnson no fue solo historia: fue fuego, fue furia, fue amor radical.
La mataron por ser libre, y aún así, su llama sigue ardiendo en cada grito de orgullo que no se maquilla para agradar.
🔥 El orgullo no es una fiesta. Es una deuda.
📌 Conócela. Recuérdala. Llévala contigo.
👇
6 de julio | No fue una mártir: fue una llama. Y aún arde.
En julio de 1992, el cuerpo de Marsha P. Johnson apareció flotando en el Hudson. La policía lo llamó “suicidio”. Su comunidad lo llamó lo que fue: un crimen. Otro más. Otro menos. Otro intento de borrar a quien había sido demasiado incómoda, demasiado visible, demasiado libre.
Marsha nació negra, pobre y q***r en la Norteamérica de los años 40. Nació en la intersección de todos los márgenes. Y desde ahí, se alzó. No para integrarse, sino para romper los moldes. Se vistió de flores, de lentejuelas, de furia, y desafió a la policía en Stonewall, a los puristas del movimiento gay, a los médicos que la llamaban enfermedad y a los hombres que la querían solo en silencio o en la cama.
Fue activista, drag queen, trans sin nombre oficial, madre de las que no tienen casa, ni papeles, ni paz. Fundó STAR junto a Sylvia Rivera, cuidó a los moribundos durante la epidemia del sida cuando nadie más lo hacía, y convirtió el dolor en resistencia cotidiana.
No tuvo trono. Ni púlpito. Ni subvención.
Tuvo arrestos, palizas, hospitalizaciones.
Y aún así, siguió.
A su manera. A la manera Marsha.
Decía que la “P” de su nombre significaba “Pay it no mind”. No le prestes atención.
Era su forma de escupirle al juicio ajeno. A los que la ridiculizaban, la clasificaban, la medicaban. A los que solo sabían mirarla desde el prejuicio.
Pero hay que prestarle atención.
Porque la historia que nos cuentan de Stonewall —blanca, masculina, comercial— no existiría sin cuerpos como el suyo.
Porque la memoria sin ella es otra mentira.
Y porque su risa, sus rezos, sus tacones rotos y sus puños en alto son el símbolo de todo lo que el sistema quiso enterrar, sin saber que algunas muertes germinan.
Marsha no fue un ángel. Fue una revolucionaria.
Y no murió sola. Murió acompañada del desprecio institucional que sigue matando a tantas como ella, todavía hoy.
El orgullo no es una fiesta. Es una deuda.
Y a Marsha P. Johnson le debemos mucho más que una estatua o un parque.
Le debemos el coraje de mirar al mundo y decir:
“I want my gay rights now.”
Ahora. No cuando convenga. No cuando se maquille. No cuando ya no moleste.
Ahora. Porque la historia se gana con vidas que no caben en los márgenes.