22/08/2025
Tlazolteotl: La Que Ensucia, La Que Limpia, La Que Perdona 🖤🕊️🌾
En el corazón profundo del alma humana, donde habita el deseo, la culpa, el secreto y la vergüenza, reinaba una diosa que no castigaba, sino que limpiaba con oscuridad para revelar la luz. Su nombre era Tlazolteotl, “la devoradora de inmundicias”, señora del pecado, pero también del perdón. La diosa que conocía la lujuria… y sabía cómo purificarla.
Tlazolteotl no era una figura simple. Era contradicción viva, y por eso misma, sagrada. Era representada como una mujer poderosa, con tocado de algodón, a veces montada en una escoba, símbolo de limpieza espiritual. Su boca, entreabierta, aparecía a veces devorando el pecado, y otras, pariendo al mundo de nuevo. Su piel podía ser negra como la noche o clara como el amanecer: porque ella contenía los extremos de la experiencia humana.
Era la patrona del deseo carnal, del erotismo, del acto íntimo y de su consecuencia emocional. En una sociedad regida por el equilibrio cósmico y la moral ritual, ella gobernaba sobre el desvío… y sobre el retorno al orden.
Los mexicas creían que los pecados, sobre todo los sexuales, debilitaban el tonalli (energía vital) y desordenaban el universo interior del individuo. Pero no eran eternos ni imperdonables. A diferencia de religiones que castigan el deseo, en el mundo nahua existía la figura del perdón ritual, y ese perdón tenía nombre: Tlazolteotl.
Cada cierto tiempo, hombres y mujeres acudían ante los sacerdotes tlazoltlamacazqueh —servidores de Tlazolteotl— para confesar sus faltas. Hablaban con verdad. No por temor, sino por necesidad de liberación. El sacerdote escuchaba, interpretaba, ofrecía copal, flores, baños sagrados, oraciones, e incluso sacrificios simbólicos. Después, pronunciaba el perdón en nombre de la diosa. El pecado, así, era devorado, y el alma, limpia como si volviera a nacer.
Tlazolteotl también era protectora de las parturientas. En su forma maternal, Ixcuina, era parte de un grupo de diosas hermanas que acompañaban el parto, la sexualidad femenina, el ciclo menstrual y la fertilidad. En los hogares se le pedía ayuda durante el embarazo, y en los templos, se le honraba con cantos y danzas que exaltaban la fuerza femenina.
Pero su poder también tenía un lado sombrío. Si alguien moría sin confesar sus faltas, se decía que Tlazolteotl los devoraría en el Mictlán, repitiendo sus pecados una y otra vez, como un eco interminable. Porque el perdón era posible… pero había que buscarlo con humildad, con verdad, y con entrega ritual.
Tlazolteotl no era la diosa de la vergüenza, sino del reconocimiento humano. Su presencia recordaba que todos erramos, todos deseamos, todos nos desviamos. Pero también que existe un camino de regreso, una limpieza sagrada, una purificación más profunda que el castigo: la de aceptar y transformar.
Hoy, su nombre resuena entre parteras, sanadoras, mujeres que curan heridas invisibles. Porque Tlazolteotl sigue siendo la madre del perdón profundo, la que ensucia para enseñar a limpiar, la que acepta sin juzgar y transforma sin destruir.