21/09/2025
En un tiempo antiguo, donde los reinos eran gobernados tanto por hombres como por dioses, existió un hechicero de un poder tan vasto que podía desatar tormentas o calmar ejércitos con un gesto. Pero aquel hombre, al borde de la gloria, descubrió en su interior una oscuridad que lo devoraba. En un acto de sacrificio, quebró su magia en siete fragmentos y los dispersó en lugares prohibidos para evitar que nadie —ni siquiera él mismo— pudiera usar ese poder para destruir el mundo.
Desde entonces fue conocido como El Mago Errante: un hombre de ojos azules intensos, piel blanca como el mármol, musculoso y de porte solemne, vestido con un kimono blanco sencillo, condenado a vagar hasta reunir lo que perdió.
Uno de los fragmentos lo condujo a la Ciudad de los Espejos Rotos, un lugar ma***to donde cada cristal mostraba verdades que desgarraban la mente. Allí, las ilusiones cobraban vida: enemigos olvidados, amores perdidos y la sombra de sí mismo. Entre aquellos reflejos surgió el guardián del fragmento, un monstruo colosal hecho de fuego y sombra, que intentaba devorar su alma.
Con el kimono agitado por un viento irreal, el Mago levantó las manos, invocando un hechizo luminoso contra la bestia. La batalla resonó como un choque de mundos: luz contra oscuridad, verdad contra engaño. Y mientras los espejos caían en pedazos, su reflejo más temido lo observaba, recordándole que la lucha más grande no era contra el monstruo… sino contra sí mismo.