la naturaleza en cada día de tu vida

la naturaleza en cada día de tu vida RELATOS 😈 PROHIBIDOS DE LA SOCIEDAD EN TODO EL🌎ESA ATRACCIÓN POR LO PROHIBIDO QUE ATRAE ADRENALINA QUE ESTREMECE CADA UNO DE LOS SENTIDOS😈😏❤️‍🩹💔🔥😱🫂🙃
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Moñis caprichos 🔥🥵🔥Nunca imaginé que un día mis caprichos y mis ganas de sentirme deseada me llevarían a algo tan arries...
01/10/2025

Moñis caprichos 🔥🥵🔥
Nunca imaginé que un día mis caprichos y mis ganas de sentirme deseada me llevarían a algo tan arriesgado. Yo tenía apenas veintidós años y todavía vivía en casa de mis papás. Mi papá siempre recibía a sus amigos en la sala, hombres mayores, algunos casados, otros divorciados, pero todos con una seguridad que a mí me resultaba fascinante.

Al principio solo me gustaba provocar con mi forma de vestir cuando ellos venían de visita: un vestido corto, un perfume intenso, una sonrisa que dejaba claro que sabía el efecto que causaba. Era un juego, o eso pensaba. Pero pronto descubrí que ellos también entendían mis miradas.

El primero fue Roberto, un viejo socio de mi papá. Una tarde, mientras mi papá salió a atender una llamada, él se acercó y me dijo al oído: “Sabes perfectamente lo que haces, y si quieres, yo puedo darte más de lo que imaginas”. Esa misma noche me mandó un mensaje y nos vimos en un hotel discreto. Me trató como a una reina: me llenó de halagos, me colmó de caricias intensas y al despedirnos me dejó una caja con un reloj carísimo.

Después vino Esteban, que siempre me observaba en silencio cuando jugaban cartas. Con él fue distinto: me llevó a un restaurante elegante, me hizo sentir como si fuera la mujer más importante de su vida, y cuando terminó la noche me deslizó un sobre con dinero. “Para que no tengas que pedirle nada a nadie”, me dijo con una sonrisa.

Así, poco a poco, cada encuentro me envolvía más. No era solo lo que me daban, era el poder de sentirme dueña de sus deseos, la adrenalina de saber que eran los amigos de mi propio papá… y la dulzura de tener en mis manos lujos que antes solo veía de lejos.

Lo que no imaginaba era que este juego, tarde o temprano, iba a ponerme frente a un límite peligroso: el de no saber si yo controlaba la situación o si eran ellos quienes realmente me tenían atrapada.

Con cada encuentro, mi vida se volvía más brillante hacia afuera y más oscura por dentro. Mis amigas me preguntaban cómo podía tener ropa de marca, perfumes caros y un nuevo celular cada par de meses. Yo sonreía y respondía evasivamente, pero en realidad sabía bien de dónde venía todo eso.

Hasta que apareció Julián. Era el más serio de los amigos de mi papá, de esos que rara vez hablaban de más. Siempre me había parecido distante, pero un día me buscó directamente. Me dijo que quería verme a solas, que no era como los demás.

Cuando nos encontramos, su trato fue distinto: no me ofreció regalos, ni me habló de dinero. Me dijo algo que me desarmó: “Lo que quiero de ti no lo puedo comprar”. Esa frase me dio miedo y emoción al mismo tiempo.

Con él la pasión fue más intensa, pero también más peligrosa. Después del primer encuentro, no me dio joyas ni sobres discretos… solo me tomó de la mano y me advirtió: “Ahora eres mía, y no quiero compartirte con nadie más”.

Me quedé helada. Hasta ese momento yo jugaba a tener el control, a decidir con quién salir, a quién aceptar, a quién rechazar. Pero Julián no me pedía, me imponía. Su mirada me dejaba claro que no estaba acostumbrado a que le dijeran que no.

Y lo peor fue cuando, una tarde en casa, lo sorprendí hablando con mi papá como si nada. Ellos reían, brindaban y hablaban de negocios… mientras yo lo miraba con el corazón latiendo a mil, sabiendo que solo unas horas antes había estado conmigo en la intimidad.

Ese día comprendí que mi juego estaba a punto de escaparse de mis manos.

Desde que Julián me dijo que era “suya”, todo cambió. Ya no era como los demás, que me buscaban de vez en cuando y luego seguían con sus vidas. Él empezó a aparecer en todos lados. Me escribía de madrugada, me esperaba afuera de la universidad, y a veces hasta me dejaba regalos pequeños, no de lujo, sino detalles personales que me hacían sentir vigilada.

Al principio me ilusionaba, porque me hacía sentir especial, diferente. Pero pronto descubrí que detrás de ese interés había una obsesión. Me prohibió volver a ver a los otros amigos de mi papá. Y lo más inquietante fue cuando me susurró: “Si tu padre llega a saber algo, será de mí, no de los otros… y no me importa”.

Esa frase me persiguió varios días. Imaginaba el rostro de mi papá si algún día descubriese la verdad, y el solo pensarlo me estremecía. Julián jugaba con ese miedo, me llevaba al límite. Una tarde, mientras mi papá lo había invitado a la casa para un asado, me siguió discretamente al pasillo y me acorraló contra la pared. Su cercanía, su voz baja, sus manos rozando mi piel… todo mientras mi padre estaba a pocos metros riendo con los demás.

Sentí que el suelo se me movía: la adrenalina, el peligro, la culpa. Y lo peor fue que no pude resistirme. Me dejé llevar, con el corazón golpeando tan fuerte que pensé que todos podrían escucharlo.

Esa noche, en mi habitación, me quedé mirando el techo con una certeza peligrosa: ya no era yo quien manejaba el juego. Era Julián quien me estaba arrastrando a un mundo del que no sabía si podría salir.

Hola, pues les cuento mi chismecito jsjsjs. Trabajo en un Oxxo, tengo 21 años y la neta no soy fea (me lo digo yo solita...
29/09/2025

Hola, pues les cuento mi chismecito jsjsjs. Trabajo en un Oxxo, tengo 21 años y la neta no soy fea (me lo digo yo solita porque nadie más me lo dice jajajaja). Desde hace rato me gusta mi supervisor, ya saben, el señor de 45 años que todavía se pone perfume como si fuera a conquistar al mundo 🤭.

La última vez que nos vimos me invitó a salir y pues… una cosa llevó a la otra y terminamos cediendo al deseo jsjsjs 🤭🔥. Con el paso de los meses yo me fui enamorando, como buena morra que se encariña hasta con un perro callejero si le da dos vueltas jajaja.

Un día quise sorprenderlo con un regalito afuera de la oficina, me dijo que salía a las 7… y que veo que salió medio raro, como si me evitara. Nomás agarró el regalo y me dijo: “mañana paso a verte”. Yo quedé como 🤡 jajajaja.

El chiste es que seguimos viéndonos, pero yo ya me estaba medio alejando. Y fue cuando un compañero del Oxxo (no diré nombres porque luego anda de tóxico leyendo confesiones jsjs) empezó a tratarme bien bonito, que flores, que detallitos, que “te ves guapa hasta con el uniforme y oliendo a café del día”. Pues dije: “bueno, uno también merece un amor sin dolor de cabeza” y le di la oportunidad.

Ahora resulta que mi supervisor anda más atento… yo creo que porque ya me vio muy cerca con mi compañero. Y ahora los dos me dicen que quieren algo más serio conmigo.

Ahí va el dilema:

El compañero es joven, divertido, siempre me hace reír… pero siempre andamos más secos que los panes de la vitrina jajajaja.

El supervisor es serio, pero me trata como reina: me abre la puerta del carro, me lleva a lugares caros… o sea, casi casi me hace sentir de novela turca.

Entonces, ¿ustedes con quién se quedan? 🤔 Yo ya no sé si irme por el amor humilde con flores del mercado o por el amor fifí con cena de 500 pesos jajajaja.

Foto para no morir ignorada

El hombre ajeno 🔥🥵🔥Me llamo Daniela y todavía me cuesta creer en lo que me he metido. Desde que era adolescente siempre ...
23/09/2025

El hombre ajeno 🔥🥵🔥
Me llamo Daniela y todavía me cuesta creer en lo que me he metido. Desde que era adolescente siempre me había parecido atractivo el esposo de mi tía. Nunca dije nada, nunca me atreví a cruzar ninguna línea, solo me limitaba a mirar de lejos y a guardar en silencio lo que sentía.

Pero hace unos días todo cambió. Por cosas del destino nos quedamos a solas y, sin pensarlo demasiado, me acerqué más de lo que debía. Él no me rechazó… al contrario, me correspondió. Desde entonces hemos estado viéndonos en secreto. Al principio yo lo tomé como un juego, una aventura para vivir algo diferente y sentirme deseada.

El problema es que ya no lo veo así. Con el tiempo empecé a sentir más por él, a imaginar cómo sería si estuviera conmigo de verdad. Me duele saber que cada vez que se va, regresa a los brazos de mi tía como si nada. No quiero seguir escondiéndome, no quiero ser solo una sombra en su vida.

Hace unos días, armándome de valor, le pedí que dejara a mi tía. Le hablé con el corazón, le dije que yo quería algo serio, que no me bastaba con encuentros a escondidas. Él me escuchó en silencio, acarició mi mano y me dijo que entendía lo que sentía… pero que ahora “no era el momento”.

Sus palabras me dejaron helada. Siempre me da largas, siempre me promete que “ya veremos más adelante”. Y yo, aunque me duele, sigo esperándolo. Pero cada día que pasa me pregunto si en realidad piensa cumplir lo que dice, o si simplemente me quiere tener así, en secreto, mientras su vida oficial sigue intacta.

Estoy atrapada entre lo que deseo y lo que sé que está mal. No sé hasta dónde me va a llevar esta historia, pero lo que sí sé es que ya no soy la misma chica que solo quería divertirse… ahora quiero más, aunque él no esté dispuesto a darlo.

Cuando volví a verlo, después de aquella conversación, sentía un torbellino en el pecho. Había pasado noches enteras pensando en lo que me había dicho, en esas promesas vacías que me repetía una y otra vez. Quería respuestas, pero también lo deseaba con una fuerza que me quemaba por dentro.

Nos encontramos en el mismo lugar de siempre. Apenas cerró la puerta, me tomó de la cintura y me atrajo hacia él con una urgencia que me hizo olvidar, por un instante, todo lo que me dolía. Su boca buscó la mía con hambre, con esa pasión que me hacía sentir única. Yo lo abracé fuerte, hundiendo mis manos en su espalda, como si quisiera que no se fuera nunca.

Su respiración se mezclaba con la mía, el calor de su cuerpo me envolvía por completo. Nos dejamos caer en el sofá, sin soltarme ni un segundo, y ahí me entregué a él. Cada beso era más profundo, cada caricia me arrancaba un suspiro. Lo sentía mío, aunque fuera solo en ese momento.

Cuando terminó, quedamos abrazados, sudando y temblando todavía por la intensidad. Fue entonces cuando lo miré directo a los ojos y le dije casi en un susurro:
—Ya no quiero vivir de ratos, quiero algo real contigo.

Él cerró los ojos, me acarició el rostro y solo respondió:
—Dame tiempo…

Y en ese instante entendí todo. Por más pasión que hubiera entre nosotros, nunca iba a tener el valor de dejar a mi tía. Yo podía seguir esperándolo, o podía liberarme de esa cárcel de promesas.

Esa noche, mientras me vestía, decidí que no iba a seguir siendo “el secreto”. Si él no tenía el valor de elegir, yo lo haría por los dos.

Al día siguiente me miré en el espejo largo rato. Tenía los labios aún marcados por sus besos y los ojos rojos de tanto pensar. Me repetí una y otra vez que merecía más que migajas, más que encuentros a escondidas. Y aunque me temblaban las manos, decidí que había llegado la hora de enfrentar la verdad.

Primero hablé con él. Lo cité en el mismo café donde alguna vez me sonrió como si todo fuera fácil. Me senté frente a él y antes de que abriera la boca, le dije firme:

—Ya no voy a seguir escondiéndome. Si de verdad me quieres, tienes que decírselo a mi tía y estar conmigo… si no, aquí termina todo.

Él bajó la mirada, dio vueltas a la taza de café y murmuró las mismas palabras de siempre: “Dame tiempo”.
Sentí un n**o en la garganta, pero no lloré. Me levanté y le respondí:
—El tiempo se acabó.

Me fui dejando atrás la parte de mí que tanto lo había esperado.

Esa misma tarde fui a ver a mi tía. El corazón me golpeaba fuerte, como si fuera a salirse de mi pecho. Cuando la tuve enfrente, supe que no había vuelta atrás.

—Necesito hablar contigo —le dije, y mi voz apenas me obedecía—. No sé cómo decirlo sin herirte, pero… desde hace un tiempo estoy involucrada con tu esposo.

El silencio fue brutal. Ella me miró como si no me reconociera. Vi en sus ojos la rabia, la incredulidad, la traición. No intenté justificarme, solo bajé la cabeza y dejé que las lágrimas me corrieran por el rostro.

—Ya no quiero seguir en esto —alcancé a decir—. Me equivoqué y me duele, pero prefiero que lo sepas de mí y no seguir mintiéndote.

Mi tía se levantó sin decir nada y se fue a su cuarto. Yo salí de la casa sintiendo que había perdido a dos personas al mismo tiempo.

Esa noche me dormí sola, pero con la extraña paz de quien ya no carga un secreto.

16/09/2025

Yo tenía apenas 18 años cuando me convertí en mamá. Mi hijo está a punto de cumplir un año, pero recuerdo con dolor aquellos primeros meses. Estaba en una ciudad desconocida, porque me había mudado con mi marido cuando consiguió trabajo allí. Yo no sabía nada de criar a un hijo. Me sentía sola, sin familia cerca, sin amigas que me orientaran. Cada vez que el bebé lloraba, yo me desesperaba. Y terminaba llorando junto con él, sin saber qué hacer. Mi marido, en lugar de ayudarme, me reclamaba que era una exagerada, que lo desesperaba vernos llorar a los dos al mismo tiempo.

Me tocaba aprender sobre la marcha. Muchas veces tenía que cocinar con mi hijo en brazos porque no se calmaba, y terminé ideando un método: lo am@rraba con una sábana a mi pecho o a mi espalda para poder barrer, trapear o moverme por la casa. Era agotador, porque él se pasaba el día pegado a mí y yo no tenía ni un minuto de respiro. Dormía poco, comía a las carreras y vivía con el corazón en la garganta, pensando en que algo me iba a salir mal.

Mientras yo hacía malabares, mi marido solo pensaba en él. Lo único que le importaba era llegar del trabajo, prender el televisor y ver sus partidos en paz. No soportaba los llantos, ni el del niño ni el mío. Decía que le arruinábamos la tranquilidad, que en la casa solo se escuchaban gritos y lamentos. A mí me dolía, porque yo esperaba que él fuera mi apoyo, que me abrazara y me dijera que juntos podíamos con todo, pero lo único que hacía era alejarse cada vez más de nosotros.

Un día me dijo, sin rodeos, que no quería seguir conmigo porque no soportaba verme llorar cada vez que el niño lloraba. Me dijo que no servía para ser mamá ni para ser esposa, que él no había firmado para vivir en un drama diario. Tomó sus cosas y se fue, dejándome sola con un bebé en brazos y con el peso de sentirme culpable. En ese momento entendí que nunca había estado acompañada: desde el principio todo el trabajo, todo el esfuerzo y todo el dolor habían sido míos.

Hoy sigo sacando fuerzas como puedo. Regresé a mi pueblo con mis papás. He aprendido a cuidar a mi hijo a mi manera, con errores y con aciertos, pero con todo mi amor. Sin embargo, duele haber sido abandon@da justo cuando más necesitaba apoyo.

Historia anónima de una seguidora

Yo era, para todos, la mujer perfecta. La esposa elegante, la anfitriona impecable en cada cena, la que sabía sonreír co...
12/09/2025

Yo era, para todos, la mujer perfecta. La esposa elegante, la anfitriona impecable en cada cena, la que sabía sonreír con discreción mientras caminaba del brazo de mi marido en los eventos sociales. Nadie imaginaba que detrás de esos vestidos de seda y esas joyas había una mujer que sentía un vacío inmenso.

Él llegó a mi vida como algo insignificante, o al menos así lo quise ver al principio. Un jardinero joven, de manos fuertes y piel quemada por el sol, contratado para mantener los rosales que adornaban mi casa. No hablaba mucho, apenas inclinaba la cabeza cuando yo pasaba junto a él, pero había en sus ojos una intensidad que me desarmaba.

No sé en qué momento dejé de verlo solo como el empleado. Quizás fue aquella tarde en que lo vi levantar un s**o de tierra con facilidad, con el sudor recorriendo su frente, y nuestras miradas se encontraron. Sentí algo que hacía años no sentía: vida, fuego, deseo de ser vista.

Comenzamos a cruzar palabras, luego conversaciones. En esas charlas sencillas —sobre las flores, la lluvia, hasta el canto de los pájaros— descubrí que me escuchaba como nadie más lo hacía. Su voz, grave y serena, me hacía olvidar que en la mansión había paredes llenas de cuadros caros pero tan vacías como mi matrimonio.

Una tarde, mientras él podaba los rosales, me acerqué más de lo que debía. Su mano, manchada de tierra, rozó la mía sin intención. Fue un instante, pero ese roce encendió algo que ya no pude apagar. Desde entonces, cada vez que lo veía, mi corazón latía como si tuviera veinte años.

Lo nuestro nació en silencio, en rincones ocultos del jardín donde solo las flores podían ser testigos. Allí, entre aromas de jazmín y tierra mojada, me sentía libre, real, mujer. Afuera yo seguía siendo “la señora de sociedad”, la esposa intachable. Pero en secreto, en esos instantes robados, era yo… simplemente yo.

Sé que juego con fuego. Que si alguien descubre la verdad, todo mi mundo se derrumbaría. Pero cuando lo miro, cuando siento que mis manos buscan las suyas, no me importa. Porque él, un simple jardinero a los ojos de los demás, es el único que ha sabido regar lo que dentro de mí estaba marchito.

Las noches eran lo más difícil. Me acostaba en la cama de matrimonio, junto a un hombre que ya no me miraba como antes, y cerraba los ojos con la mente llena de recuerdos del jardín. El sonido de las tijeras de podar, su voz grave diciéndome que las rosas blancas necesitaban más cuidado… y sus ojos oscuros, que parecían leerme sin necesidad de palabras.

Cada mañana me ponía mis vestidos elegantes, servía el desayuno con la sonrisa perfecta, y salía a cumplir con mis deberes de “señora ejemplar”. Pero dentro de mí había un secreto palpitando, algo que me hacía caminar con otra seguridad, como si llevara conmigo una llama que nadie más veía.

Él también había cambiado. Ya no era solo el jardinero que agachaba la cabeza. Ahora había en su mirada una complicidad que me estremecía. Se acercaba con excusas simples: mostrarme una planta que florecía, explicarme cómo el agua debía caer suave sobre las raíces. Y en esos momentos, nuestras manos siempre encontraban la forma de rozarse.

Un día, mientras me hablaba de los lirios, noté que me observaba diferente, con un silencio que lo decía todo. Yo debí apartarme, recordarme quién era y qué arriesgaba. Pero no lo hice. Dejé que sus ojos me retuvieran, dejé que el aire entre nosotros se llenara de algo prohibido y delicioso.

Desde entonces, inventamos un lenguaje secreto. Una mirada desde la ventana bastaba para que él supiera que yo lo necesitaba. Una flor dejada en el umbral de la puerta era su manera de decirme que había estado pensando en mí. Y cada señal era como un latido nuevo en mi vida.

No tardé en darme cuenta de que lo nuestro no era solo un capricho pasajero. Cada instante juntos, aunque breve y oculto, se volvía indispensable. Y con ello también crecía el miedo. Porque yo, la mujer intachable, había aprendido a mentir con la sonrisa… mientras en mi corazón solo había espacio para él.

La boda interrumpidaEl día que tantas veces imaginé había llegado. El vestido blanco colgaba de mi cuerpo como un sueño ...
10/09/2025

La boda interrumpida

El día que tantas veces imaginé había llegado. El vestido blanco colgaba de mi cuerpo como un sueño hecho realidad, las flores impregnaban el aire de un aroma dulce y la iglesia estaba llena de rostros sonrientes. Todos esperaban verme caminar hacia el altar y sellar lo que debía ser el comienzo de mi “feliz para siempre”.

Pero mientras escuchaba la música sonar, sentí un vacío en el pecho. Era como si mis pasos pesaran toneladas, y en lugar de alegría, mi corazón latiera con una inquietud insoportable.

Entonces lo vi. Entre los invitados, en la primera fila, estaba él… mi cuñado, el hermano de mi futuro esposo. Su mirada se cruzó con la mía, y fue como si todo el ruido se apagara. Recordé cada momento compartido en silencio: las charlas largas, las risas escondidas, esa complicidad que nunca me atreví a nombrar.

Fue ahí, justo a unos pasos del altar, que lo entendí con brutal claridad: no estaba enamorada del hombre que me esperaba con ansias para casarse conmigo… estaba enamorada de su hermano.

Mis manos temblaban, y las palabras del sacerdote se convirtieron en un eco lejano. ¿Cómo podía dar un “sí” cuando mi corazón gritaba “no”? ¿Cómo destruir la vida de alguien que confiaba ciegamente en mí, pero al mismo tiempo, cómo traicionarme a mí misma?

Respiré hondo. Sabía que, cualquiera que fuera mi decisión, nada volvería a ser igual.

El sacerdote me pidió repetir las palabras. Todo el templo guardó silencio, esperando escuchar mi “sí”. Sentí los ojos de mi madre, orgullosos y emocionados; los de mi futuro esposo, llenos de ilusión; y los de él… su hermano, que apenas respiraba, como si también supiera lo que estaba a punto de pasar.

Abrí la boca, pero no pude pronunciar nada. Mi corazón latía tan fuerte que parecía querer salirse de mi pecho. Tragué saliva y, de pronto, lo dije:

—Lo siento… no puedo.

Un murmullo recorrió toda la iglesia. El rostro de mi futuro esposo se desfiguró en incredulidad. Su madre se llevó las manos al rostro, y mi padre me miró como si no entendiera nada.

Sentí el peso de mil miradas juzgándome, pero ya no había marcha atrás.

—No puedo casarme contigo… porque no estoy enamorada de ti —dije con la voz temblorosa, pero firme.

El silencio fue aún más denso, hasta que alguien dejó escapar un grito ahogado. Y entonces, sin poder evitarlo, mis ojos buscaron los de él. Su hermano me miraba con una mezcla de dolor y esperanza, como si mis palabras fueran un secreto que solo él podía entender.

En ese instante, todos entendieron. Y yo también: mi vida acababa de cambiar para siempre.

Cuando salí de la iglesia, apenas podía mantenerme en pie. Los murmullos de los invitados seguían detrás de mí como un eco insoportable. Me refugié en un pequeño jardín al costado, intentando respirar.

Sentí pasos acercarse, y sin necesidad de voltear supe que era él. Su presencia me envolvió antes de que pronunciara palabra.

—¿Por qué hiciste eso? —me preguntó con voz baja, casi un susurro, pero cargado de emociones contenidas.

Lo miré, con lágrimas en los ojos.
—Porque no podía seguir fingiendo… porque no podía casarme con tu hermano sabiendo lo que siento por ti.

Él cerró los ojos un instante, como si mis palabras fueran tanto un alivio como una condena.
—¿Te das cuenta de lo que acabas de provocar? Toda la familia… mi hermano…

—Lo sé —lo interrumpí, con la voz rota—. Pero también sé que lo que siento por ti es real. Y si hubiera seguido adelante, lo habría destruido igual… viviendo una mentira.

Por un momento se quedó en silencio, mirándome con una mezcla de culpa y ternura. Dio un paso hacia mí y, sin poder contenerse, tomó mis manos entre las suyas.

—Yo también lo siento —confesó, con un hilo de voz—. Lo he sentido desde hace mucho, aunque nunca me atreví a decirlo.

Ese instante fue como un respiro en medio del caos. No había aplausos ni flores, solo dos corazones que, al fin, se reconocían.

Siempre creí que el amor era algo exclusivo, que se debía entregar a una sola persona, con la misma intensidad y sin com...
04/09/2025

Siempre creí que el amor era algo exclusivo, que se debía entregar a una sola persona, con la misma intensidad y sin compartirlo. Pero la vida me enseñó que los sentimientos no siempre siguen las reglas que aprendimos de niñas.

Me llamo Daniela, soy la mayor de tres hermanas. Luego está Mariana, la del carácter fuerte pero corazón blando. Y la más pequeña, Sofía, la soñadora, la que siempre vivió con la cabeza entre cuentos de hadas. Nos criamos muy unidas, compartiéndolo todo: la ropa, los secretos, los miedos… y sin planearlo, también terminamos compartiendo a un hombre.

Su nombre es Julián. Lo conocimos en una fiesta del pueblo, de esas que hacen en agosto cuando hay feria y se adorna todo con luces y papel picado. Julián no era de aquí, había llegado por trabajo. Alto, amable, con una sonrisa que te desarma sin esfuerzo. Lo curioso es que ninguna de nosotras sabía que las otras también sentían algo por él.

Yo fui la primera en notarlo. Me hacía reír sin buscarlo, me escuchaba con atención, y cuando me miraba, sentía que todo se detenía. Pero una tarde lo vi hablando con Mariana, y no era una charla cualquiera… era esa manera de mirarla que me partió un poco el alma. Y más tarde, escuché a Sofía suspirar mientras escribía su nombre en la orilla de su cuaderno, como una colegiala enamorada.

No hubo gritos, ni peleas, ni dramas. Esa noche, nos sentamos en la cocina, con un café entre las manos y el corazón en la garganta. Fue Mariana quien dijo lo que ninguna se atrevía:

—A las tres nos gusta Julián. ¿Y ahora qué?

Hubo un largo silencio, pero no era incómodo. Era más bien como una aceptación. Algo en nosotras sabía que ninguna iba a dar un paso atrás.

Fue Sofía, la más dulce, la que propuso la idea loca:

—¿Y si no tenemos que elegir?

La miramos sin entender, hasta que agregó:

—¿Y si lo compartimos… de manera justa, sin celos ni secretos?

Nunca creí que un acuerdo así fuera posible, pero lo hablamos. Con madurez, con sinceridad. Y después de muchas noches de conversación, decidimos hablarlo con Julián. No sabíamos qué iba a responder, si se reiría, si saldría corriendo… pero él nos sorprendió.

Nos miró a las tres con respeto y dijo:

—Nunca pensé que algo así pudiera pasar… pero no quiero lastimarlas a ninguna. Si ustedes están de acuerdo, yo también lo estoy. Pero solo si hay reglas claras, y si se cuidan entre ustedes como hasta ahora.

Y así comenzó nuestro acuerdo. Cada una tiene días específicos con él. Nada de comparaciones, nada de celos. Compartimos su cariño, su tiempo y su apoyo, y él hace lo imposible por ser justo con todas.

Sé que muchos no lo entenderían. Pero para nosotras no se trata de competir. Se trata de amor… de uno que rompió las reglas, pero fortaleció nuestro lazo como hermanas. Repartimos los días de la semana como si fueran pequeños tesoros. Lunes y jueves son míos. Martes y viernes, de Mariana. Miércoles y sábado, de Sofía. Y el domingo… es libre, para estar los cuatro, sin compromisos, sin presión, solo compartiendo lo cotidiano.

Los lunes conmigo son tranquilos. Julián llega a casa después del trabajo, se sienta en la sala mientras yo cocino algo simple, pero que le gusta. Nos sentamos juntos a comer, nos reímos, hablamos de todo y de nada. A veces me ayuda a lavar los platos, otras solo me abraza por detrás mientras termino. Después, nos vamos al cuarto. Cerramos la puerta y apagamos el mundo.

Me gusta cómo me mira cuando le cuento cómo fue mi día, cómo acaricia mi espalda mientras hablamos en la cama, y cómo me toma la mano sin decir nada. A veces solo nos recostamos uno junto al otro, respirando en silencio. Su calor es mi paz. Y cuando me besa, despacito, como si tuviera todo el tiempo del mundo… siento que soy la única mujer en su vida, aunque no lo sea.

Los martes son de Mariana, y ella es fuego. Le gusta hacerle esperar un poco. Se viste con algo que sabe que le gusta y pone música suave en la sala. A veces se sientan en el porche con una copa de vino, otras veces ella lo lleva directamente a su habitación con una sonrisa traviesa y segura. Es distinta a mí. No habla mucho, pero se comunica con el cuerpo, con sus gestos, con su intensidad.

Una vez le pregunté cómo se sentía en esos momentos con él, y solo me dijo:
—Cuando me toca, siento que mi piel se enciende.

Sé que Julián la admira por su fuerza, por su forma directa de amarlo. Ella no se esconde, no teme sentir. Y aunque al principio yo sentía una pequeña punzada de celos, aprendí a reconocer que su forma también era válida… y hermosa.

Los miércoles, Julián es solo de Sofía. Ella es la más tierna, la más romántica. Le prepara pequeños detalles: una carta, un dibujo, una lista de canciones. Le encanta poner luces suaves en su habitación, velas aromáticas, y preparar chocolate caliente aunque sea pleno verano. Con ella, todo es dulce, suave, casi como un sueño.

Ella lo mira como si fuera un personaje salido de sus cuentos favoritos, y Julián lo nota… la cuida como a una flor. Le canta bajito, la envuelve en sus brazos, y ella le acaricia el cabello mientras le cuenta historias de su infancia. Su habitación siempre huele a jazmín.

Yo los escucho reír a veces desde el pasillo, y no me duele. Al contrario… me tranquiliza. Porque sé que él no finge con ninguna. Nos da a cada una una versión distinta de su amor, pero sincera.

Así vamos viviendo, día por día. A veces es difícil, claro. No es una historia perfecta. Pero cuando nos vemos los domingos los cuatro, y compartimos un desayuno o una película, el ambiente es tan ligero, tan bonito… que entendemos por qué seguimos con esto.

No buscamos posesión. Buscamos conexión. Y cada una lo encuentra de una forma distinta con él.

A veces me cuesta creer que lo aceptamos. Que aprendimos a vivir sin competir. Pero cuando lo veo con mis hermanas, cuando escucho sus risas, sus suspiros… no siento envidia. Siento que el amor, cuando es real, no se divide. Se multiplica.

Lunes, conmigo.
Esa noche llegamos cansados, pero él me tomó la mano como siempre, suave, como si yo fuera su refugio. Nos metimos a la cama sin decir mucho, y al apagar la luz, me buscó con sus brazos. Me acomodé entre su pecho y su cuello, sintiendo el ritmo de su respiración.

—Te extrañé —me dijo al oído.

Sus palabras me acariciaron más que cualquier otra cosa. Su mano se deslizó lentamente por mi espalda, y yo cerré los ojos, dejándome llevar por esa calma que solo él me da. Nuestros cuerpos se entendieron sin hablar, con gestos delicados y pausados. Todo fue suave, profundo, como una canción lenta que termina en un suspiro largo. Me abrazó fuerte al final, como si no quisiera soltarme. Y yo me quedé dormida con una sonrisa.

Martes, con Mariana.
A veces me gusta observar desde lejos cómo se miran. Esa noche, ella lo recibió con labios pintados y una mirada que decía más que mil palabras. Cerró la puerta y puso música suave. Desde mi cuarto, podía escuchar el murmullo de sus risas mezcladas con la melodía.

Mariana siempre fue intensa. Me contó una vez que esa noche él la tomó por la cintura y la levantó sobre la mesa, que la besó como si hiciera semanas que no la veía. Ella no se deja llevar fácilmente, pero con Julián… se rinde, se entrega. Me confesó que lo que más le gusta es cuando él la mira después, como si la admirara, como si la deseara incluso en silencio.

—No es solo deseo —me dijo una vez—. Es que me hace sentir viva.

Miércoles, con Sofía.
Sofía es un poema en movimiento. Le gusta preparar su habitación como si fuera una escena de película. Luces cálidas, música instrumental, y un aroma a vainilla que inunda el pasillo. Esa noche, me la encontré al día siguiente, con los ojos brillosos y el cabello desordenado.

—¿Fue bonito? —le pregunté.

Ella asintió, como si todavía estuviera flotando.

—Me besó como si me hubiera estado esperando toda su vida —dijo, abrazando una almohada.

Ella no necesita mucho. Solo sus caricias suaves, sus palabras dulces, y ese juego de ternura que la envuelve como si fueran adolescentes descubriendo el amor por primera vez. Julián sabe leerla como nadie. Y Sofía… vive cada noche como si fuera la última página de su historia favorita.



Así son nuestros días. Diferentes. Hermosos. Reales.
Cada una tiene su propia historia con él. Y aunque el mundo no lo entienda, en nuestro pequeño universo, encontramos equilibrio.

Y Julián…
Julián se ha convertido en nuestro punto de encuentro, nuestro amor compartido, sin mentiras, sin daños.

Aunque claro… la vida nunca se queda quieta.
Y pronto, algo inesperado cambiaría todo.

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